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jueves, 29 de julio de 2021

La apuesta de Xi. La carrera para consolidar el poder y evitar los desastres

https://www.foreignaffairs.com/articles/china/2021-06-22/xis-gamble




Jude Blanchette

Xi Jinping es un hombre con una misión. Después de llegar al poder a fines de 2012, se movió, rápidamente, para consolidar su autoridad política, purgar al Partido Comunista Chino (PCCh) de la corrupción desenfrenada, marginar a sus enemigos, domesticar la tecnología y los conglomerados financieros de China, aplastar la disidencia interna y afirmar, enérgicamente, a China y su influencia en el escenario internacional. En nombre de la protección de los "intereses centrales" de China, Xi ha entablado peleas con muchos de sus vecinos y ha antagonizado con países más lejanos, especialmente, con los Estados Unidos. Mientras que sus predecesores inmediatos creían que China debía seguir esperando el momento oportuno, supervisando el rápido crecimiento económico y la expansión constante de la influencia de China a través de la integración táctica en el orden global existente, Xi está impaciente con el status quo, posee una alta tolerancia al riesgo y parece sentir un pronunciado sentido de urgencia en desafiar al orden internacional.

¿Por qué tiene tanta prisa? La mayoría de los observadores se han asentado en una de dos hipótesis diametralmente opuestas. El primero sostiene que Xi está impulsando una amplia gama de iniciativas políticas dirigidas, nada menos, que a rehacer el orden global en términos favorables para el PCCh. El otro punto de vista, afirma que él es el supervisor ansioso de un sistema político leninista quebradizo y anticuado que está luchando por mantener su control sobre el poder. Ambas narrativas contienen elementos de verdad; pero ninguna explica, satisfactoriamente, la fuente del sentido de urgencia de Xi.


Una explicación más precisa es que los cálculos de Xi no están determinados por sus aspiraciones o por sus temores, sino por su línea de tiempo. En pocas palabras, Xi ha consolidado tanto poder y ha alterado el status quo con tanta fuerza porque ve una ventana estrecha de diez a 15 años, durante los cuales Pekín puede aprovechar un conjunto de importantes transformaciones tecnológicas y geopolíticas y que, también, lo ayudarán a superar a importantes desafíos internos. Xi ve la convergencia de fuertes vientos demográficos en contra, una desaceleración económica estructural, rápidos avances en tecnologías digitales y un cambio percibido en el equilibrio de poder global lejos de los Estados Unidos como lo que él ha llamado "cambios profundos no vistos en un siglo", exigiendo un conjunto audaz de respuestas inmediatas.

Al reducir su visión a los próximos diez a 15 años, Xi ha inculcado un sentido de enfoque y determinación en el sistema político chino que bien puede permitirle a China superar los desafíos internos de larga data y lograr un nuevo nivel de centralidad global. Si Xi tiene éxito, China se posicionará como un arquitecto de una era emergente de multipolaridad, su economía escapará de la llamada trampa de los ingresos medios y las capacidades tecnológicas de su sector manufacturero y militar podrán rivalizar con las de los países más desarrollados.

Sin embargo, la ambición y la ejecución no son lo mismo y Xi, ahora, ha colocado a China en una trayectoria arriesgada que amenaza los logros que sus predecesores obtuvieron en la era posterior a Mao. Su creencia de que el PCCh debe guiar la economía y que Beijing debe controlar al sector privado limitará el crecimiento económico futuro del país. Su exigencia de que los cuadros del partido se adhieran a la ortodoxia ideológica y le demuestren lealtad personal socavará la flexibilidad y la competencia del sistema de gobierno. Su énfasis en una definición expansiva de seguridad nacional conducirá al país en una dirección más interna y paranoica. Su desencadenamiento del nacionalismo del "guerrero lobo" producirá una China más agresiva y aislada. Finalmente, la posición cada vez más singular de Xi dentro del sistema político de China evitará alternativas políticas y correcciones de rumbo, un problema agravado por la eliminación de los límites de mandato y por la perspectiva de un gobierno indefinido.

