por Carlos A. PISSOLITO
El ágora de Atenas pintada por Rafael. |
Más allá o más acá de estos límites, la acción política estará regida por la incertidumbre y por la fricción. Por la incertidumbre de no saber hasta llegar a destino si el camino emprendido es el correcto y por la fricción, pues nos deberemos enfrentar a otras voluntades, las que muy bien pueden ser adversas.
La historia de la política es larga y variada. Podemos decir que en el mundo occidental, a diferencia del Oriente, se ha visto caracterizada por la búsqueda de un equilibrio entre el orden y las libertades individuales.
En otras palabras, el mejor régimen es aquel que logra conjugar un máximo de orden para el Estado con una plenitud de los derechos individuales para los ciudadanos.
¿Qué sucede cuando este equilibrio se rompe? Cuando es el orden lo que prima, lo que tenemos es un gobierno totalitario; cuando, por el contrario, lo que hay es un exceso de libertad de acción para otros actores que no es el Estado, lo que tenemos se llama anarquía.
Sociológicamente, hay pueblos con tendencias al orden como el alemán y otros a la anarquía como el nuestro. Así como los alemanes pudieron seguir a su führer hasta el mismísimo infierno. Nosotros somos incapaces de confiar en nuestro sistema hasta para el simple hecho de depositar nuestros ahorros en nuestro sistema bancario.
Por ello no nos debería extrañar que en estas tierras cada clase, grupo, clan, familia o hasta los individuos, todos, no quiera hacer otra jugada personal que no sea la ‘individual’.
Por ejemplo, ¿podemos culpar a nuestros sindicalistas por desconfiar de una clase empresarial que tiene a la rápida ganancia como su único objetivo y de agruparse para defender sus intereses en forma mafiosa?
Lo mismo, ¿podemos estigmatizar a los empresarios porque pagan sobornos al Estado para conseguir los contratos que les permitan mantener funcionando a sus empresas?
No vamos a repetir la pregunta retórica, de obvia respuesta, para con nuestros políticos. Pero, sí vamos a empezar por ellos.
La política, es por definición, una ciencia arquitectónica. Va de arriba hacia abajo. Por aquello de que el tornillo se ajusta por la cabeza. Lo que significa que tanto empresarios como sindicalistas no se pondrán en caja hasta que los políticos no lo hagan.
Lamentablemente, nuestros políticos profesionales -excepto por algunas excepciones- no son otra cosa que una suerte de burocracia estatal jerarquizada.
Y tal como sucede cuando se escala una montaña difícil hace falta un guía. Un guía, es -básicamente- una persona capacitada. Es necesario un líder. Una suerte de Moisés que nos saque del desierto de lealtades mafiosas en el que estamos.
Seguramente, que muchos creeran que esto es una suerte de mesianismo. Lamentablemente, la historia, especialmente la nuestra, nos enseña que los liderazgos personales son necesarios, imprescindibles. Lo que no significa que un verdadero líder no busque convencer ni construir consensos. Pero, un líder es alguien que conoce el itinerario a seguir y, por lo tanto, es quien puede tomar las decisiones acertadas necesarias.
La democracia en sus orígenes era, no solo electiva era, también, rotativa entre los hombres de valor que conformaban la Asamblea. Como lo expresara el poeta Homero entre aquellos que sabían manejar la palabra y la espada.
Tal vez ha llegado el momento de buscarlos y de confiarnos a ellos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deje su comentario: