El "Nostromo" de Conrad y el Tercer Mundo.
Por Robert D. Kaplan.[1]
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Joseph Conrad (1857-1924) |
El problema es algo más que la separación de la literatura respecto de la historia y de ambas respecto de las ciencias políticas en la era de la especialización académica, lo que ha creado políticos ignorantes de los libros que explican mucho mejor lugares como Haití y Somalia que cualquier “metodología” científica.
Mientras que la utilidad de la historia es aceptada y no necesita más elaboración, la utilidad de la literatura es menos conocida entre las elites políticas, a pesar de que Marco Diani, un investigador principal del Centro Nacional de la Investigación Científica de Paris, escribió que: “La angustia de cualquier sociedad puede encontrarse en su literatura, mucho antes y en forma más claramente revelada que en sus ciencias sociales.”[2] Esto es porque el futuro reside en los silencios, adentro de los desagradables temas sensibles que la gente teme discutir en una cena por miedo a lo que puedan pensar los otros.
Y siendo una función principal de las ciencias sociales acumular información, precisamente sobre lo que las personas tienen miedo de hablar en frente de un grabador, es una de las causas por lo que el periodismo convencional es tantas veces un medio decepcionante para retratar una sociedad.
Mientras que la utilidad de la historia es aceptada y no necesita más elaboración, la utilidad de la literatura es menos conocida entre las elites políticas, a pesar de que Marco Diani, un investigador principal del Centro Nacional de la Investigación Científica de Paris, escribió que: “La angustia de cualquier sociedad puede encontrarse en su literatura, mucho antes y en forma más claramente revelada que en sus ciencias sociales.”[2] Esto es porque el futuro reside en los silencios, adentro de los desagradables temas sensibles que la gente teme discutir en una cena por miedo a lo que puedan pensar los otros.
Y siendo una función principal de las ciencias sociales acumular información, precisamente sobre lo que las personas tienen miedo de hablar en frente de un grabador, es una de las causas por lo que el periodismo convencional es tantas veces un medio decepcionante para retratar una sociedad.
La literatura, por suerte, es la única salvación para los políticos de elite, porque un escritor, bajo el disfraz de la ficción, puede decir la verdad mucho más fácilmente. Y en el vasto canon literario no hay un libro que yo conozca que defina mejor y diseccione los problemas más allá de los nuestros tan bien como el “Nostromo” de Joseph Conrad. Una novela de 1904 acerca de las relaciones entre emigrados europeos[3] y los habitantes locales de un imaginario país sudamericano, Costaguana.[4]
“Nostromo” no es excesivamente descriptiva e irritantemente confusa como su otra obra: “El Corazón de la Tinieblas”, tampoco su final es enteramente infeliz. En el medio de una sociedad en vías de desarrollo emerge Costaguna, en la que viven un arruinado y cínico doctor que no cree en la humanidad, un periodista escéptico y dos jefes de bandas criminales. Pero, no es la falta de ideales lo que ha llevado al país a su temprana destrucción.
Conrad nunca niega la posibilidad de progreso en una sociedad, pero es lo suficientemente irónico para saber que: “Los caminos del progreso humano son inescrutables”, y porque entiende que “toda acción es consolatoria” y que su “amigo de las falsas ilusiones”, Charles Gould, el idealista fallido de la novela, el que cree absolutamente en el desarrollo económico, y quien “no tiene un ojo irónico. Ni se siente cómodo con los absurdos que reinan en el mundo.”
“Nostromo” no es excesivamente descriptiva e irritantemente confusa como su otra obra: “El Corazón de la Tinieblas”, tampoco su final es enteramente infeliz. En el medio de una sociedad en vías de desarrollo emerge Costaguna, en la que viven un arruinado y cínico doctor que no cree en la humanidad, un periodista escéptico y dos jefes de bandas criminales. Pero, no es la falta de ideales lo que ha llevado al país a su temprana destrucción.
Conrad nunca niega la posibilidad de progreso en una sociedad, pero es lo suficientemente irónico para saber que: “Los caminos del progreso humano son inescrutables”, y porque entiende que “toda acción es consolatoria” y que su “amigo de las falsas ilusiones”, Charles Gould, el idealista fallido de la novela, el que cree absolutamente en el desarrollo económico, y quien “no tiene un ojo irónico. Ni se siente cómodo con los absurdos que reinan en el mundo.”