Xi cree que puede moldear el futuro de China como lo hicieron los emperadores del pasado histórico del país. Confunde esta arrogancia con confianza y nadie se atreve a decirle lo contrario. Un entorno en el que un líder todopoderoso con un enfoque resuelto no puede escuchar verdades incómodas es una receta para el desastre, como la historia moderna de China ha demostrado demasiado bien.

Un hombre apurado

En retrospectiva, la línea de tiempo comprimida de Xi fue clara desde el comienzo de su mandato. China se había acostumbrado al ritmo de su predecesor, el lento y serio Hu Jintao, y muchos esperaban que Xi siguiera su ejemplo, aunque con un mayor énfasis en las reformas económicas. Sin embargo, meses después de tomar las riendas en 2012, Xi comenzó a reordenar el panorama político y económico interno. Primero, vino una limpieza de la casa  del PCCh de arriba a abajo. El partido había demostrado, repetidamente, su capacidad para capear las tormentas internas; pero las presiones aumentaban dentro del sistema. La corrupción se había vuelto endémica, lo que conducía al descontento popular y al colapso de la disciplina organizativa. Las filas del partido crecían rápidamente; pero estaban cada vez más llenas de personas que no compartían la creencia de Xi en el excepcionalismo del PCCh. Las células del partido en las empresas estatales, las empresas privadas y las organizaciones no gubernamentales estaban inactivas y desorganizadas. La toma de decisiones a nivel superior se había vuelto descoordinada y aislada. Los órganos de propaganda del partido luchaban por proyectar sus mensajes a una ciudadanía cada vez más cínica y conocedora de la tecnología.

Xi asumió todos estos problemas simultáneamente. Solo en 2013, inició una amplia campaña anticorrupción, lanzó una campaña de "línea de masas" para eliminar el pluralismo político y las ideologías liberales del discurso público, anunció nuevas directrices que restringen el crecimiento de la membresía del partido y agregó nuevos requisitos ideológicos para los partidarios en potencia. Creía que el tamaño del grupo importaba poco si no estaba formado por verdaderos creyentes. Después de todo, señaló, cuando la Unión Soviética estaba al borde del colapso a principios de la década de 1990, "proporcionalmente, el Partido Comunista Soviético tenía más miembros que el PCCh; pero nadie era lo suficientemente, hombre para levantarse y resistir".

Xi Jinping es un hombre con una misión

Lo siguiente en la agenda de Xi fue la necesidad de hacer valer los intereses de China en el escenario mundial. Xi, rápidamente, comenzó con los esfuerzos de recuperación de tierras en el Mar de China Meridional, estableció una zona de identificación de defensa aérea sobre el territorio en disputa en el Mar de China Oriental, ayudó a lanzar el Nuevo Banco de Desarrollo (a veces llamado Banco BRICS), dio a conocer el enorme proyecto de infraestructura internacional que llegó a ser conocida como la Iniciativa de la Franja y la Ruta de la Seda y propuso el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura.

Xi continuó abriéndose camino a través del status quo durante el resto de su primer mandato y no muestra signos de disminuir a medida que se acerca al final de su segundo. Su consolidación del poder continúa ininterrumpidamente: no se enfrenta a verdaderos rivales políticos, ha eliminado los límites de su mandato y ha instalado aliados leales en puestos clave. Los nuevos centros de investigación se dedican a estudiar sus escritos y sus discursos, los funcionarios del partido ensalzan, públicamente, su sabiduría y sus virtudes y las regulaciones del partido y los documentos de planificación del gobierno afirman, cada vez más, estar basados ​​en el "Pensamiento de Xi Jinping". Ha afirmado el dominio del PCCh sobre vastas franjas de la sociedad y la vida económica chinas, incluso obligando a los influyentes titanes de los negocios y de la tecnología a pedir perdón por su insuficiente lealtad al partido. Mientras tanto, continúa expandiendo la esfera de influencia internacional de China a través del ejercicio del poder duro, la coerción económica y la profunda integración en organismos internacionales y multilaterales.

