por Carlos A. PISSOLITO.
Finalmente, Francisco, para alegría de propios y extraños, se fue con su música a otra parte.
En este sentido, los anglos usan una excelente palabra que nos robaron para describir las políticas de corto vuelo. 'Parroquial' por parroquialismo.
Pretender que un líder global que pertenece a una dinastía, dos veces milenaria, que no solo sobrevivió, sino que contribuyó, tanto al surgimiento como al colapso de imperios, deba amoldarse a las exigencias políticas de una lejana diócesis es no entender nada.
Poco importa si esta era la de su lugar de origen. A ese nivel ya no interesa otra cosa más que no sea el destino.
Y el destino de Francisco parece ser la China de su homólogo Xavier quien lo precediera en su Orden y en el tiempo.
Por supuesto, que aquí tuvo su agenda. Sus objetivos estratégicos intermedios. A saber, morigerar los graves errores cometidos por su institución en algo tan sensible como la pedofilia y, también, recordarle a los 'blancos' una sana política para con los 'indios' alzados.
Tampoco, desde el cenáculo de los católicos de buena conciencia, fue bien comprendido. Lo querían más a la derecha, más su gusto.
Desconocen que no solo Francisco, sino la mismísima institución , que temporalmente precede, no tiene derechas ni izquierdas. O dicho de otra forma: contiene a todas las posiciones posibles.
Le reprochan el no habernos visitado. Una muestra elemental de prudencia pontificia que, probablemente, nos evitó la reedición de un Ezeiza II.
Para terminar, podemos decir que pese a sus esfuerzos, Francisco no pudo escapar al excepcionalismo argentino. Uno que no solo estuvo de manifiesto en un casamiento aéreo tipo express o en una oportuna detención del papamovil para asistir a un pobre jinete.
Sino en la curiosa coincidencia. La de haber ingresado a Santiago de Chile por la Alameda de las Delicias. Un paseo diseñado y sus álamos donados por otro argentino ilustre: el general José de San Martín.
Coincidencias que le llaman. Aunque, prefiero hablar de sincronías.
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