“Nostromo” es el mejor y el más difícil trabajo de Conrad. Es un poco largo, 465 páginas impresas en rústica, en pequeñas letras. En el cual saltearse unos pocos párrafos es arriesgarse a perder el hilo de la narración. En esta era obsesionada con los medios masivos de comunicación, cuando los “intelectuales” pasan sus tardes mirando C-SPAN y CNN; mejor harían si se familiarizaran con “El Corazón de las Tinieblas” antes que con “Nostromo”, solo porque el primero es extremadamente corto, a la vez que ameno y de lectura rápida, una narración sencilla con largas descripciones del paisaje. En “Nostromo”, sin embargo, la ambientación del paisaje está firmemente controlada, como un complemento estratégico del realismo político. El libro es para Conrad: “una declaración de lo qué es cierto acerca del mundo” escribe Martin Seymour Smith en su introducción a la edición de los clásicos de Penguin.
Es un tributo a la visión de Conrad que su descripción de Costaguana y su puerto, Sulaco, capturé tantas luces y sombras acerca de los problemáticos estados del Tercer Mundo (particularmente de los pequeños y aislados). Y con los que los corresponsales extranjeros viven diariamente, pero sobre los que no informan a sus lectores, porque tales detalles no encajan en los límites de las “noticias” o de los denominados análisis “objetivos”.
Hay, por ejemplo, un grupo de comerciantes extranjeros en Sulaco, sin los cuales no existiría la economía local; estas pequeñas parcelas de territorio foráneo (que son las sucursales de las compañías extranjeras y de sus respectivas embajadas) a los que la gente escapa en tiempos de desorden; y un oscuro capitán del ejército que ha pasado tiempo en el exterior deambulando por los cafés de las capitales europeas, y que cuando vuelve a su país, solo alimenta su resentimiento, que lo lleva a encabezar una rebelión provocada por sus soldados borrachos.
Está, también, la “estupenda magnificencia” del escenario local –lo que Conrad llama un “Paraíso de serpientes”. Llena de teorías conspirativas impulsadas por el profundo aislamiento y por un sentimiento general de incapacidad y “futilidad”. Donde la parte más rica y mejor desarrollada del país es habitada por los más cínicos sobre su futuro político, aun más que los propios extranjeros; y quieren separarse de las “las montañas”.
Conrad nos muestra, también, como las malas formas de urbanización deforman a las culturas: “los jóvenes urbanos de Campo Sulaco”, por ejemplo son: “morosos, ladronzuelos, vengativos y crueles, cualesquiera hayan sido las virtudes que sus hermanos de la llanura pudieran haber tenido.” Los describe oscilando entre el caos y la tiranía, y guiados por movimientos políticos nombrados en honor a sus líderes –Monteristas y Riberistas- Porque en Costaguana, a pesar de que se hable de “democracia” y de “liberación”, no hay ideas, solo personalidades.
Describe: “el terror del oficialismo con su aterrorizante parodia de administración sin ley y sin seguridad.” Describe un puerto, no uno oceánico, porque la desordenada Costaguana está “tan aislada” del mundo. Sus conclusiones son las de un típico novelista que puede escribir sin dañar su reputación como le pasaría si fuera un periodista el que lo hiciera: “Las causas fundamentales (del terror Monterista) son las mismas de siempre, están enraizadas en la inmadurez política del pueblo, en la indolencia de las clases superiores y en el atraso mental de las clases bajas.”
Giorgio Viola, un italiano que combatió junto a Giuseppe Garibaldi y que ahora vive en Costaguana con su moribunda esposa y sus dos hijas, cree que: “No es gente en busca de justicia, sino ladrones los que “atacan su casa a balazos y que intentan prenderle fuego al techo.”
Hay, por ejemplo, un grupo de comerciantes extranjeros en Sulaco, sin los cuales no existiría la economía local; estas pequeñas parcelas de territorio foráneo (que son las sucursales de las compañías extranjeras y de sus respectivas embajadas) a los que la gente escapa en tiempos de desorden; y un oscuro capitán del ejército que ha pasado tiempo en el exterior deambulando por los cafés de las capitales europeas, y que cuando vuelve a su país, solo alimenta su resentimiento, que lo lleva a encabezar una rebelión provocada por sus soldados borrachos.