Muchos observadores externos, incluido yo misma, creíamos, inicialmente, que la incapacidad del partido para contener el brote de COVID-19 puso de relieve las debilidades del sistema de China. Sin embargo, para el verano de 2020, Xi pudo ensalzar las virtudes del control centralizado para controlar la propagación interna de la pandemia. Lejos de socavar su autoridad política, el enfoque férreo de Pekín para combatir el virus se ha convertido ahora en un motivo de orgullo nacional.

Un  momento único

El rápido ritmo de Xi fue provocado por una convergencia de cambios geopolíticos, demográficos, económicos, ambientales y tecnológicos. Los riesgos que plantean son abrumadores; pero aún no son existenciales. Beijing tiene una ventana de oportunidad para abordarlos antes de que se vuelvan fatales. Y las recompensas potenciales que ofrecen son considerables.

El primer cambio importante es la evaluación de Beijing de que el poder y la influencia de Occidente han entrado en una fase de declive acelerado y, como resultado, ha comenzado una nueva era de multipolaridad, una que China podría moldear más a su gusto. Este punto de vista se afianzó cuando las guerras de los Estados Unidos en Afganistán e Irak se convirtieron en atolladeros y se solidificó a raíz de la crisis financiera de 2008, que el liderazgo chino vio como la sentencia de muerte para el prestigio mundial de los Estados Unidos. En 2016, el voto británico para abandonar la Unión Europea y la elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos fortaleció la opinión de consenso de que los Estados Unidos y que Occidente, en general, estaba en declive. Esto podría sugerir que China podría optar por la paciencia estratégica y, simplemente, permitir que el poder estadounidense decayera. Pero la posibilidad de una renovación del liderazgo estadounidense provocada por el advenimiento de la administración Biden y las preocupaciones sobre la mortalidad de Xi (cumplirá 82 años en 2035), significa que Beijing no está dispuesto a esperar y ver cuánto durará esta fase del declive occidental. 

La segunda fuerza importante que enfrenta Xi es el deterioro de las perspectivas demográficas y económicas de China. Cuando asumió el cargo, la población de China estaba envejeciendo y disminuyendo simultáneamente y el país se enfrentaba a un aumento, inminente, de jubilados que pondría a prueba los sistemas de pensiones y de atención médica, relativamente, débiles del país. La Academia China de Ciencias Sociales, ahora, espera que la población de China alcance su punto máximo en 2029 y un estudio reciente en “The Lancet” pronostica que se reducirá en casi un 50% para fines de siglo. Aunque Beijing puso fin a su draconiana política de un solo hijo en 2016, el país aún ha registrado una disminución del 15% en los nacimientos durante los últimos 12 meses. Mientras tanto, el gobierno estima que para 2033, casi un tercio de la población tendrá más de 60 años.

Contribuyen a estos problemas la reducción de la fuerza laboral y el aumento de los salarios en China, que han aumentado en un 10 %, en promedio, desde 2005. Los cheques de pago más altos son buenos para los trabajadores; pero los fabricantes mundiales están trasladando, cada vez más, sus operaciones fuera de China y hacia países de menor costo. dejando a un número creciente de trabajadores poco cualificados en China desempleados o subempleados. Y debido a que solo el 12,5% de la fuerza laboral de China es un graduado universitario (en comparación con el 24% en los Estados Unidos), posicionar a la mayor parte de la fuerza laboral del país para competir por los trabajos altamente calificados del futuro será una batalla cuesta arriba.

