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“Maskirovka” o en la guerra siempre gana el que sabe hacer lo inesperado.
El axioma que titula este artículo es la verdadera piedra de toque que ha diferenciado, a lo largo de la historia de la guerra, a quienes supieron ver lo que era esencial para librarla, pero que no era siempre evidente para la razón. Sucede que ella no se rige por la lógica lineal de los razonamientos basados en una suma que da siempre cero. Sino por lo que se denomina como la lógica paradójica. Una que dice que lo bueno puede ser llegar a ser malo y viceversa.
Veamos cómo funciona con un ejemplo concreto. Digamos que el comandante militar “A” tiene que atacar a “B”. Para hacerlo tiene a su disposición varios caminos. Uno directo y fácil y otros no tan buenos. La lógica lineal le aconsejaría a “A” usar el primero de ellos. Pero, precisamente, por ese motivo, el de ser el mejor camino, que “B” lo estaría esperando con sus mejores tropas. Si por el contario, “A” eligiese acercarse a su enemigo por uno de las caminos difíciles en lugar del directo y fácil, seguramente sorprendería a “B”; pues habría colocado solo fuerzas secundarios para cubrirlos. Con este tipo de decisión, ese comandante sabría de antemano que recorrerá una distancia mayor; pero que no encontrará grandes resistencias enemigas.
En realidad, lo que está haciendo “A” es usar lo que se denomina técnicamente en la estrategia como la línea de menor expectativa. La que al no ser esperada por un oponente, resulta ser la mejor. Precisamente, porque no es la mejor.
En este aserto, se basó -por ejemplo- el Plan Continental del General San Martín. Quien en lugar de usar el “camino del norte”, por el que ya habían fracasado varios ejércitos patriotas, decidió cruzar unas de las cordilleras más altas del globo, usando una línea de menor expectativa y sorprender a su enemigo que lo esperaba obligadamente disperso. Una maniobra que volvería a emplear cuando se trasladó por mar con su ejército para desembarcar cerca de Lima, la que era su objetivo estratégico.
Quien no parece haber entendido este concepto es el Secretario de Estado de los EE.UU., cuando acusó al Presidente ruso Valdimir Putin, tras su anexión de la Península de Crimea, de practicar una política ya superada, una del siglo XIX. Se equivoca Kerry y en general los políticos y los estrategas de Washington respecto de la modernidad de las ideas del Kremlin. Ya que éstas, a la par de estar en consonancia con el viejo principio de la lógica paradójica, representan la última novedad en técnicas bélicas. Veamos por qué.
En este sentido, los rusos tienen una larga tradición. Probablemente, basada en lo que algunos han catalogado como la profundidad y la complejidad del alma eslava. Algo que les viene de lejos a los rusos y de lo que dio cuenta el propio León Tolstoy, en su magnífica obra “La Guerra y la Paz”.
Siendo más concretos, los rusos han usado siempre lo que ellos llaman en su lengua como: “maskirovka”. Una palabreja difícil de traducir en un solo término, ya que engloba varios conceptos, tales como: engaño, desinformación, manipulación, artimaña, etc. Ella implica que en las operaciones militares se usarán, no sólo técnicas directas, sino un complejo menú de medidas, físicas e intangibles, destinadas a confundir al enemigo con el objetivo de sorprenderlo. Colocarlo en los “cuernos de un dilema” como lo llaman algunos estudiosos.
En su forma moderna y como tal fue desarrollada en los años de 1920 y usada por el luego famoso mariscal Zhúkov en los combates de Jaljin Go, en el marco de la guerra fronteriza no declarada entre Rusia y Japón a mediados de 1939. Posteriormente, el mismo mariscal potenció su uso en una de las mayores batallas de la 2da GM, la de Kursk, la que implicó el comienzo del fin de la invasión alemana a Rusia. Mediante los que los comandantes alemanes llamaron como los “ataques en enjambres” lanzados por los rusos contra ellos desde varias direcciones en forma simultánea.
Pero, al parecer, esta vez han sido los chinos quienes le han dado a la vieja “maskirovka” una nueva vuelta de tuerca. Al respecto, se sabe que los coroneles Qiao Liang y Wang Xiangsui del ejército popular de ese país han desarrollado lo que se denomina como la teoría de la Guerra Irrestricta. Se trata de un ensayo que circula en Internet desde la década de 1990, sin que se tengan grandes datos sobre sus autores. (para acceder a esta obra:https://docs.google.com/file/d/0B4_Oajmq32ttTV96b2RxX2NwVG8/edit). Pero que no cabe duda que está siendo empleado por los rusos para darle forma a su concepción estratégica.