Está, también, la “estupenda magnificencia” del escenario local –lo que Conrad llama un “Paraíso de serpientes”. Llena de teorías conspirativas impulsadas por el profundo aislamiento y por un sentimiento general de incapacidad y “futilidad”. Donde la parte más rica y mejor desarrollada del país es habitada por los más cínicos sobre su futuro político, aun más que los propios extranjeros; y quieren separarse de las “las montañas”.
Conrad nos muestra, también, como las malas formas de urbanización deforman a las culturas: “los jóvenes urbanos de Campo Sulaco”, por ejemplo son: “morosos, ladronzuelos, vengativos y crueles, cualesquiera hayan sido las virtudes que sus hermanos de la llanura pudieran haber tenido.” Los describe oscilando entre el caos y la tiranía, y guiados por movimientos políticos nombrados en honor a sus líderes –Monteristas y Riberistas- Porque en Costaguana, a pesar de que se hable de “democracia” y de “liberación”, no hay ideas, solo personalidades.
Describe: “el terror del oficialismo con su aterrorizante parodia de administración sin ley y sin seguridad.” Describe un puerto, no uno oceánico, porque la desordenada Costaguana está “tan aislada” del mundo. Sus conclusiones son las de un típico novelista que puede escribir sin dañar su reputación como le pasaría si fuera un periodista el que lo hiciera: “Las causas fundamentales (del terror Monterista) son las mismas de siempre, están enraizadas en la inmadurez política del pueblo, en la indolencia de las clases superiores y en el atraso mental de las clases bajas.”
Giorgio Viola, un italiano que combatió junto a Giuseppe Garibaldi y que ahora vive en Costaguana con su moribunda esposa y sus dos hijas, cree que: “No es gente en busca de justicia, sino ladrones los que “atacan su casa a balazos y que intentan prenderle fuego al techo.”
Conrad es incansable en su voluntad de mostrar cada una de las desagradables verdades. Ni siquiera puede admirar un bello edificio: “El pesado trabajo en piedra en puentes e iglesias dejado por los conquistadores”, escribe, “proclama el desprecio por el trabajo humano, un tributo de naciones desaparecidas.” Es en la cumbre de su realismo, que el autor –un polaco que conoció la tiranía rusa siendo niño y que pasó quince duros años en la marina mercante- que alcanza la equidad, (en una frase que demuele al Norte y al Sur: “Hay algo siempre irresponsable en la rapacidad de las apasionadas, bien intencionadas razas del Sur, que no es obstáculo para el oscuro idealismo de las del Norte, que ante el menor incentivo sueñan con nada inferior a la conquista de la tierra.”
Y es en su compasión por los individuos, antes que por los grupos, que Conrad alcanza humanidad. “Nostromo”, como cualquier otra gran historia, es una acerca de individuos y de su desesperada necesidad de amor.
Y es en su compasión por los individuos, antes que por los grupos, que Conrad alcanza humanidad. “Nostromo”, como cualquier otra gran historia, es una acerca de individuos y de su desesperada necesidad de amor.
El foco de la novela es la mina de plata cerrada “Santo Tomé”, alguna vez administrada por el padre de Charles Gould, un inglés. El padre de Gould había sido arruinado por el gobierno corrupto de Costaguana que hincó sus dientes en las ganancias de la mina. A pesar de que su padre le advirtió de alejarse de Costaguana y de la mina, Charles Gould regresa para reiniciar su operación, confiado en que la mina, además de hacer su propia fortuna, le dará a Costaguana los medios para su modernización.
Como muchos colonialistas e idealistas (ambos tipos están mucho más conectados de lo que uno piensa), Gould observa, que él no puede actuar o existir sin idealizar cada sentimiento sencillo, deseo o aspiración que tiene. No puede creer en sus propios motivos si primero no los integra en un cuento de hadas. La tierra no es lo suficientemente buena para él.
Como muchos colonialistas e idealistas (ambos tipos están mucho más conectados de lo que uno piensa), Gould observa, que él no puede actuar o existir sin idealizar cada sentimiento sencillo, deseo o aspiración que tiene. No puede creer en sus propios motivos si primero no los integra en un cuento de hadas. La tierra no es lo suficientemente buena para él.
Gould piensa como muchos miembros de la comunidad internacional: cuantitativamente, como aquellos determinados a evitar toda forma de subjetivismo –aun cuando el pensamiento subjetivo lo podría haber ayudado a entender qué fue lo que arruinó a su padre. Gould ve los problemas de la reapertura de la mina como algo meramente técnico. Pero es solo cuando supera las dificultades técnicas para extraer la plata con una ganancia interesante, que los problemas a los que aludía su padre comienzan.
El propio éxito de la mina, antes que crear dinero para la modernización, desestabiliza a la política local, y las ganancias producidas, se transforman –en ausencia de otros desarrollos- en el blanco de rumores maliciosos y en un imán de conflictos entre grupos criminales locales. La mina representa la ingenuidad de Gould, no la de los habitantes de Costaguana, igual que las preocupaciones por el petróleo, el gas natural y los minerales en el mundo subdesarrollado representan la ingenuidad de las corporaciones occidentales; ya que solo ellas tienen el conocimiento empresarial y técnico para que esto suceda.
En consecuencia, la pelea que se levanta en Costaguana por el éxito de Gould con su mina no es diferente a la violencia que arruinó a Congo-Brazzaville recientemente, donde las concesiones petroleras se convirtieron en un tesoro por el cual las facciones criminales luchaban a muerte. En tales zonas, Conrad sugiere que: “lo meramente racional falla.”
El Dr. Monygham, un doctor inglés expatriado en Costaguana, lo entiende todo y está determinado a ayudarlo a Gould –no porque le agrade, sino porque admira a la esposa de Gould, Emily, y porque se da cuenta de que ella intuye la realidad del país mucho mejor que su ciego marido. El Dr. Monygham es el cínico siniestro de “Nostromo”, cuya simple moralidad merece ser cuestionada. El Dr. Monygham se ha encontrado con los “imposible cara a cara”, a través de los ojos de sus pacientes moribundos a los que no ha podido salvar.
El ve perfectamente que las oportunidades yacen en todas las situaciones como éstas y que quedan abiertas a una amplia gama de posibilidades. Es astuto porque ha tenido una experiencia: la experiencia de sufrir la tortura bajo el régimen anterior de Costaguana. La tortura, Conrad, explica fue una forma de “naturalización”, a partir de la cual, le permitió al Dr. Monygham entender cómo era la vida real para un verdadero costaguanense. De hecho, se convirtió psicológicamente en el “esclavo de un fantasma”: el fantasma de un sacerdote inquisidor que abusó de él.
El autor alude al brillante futuro de la tortura en el siglo XXI, porque así como muchas pasiones del hombre se hacen más complejas, ayudadas por el desarrollo tecnológico, su habilidad para infligir dolor a sus congéneres crecerá en forma infinitamente más refinada –para ello demos una mirada al siglo XXI. La tortura puede ser todo menos un fruto del progreso. A pesar de que el Dr. Monygham se encuentra más allá de toda redención, es otro personaje en la trama el que concluye sobre él: “Nos salvó a todos nosotros del demonio mortal, del mafioso Sotillo, donde un hombre más escrupuloso hubiera fallado.”
El propio éxito de la mina, antes que crear dinero para la modernización, desestabiliza a la política local, y las ganancias producidas, se transforman –en ausencia de otros desarrollos- en el blanco de rumores maliciosos y en un imán de conflictos entre grupos criminales locales. La mina representa la ingenuidad de Gould, no la de los habitantes de Costaguana, igual que las preocupaciones por el petróleo, el gas natural y los minerales en el mundo subdesarrollado representan la ingenuidad de las corporaciones occidentales; ya que solo ellas tienen el conocimiento empresarial y técnico para que esto suceda.
En consecuencia, la pelea que se levanta en Costaguana por el éxito de Gould con su mina no es diferente a la violencia que arruinó a Congo-Brazzaville recientemente, donde las concesiones petroleras se convirtieron en un tesoro por el cual las facciones criminales luchaban a muerte. En tales zonas, Conrad sugiere que: “lo meramente racional falla.”
El Dr. Monygham, un doctor inglés expatriado en Costaguana, lo entiende todo y está determinado a ayudarlo a Gould –no porque le agrade, sino porque admira a la esposa de Gould, Emily, y porque se da cuenta de que ella intuye la realidad del país mucho mejor que su ciego marido. El Dr. Monygham es el cínico siniestro de “Nostromo”, cuya simple moralidad merece ser cuestionada. El Dr. Monygham se ha encontrado con los “imposible cara a cara”, a través de los ojos de sus pacientes moribundos a los que no ha podido salvar.