Directamente relacionada con este preocupante panorama demográfico está la desaceleración de la economía de China. Dado que el crecimiento anual del PIB ha caído de un máximo del 14% en 2007 a la mitad de un dígito en la actualidad, muchos de los problemas de larga data que Beijing había podido barrer bajo la alfombra, ahora requieren atención y la voluntad de aceptar el dolor económico y político. Los que van desde desenrollar el vasto mar de empresas endeudadas hasta exigir que las empresas y que los particulares paguen más a las arcas fiscales del país. En el corazón de los problemas de crecimiento de China está la productividad decadente. A lo largo de las primeras décadas del período de reformas posteriores a Mao, lograr aumentos de productividad fue, relativamente, sencillo, ya que la economía planificada se disolvió en favor de las fuerzas del mercado y multitudes de ciudadanos huyeron, voluntariamente, del campo hacia las zonas urbanas y costeras y su promesas de una mejora y de trabajos asalariados. Posteriormente, a medida que las empresas extranjeras aportaron inversiones, tecnología y conocimientos técnicos al país, la eficiencia industrial siguió mejorando. Finalmente, las cantidades masivas gastadas en infraestructura, especialmente carreteras y ferrocarriles, impulsaron la conectividad y, por lo tanto, la productividad. Todo esto ayudó a una economía pobre y, principalmente, agrícola a ponerse al día, rápidamente, con las economías más avanzadas.

Sin embargo, en el momento en que Xi asumió el poder, a los responsables de la formulación de políticas les resultaba cada vez más difícil mantener el impulso sin crear niveles insostenibles de deuda, tal como lo habían hecho en respuesta a la crisis financiera mundial de 2008. Es más, el país ya estaba saturado de infraestructura de transporte, por lo que una milla adicional de carretera o tren de alta velocidad no contribuiría mucho al crecimiento. Y debido a que casi todos los trabajadores sanos ya se habían mudado del campo a las áreas urbanas, la reubicación de la mano de obra tampoco detendría la disminución de la productividad. Por último, los costos sociales y ambientales del anterior paradigma de crecimiento de China se habían vuelto insostenibles y desestabilizadores; ya que la asombrosa contaminación del aire y la devastación ambiental provocaron una aguda ira entre los ciudadanos chinos.

Quizás los cambios más importantes que se hayan producido durante el mandato de Xi son los avances en nuevas tecnologías como la inteligencia artificial, la robótica y la ingeniería biomédica, entre otras. Xi cree que controlar las "alturas dominantes" de estas nuevas herramientas desempeñará un papel fundamental en el destino económico, militar y geopolítico de China y ha movilizado al partido para transformar el país en una potencia de alta tecnología. Esto incluye gastar grandes sumas de dinero para desarrollar la I+D y las capacidades de producción del país en tecnologías consideradas críticas para la seguridad nacional, desde los semiconductores hasta las baterías. Como dijo Xi en 2014, la ventaja de ser el primero en moverse será para "quien tenga agarrado por la nariz al buey de la innovación científica y tecnológica".

Xi también espera que las nuevas tecnologías puedan ayudar al PCCh a superar, o al menos eludir, casi todos los desafíos internos de China. Él cree que los impactos negativos de una fuerza laboral que se contrae se pueden mitigar con un impulso agresivo hacia la automatización y la pérdida de empleos en las industrias tradicionales puede compensarse con oportunidades en los sectores más nuevos de alta tecnología. "Si podemos endurecernos la espalda en la arena internacional y cruzar la 'trampa de los ingresos medios' depende, en gran medida, de la mejora de la capacidad de innovación científica y tecnológica", dijo Xi en 2014.

Las nuevas tecnologías también sirven para otros propósitos. Las herramientas de reconocimiento facial y la inteligencia artificial brindan a los órganos de seguridad interna de China nuevas formas de vigilar a los ciudadanos y reprimir la disidencia. La estrategia de "fusión militar/civil" del partido se esfuerza por aprovechar estas nuevas tecnologías para reforzar, significativamente, las capacidades de combate del ejército chino. Y los avances en la tecnología ecológica ofrecen la posibilidad de perseguir, simultáneamente, el crecimiento económico y la reducción de la contaminación, dos objetivos que, en general, Pekín considera que están en tensión.