En este nuevo marco conceptual, el de la guerra irrestricta, se establece que las fronteras entre el campo de batalla y la retaguardia deben desaparecer; entre lo que es un combatiente y un no combatiente, también. Incluso, entre lo que es un arma y lo que no lo es. En este último sentido, cualquier cosa puede ser empleada para causar un daño, privilegiando lo que algunos denominan como las “armas no-cinéticas”. O las armas que no son armas. Por ejemplo, quien puede dudar, hoy, de que un ataque informático a las redes de un país causaría un daño grave. O del trastorno que la inyección de una masiva falsificación de dinero podría hacer en una economía maltrecha, generando, por ejemplo, inflación en el país enemigo.
En la reciente ofensiva en Crimea los rusos han hecho un profuso uso de fuerzas no estatales como los cosacos o la agrupación de motoqueros los “Lobos de la Noche” y de la menos conocida y autodenominada de los “hackers patrióticos”. Al igual, han apelado a la “colaboración”·de compañías rusas y extranjeras en territorio ucraniano que trabajaron para la estrategia de saturación dispuesta por el Kremlin. Al respecto, el experto en seguridad Robert Haddick escribió al respecto que asistimos: “a una expansión de la formas “civilizadas” de las operaciones de combate con un olvido de la distinción entre combatientes y civiles como fuerzas diseñadas para conquistar y mantener terreno.” Según Haddick esto responde a: “una lógica tendencia producida, tanto por la saturación mediática como por el incremento de la letalidad de las armas modernas.”
Del otro lado, los occidentales siguen aferrados al viejo paradigma clausewitzciano de la trilogía: Estado, fuerzas armadas, pueblo. Con el primero aportando las decisiones políticas, las segundas llevándolas a cabo y el tercero, siempre mantenido afuera y excluido de todo el juego. En este sentido las fuerzas militares occidentales, ya sea por sus respectivas posturas estratégicas, por su cultura y por su ethos están a años luz de la guerra irrestricta. Ya que quieren que sus conflictos sean de corta duración y del carácter más restringido posible.
Probablemente, se podría exceptuar de este inmovilismo conceptual a algunos nichos de excelencia, especialmente dentro de los EE.UU. En principio, nos referimos a sus excelentes fuerzas especiales. Las que están más que fogueadas tras sus campañas en Irak y en Afganistán en cuanto a las técnicas de la guerra no-convencional. Pero, son muy pocas y el ejército de línea las mira con desconfianza. Son demasiadas osadas para su gusto.
Por otro lado, en la parte civil, hay algunas organizaciones interesantes. No precisamente, la CIA y la NSA, en las que piensan los devotos de las teorías conspirativas. Sino desarrollos como los que lleva adelante la Public Diplomacyque promueve la difusión de valores occidentales en las poblaciones del oponente o la propia USAID que reparte “ayuda” a los amigos. Ambas herramientas están ubicadas en la órbita del Departamento de Estado. Pero, que al igual que con las fuerzas especiales, los políticos y los diplomáticos de carrera ven con desconfianza a esta versión civil de los “barbudos”. Aunque sus logros sobre el terreno son más que notables. Bajo el viejo lema de: más vale maña que fuerza.
Pero, por sobre todo Occidente tiene una debilidad: su permanente afán de hacer negocios por sobre cualquier otra consideración. Por ejemplo, se sabe que al margen de las compañías rusas que colaboraron con la cooptación y la infiltración de Ucrania, también hubo compañías norteamericanas jugando el mismo juego. Business are business! Parece haber sido su lema.
Aunque se podría decir que, paradójicamente, y volviendo a señalar lo que decíamos al principio. Podría ser que esta debilidad occidental sea -en realidad- su principal fortaleza. Como ya ocurrió cuando una combinación de factores, el económico incluido, fue lo que precipitó la caída de la Unión Soviética. En ese sentido, se sabe que la anexión de Crimea disparó la popularidad de Putin, pero, también, hizo caer a la bolsa de Moscú. Un Moscú, que a diferencia del de Stalin y sus sucesores, hoy lleno de millonarios que tienen sus cuentas bancarias en ese mismo Occidente que quieren conquistar. Pero sin las ventajas de una cortina de hierra para encerrar a los disidentes. Habrá que ver. Si como decíamos antes: la maña vale más que la fuerza.
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