El estilo paranoide en la política china

Esta convergencia de cambios y desarrollos se habría producido independientemente de quién asumiera el poder en China en 2012. Quizás otro líder hubiera emprendido una agenda igualmente audaz. Sin embargo, entre las figuras políticas chinas contemporáneas, Xi ha demostrado una habilidad, sin igual, para las luchas internas burocráticas. Y, claramente, cree que es una figura de importancia histórica, en quien descansa el destino del PCCh.

Para impulsar un cambio significativo, Xi ha supervisado la construcción de un nuevo orden político, respaldado por un aumento masivo del poder y por la autoridad del PCCh. Sin embargo, más allá de esta elevación del poder del partido, quizás el legado más crítico de Xi sea su redefinición expansiva de la seguridad nacional. Su defensa de un "concepto integral de seguridad nacional" surgió a principios de 2014 y en un discurso en abril, anunció que China enfrentaba "los factores internos y externos más complicados de su historia". Aunque esto fue claramente una hipérbole (la guerra con los Estados Unidos en Corea y la hambruna nacional de fines de la década de 1950 fueron más complicadas), el mensaje de Xi al sistema político fue claro: el partido enfrenta una nueva era de riesgo e incertidumbre.

La larga experiencia del PCCh en deserciones, en intentos de golpe y en subversión por parte de actores externos lo predispone a una paranoia aguda, algo que alcanzó un punto álgido en la era de Mao. Xi corre el riesgo de institucionalizar este estilo paranoico. Un resultado de difuminar la línea entre la seguridad interna y externa ha sido la inflación de las amenazas: los cuadros del partido en áreas de bajo riesgo y baja criminalidad ahora emiten advertencias de terrorismo, "revoluciones de color" e "infiltración cristiana". En Xinjiang, los temores al separatismo se han utilizado para justificar convertir a toda la región en una prisión distópica de alta tecnología. Y en Hong Kong, Xi ha establecido una burocracia de "seguridad nacional" que puede ignorar las leyes locales y operar en total secreto mientras elimina las amenazas percibidas al gobierno de mano de hierro de Beijing. En ambos lugares, Xi ha demostrado que está dispuesto a aceptar el oprobio internacional cuando siente que los intereses fundamentales del partido están en juego.

En casa, Xi aviva el sentimiento nacionalista al enmarcar a China como rodeada y asediada por enemigos, explotando una visión, profundamente, emocional (y muy distorsionada) del pasado y romantizando las batallas de China contra los japoneses en la Segunda Guerra Mundial y su "victoria" sobre los Estados Unidos en la Guerra de Corea. Al advertir que China ha entrado en un período de mayor riesgo de "fuerzas extranjeras hostiles", Xi está tratando de acomodar a los ciudadanos chinos a la idea de tiempos más difíciles por delante y a asegurarse de que el partido y él mismo sean vistos como fuerzas estabilizadoras.

Mientras tanto, para aprovechar una ventana de oportunidad percibida durante una retirada estadounidense de los asuntos globales, Beijing ha avanzado, agresivamente, en múltiples frentes de política exterior. Estos incluyen el uso de tácticas de "zona gris", como el empleo de barcos de pesca comerciales para hacer valer los intereses territoriales en el Mar de China Meridional y en el establecimiento de la primera base militar de China en el extranjero, en Djibouti. El vasto mercado interno de China ha permitido a Xi amenazar a países que no demuestran obediencia política y diplomática, como lo demuestra la reciente campaña de coerción económica de Beijing contra Australia en respuesta al llamado de Canberra para una investigación independiente sobre los orígenes del virus que causa COVID 19. De manera similar, Xi ha alentado a los diplomáticos chinos, "guerreros lobo", a intimidar y hostigar a los países anfitriones que critican o antagonizan a China. A principios de este año, Beijing impuso sanciones contra Jo Smith Finley, una antropóloga y politóloga británica que estudia en Xinjiang y al Instituto Mercator de Estudios de China, un grupo de expertos alemán, cuyo trabajo, según el PCCh, había "dañado, gravemente, la soberanía y intereses."

Mao Zedong y Deng Xiaoping demostraron paciencia estratégica al afirmar los intereses de China en el escenario mundial. De hecho, Mao le dijo al presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon, que China podría esperar 100 años para reclamar Taiwán y Deng negoció el regreso de Hong Kong bajo la promesa (que Xi rompió desde entonces) de un período de 50 años de autonomía local. Ambos líderes tenían un profundo sentido de la relativa fragilidad de China y de la importancia de una habilidad política cuidadosa y matizada. Xi no comparte su ecuanimidad ni su confianza en las soluciones a largo plazo.

Eso ha provocado preocupaciones de que Xi intente una táctica, extraordinariamente, arriesgada para tomar Taiwán por la fuerza para 2027, el centenario de la fundación del Ejército Popular de Liberación. Sin embargo, parece dudoso que invitaría a un posible conflicto militar con los Estados Unidos a solo 177 km de la costa de China. Suponiendo que el EPL tuviera éxito en superar las defensas de Taiwán, por no hablar de superar la posible participación de los Estados Unidos, Xi tendría que llevar a cabo una ocupación militar contra una resistencia sostenida.

El hombre del sistema

La tendencia de Xi a creer que puede dar forma al curso preciso de la trayectoria de China recuerda la descripción del economista Adam Smith del "hombre del sistema", un líder "tan enamorado de la supuesta belleza de su propio plan ideal de gobierno, que no puede sufrir la desviación más pequeña de cualquier parte de ella ". Para lograr sus objetivos a corto plazo, Xi abandonó la mano invisible del mercado y forjó un sistema económico que depende de los actores estatales para alcanzar objetivos predeterminados.

Crítico para este cambio ha sido la dependencia de Xi de la política industrial, una herramienta de la política económica que había caído en desgracia hasta cerca del final del mandato del predecesor de Xi, Hu, cuando comenzó a dar forma al enfoque de Beijing hacia la innovación tecnológica. El año 2015 marcó un importante punto de inflexión, con la introducción de programas de política industrial de gran tamaño que buscaban no solo hacer avanzar una determinada tecnología o industria, sino también rehacer toda la estructura de la economía. Estos incluyeron el plan “Made in China 2025”, que tiene como objetivo mejorar las capacidades de fabricación de China en varios sectores importantes; la estrategia “Internet Plus”, un plan para integrar la tecnología de la información en industrias más tradicionales; y el “Decimocuarto Plan Quinquenal”, que describe una ambiciosa agenda para disminuir la dependencia de China de los insumos de tecnología extranjera. A través de tales políticas, Beijing canaliza decenas de billones de yuanes hacia empresas, tecnologías y sectores que considera estratégicamente significativos. Lo hace mediante subsidios directos, desgravaciones fiscales y “fondos de orientación del gobierno” de cuasimercado, que se asemejan a empresas de capital de riesgo controladas por el Estado.

Hasta ahora, el historial de Beijing en esta área es, decididamente, heterogéneo: en muchos casos, grandes sumas de inversión han producido rendimientos escasos. Pero como advirtió el economista Barry Naughton, “las políticas industriales chinas son tan amplias y tan nuevas que todavía no estamos en condiciones de evaluarlas. Puede que tengan éxito; pero, también, es posible que resulten desastrosas ".

Relacionado con esta política industrial está el enfoque de Xi hacia las empresas del sector privado de China, incluidos muchos de los gigantes tecnológicos y financieros que hace apenas unos años los observadores veían como posibles agentes de cambio político y social. La innovación tecnológica pone a empresas como Ant Group y Tencent en control de nuevos flujos de datos críticos y tecnología financiera. Xi, claramente, percibió esto como una amenaza inaceptable, como lo demuestra el reciente aumento del PCCh de la oferta pública inicial de Ant Group a raíz de los comentarios hechos por su fundador, Jack Ma, que muchos percibieron como críticos del partido.

Xi está dispuesto a renunciar a un impulso en el prestigio financiero internacional de China para proteger los intereses del partido y enviar una señal a las élites empresariales: el partido es lo primero. Sin embargo, esta no es una historia de David y Goliat. Es más parecido a una disputa familiar, dadas las estrechas y duraderas conexiones entre las empresas, nominalmente, privadas de China y su sistema político. De hecho, casi todos los empresarios más exitosos de China son miembros del PCCh y, para muchas empresas, el éxito depende de los favores otorgados por el partido, incluida la protección de la competencia extranjera. Pero, mientras que los líderes chinos anteriores otorgaron una amplia libertad al sector privado, Xi ha marcado una línea contundente. Hacerlo ha restringido, aún más, la capacidad del país para innovar. No importa cuán sofisticados sean los reguladores e inversores estatales de Beijing, la innovación sostenida y las ganancias en productividad no pueden ocurrir sin un sector privado vibrante.

¿Gran estrategia o gran tragedia?

Con el fin de aprovechar las ventajas temporales y evitar los desafíos domésticos, Xi se ha posicionado para una carrera de 15 años, una para la cual ha movilizado las asombrosas capacidades de un sistema que ahora domina sin competencia. El marco temporal truncado de Xi genera un sentido de urgencia que definirá la agenda política de Beijing, la tolerancia al riesgo y la voluntad de comprometerse a medida que avanza. Esto reducirá las opciones disponibles para los países que esperan moldear el comportamiento de China o que la actitud del "guerrero lobo" retroceda naturalmente.

Los Estados Unidos pueden refutar la afirmación de Pekín de que su democracia se ha atrofiado y que la estrella de Washington se está debilitando al fortalecer la resiliencia de la sociedad estadounidense y mejorar la competencia del gobierno de los Estados Unidos. Si Los Estados Unidos y sus aliados invierten en innovación y capital humano, pueden adelantarse a los esfuerzos de Xi por obtener la ventaja de ser el pionero en tecnologías críticas y emergentes. Del mismo modo, un papel estadounidense más activo y con visión de futuro en la configuración del orden global limitaría la capacidad de Pekín para difundir ideas antiliberales más allá de las fronteras de China.

Sin saberlo, Xi ha puesto a China en competencia consigo misma, en una carrera para determinar si sus muchas fortalezas pueden superar las patologías que el propio Xi ha introducido en el sistema. Cuando asumió el poder, el PCCh había establecido un proceso bastante predecible para la transición regular y pacífica del poder. El próximo otoño se llevará a cabo el XX Congreso del Partido y, normalmente, un líder que ha estado a cargo tanto tiempo como Xi se haría a un lado. Sin embargo, hasta la fecha, no hay expectativas de que Xi lo haga. Este es un movimiento extraordinariamente arriesgado, no solo para el propio PCCh sino también para el futuro de China. Sin un sucesor a la vista, si Xi muere inesperadamente en la próxima década, el país podría sumirse en el caos.

Incluso suponiendo que Xi se mantenga saludable mientras esté en el poder, cuanto más dure su mandato, más se parecerá el PCCh a un culto a la personalidad, como lo hizo bajo Mao. Los elementos de esto ya son evidentes y la adulación visible entre la clase política de China ahora es la norma. Los himnos a la grandeza del “pensamiento de Xi Jinping” pueden parecerles a los forasteros, simplemente, curiosos o incluso cómicos; pero tienen un efecto, genuinamente, perjudicial sobre la calidad de la toma de decisiones y los flujos de información dentro del partido.

Sería irónico y trágico que Xi, un líder con la misión de salvar al partido y al país, pusiera en peligro a ambos. Su curso actual amenaza con deshacer el gran progreso que China ha logrado durante las últimas cuatro décadas. Al final, Xi puede tener razón en que la próxima década determinará el éxito a largo plazo de China. Lo que probablemente no comprenda es que él mismo puede ser el mayor obstáculo.

Traducción: Carlos Pissolito


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