El ve perfectamente que las oportunidades yacen en todas las situaciones como éstas y que quedan abiertas a una amplia gama de posibilidades. Es astuto porque ha tenido una experiencia: la experiencia de sufrir la tortura bajo el régimen anterior de Costaguana. La tortura, Conrad, explica fue una forma de “naturalización”, a partir de la cual, le permitió al Dr. Monygham entender cómo era la vida real para un verdadero costaguanense. De hecho, se convirtió psicológicamente en el “esclavo de un fantasma”: el fantasma de un sacerdote inquisidor que abusó de él.
El autor alude al brillante futuro de la tortura en el siglo XXI, porque así como muchas pasiones del hombre se hacen más complejas, ayudadas por el desarrollo tecnológico, su habilidad para infligir dolor a sus congéneres crecerá en forma infinitamente más refinada –para ello demos una mirada al siglo XXI. La tortura puede ser todo menos un fruto del progreso. A pesar de que el Dr. Monygham se encuentra más allá de toda redención, es otro personaje en la trama el que concluye sobre él: “Nos salvó a todos nosotros del demonio mortal, del mafioso Sotillo, donde un hombre más escrupuloso hubiera fallado.”
Otro salvador de Sulaco –quien diseñó un plan por el cual si triunfaba se separaría de Costaguana- es Don Martín Decoud, un periodista radical, y que es uno de los personajes más intrigantes de la literatura. Decoud es un bohemio irresponsable, que sufre por estar aquejado por una gran sensibilidad por la humanidad y el progresismo político, en una manera tan a la moda como irresponsable.
Pero cuando regresa desde el exterior a su tierra natal, Costaguana, se enamora de una mujer mientras que su país se desintegra, es que es confrontado, por primera vez, por sucesos políticos que realmente impactan en su vida. Decoud pronto se encuentra a sí mismo en una situación, mientras que lo torturen hasta morir, que puede tanto ayudarlo a salvar Sulaco del mafioso Montero, como a sostener a los monteristas en el poder. Frente a ello, Decoud se transforma en un héroe decepcionado, que encuentra su salvación moral a través de la acción y que porque no es “meramente racional” lo ayuda, en una forma irónica, a salvar a todo el pueblo de Sulaco de su ruina.
Pero cuando regresa desde el exterior a su tierra natal, Costaguana, se enamora de una mujer mientras que su país se desintegra, es que es confrontado, por primera vez, por sucesos políticos que realmente impactan en su vida. Decoud pronto se encuentra a sí mismo en una situación, mientras que lo torturen hasta morir, que puede tanto ayudarlo a salvar Sulaco del mafioso Montero, como a sostener a los monteristas en el poder. Frente a ello, Decoud se transforma en un héroe decepcionado, que encuentra su salvación moral a través de la acción y que porque no es “meramente racional” lo ayuda, en una forma irónica, a salvar a todo el pueblo de Sulaco de su ruina.
Secundariamente a Decoud y el Dr. Monygham –estoy simplificando brutalmente una compleja trama- hay dos grupos criminales que no son mejor que aquellos que redujeron a Sulaco al rufianismo. Pero una de las lecciones de “Nostromo” es que en tales situaciones uno tiene que mezclarse con lo malvado para poder derrotarlo. Entre los mejores momentos de la novela se encuentra uno cuando Decoud le explica pacientemente al Sr. Gould, que para salvar a sus amadas escuelas y hospitales, es que será necesario unir fuerzas con la peor banda criminal del país, dirigida por Hernández- “la viva expresión de la crueldad, la injusticia, la estupidez y la opresión.”
El plan de Decoud – es uno astuto, que si funciona- hará Hernández general del ejército que rescatará a Sulaco. Pero la persona más crucial del esfuerzo por salvar Sulaco es un dirigente sindical de los estibadores portuarios de origen italiano, Gian Battista Fidanza, conocido por la comunidad europea como Nostromo, una deformación de la voz italiana “nuestro hombre”. Nostromo es aquel “amigo entre miles” quien, valiente, carismático y astuto conductor de hombres (cuya personalidad salva la brecha entre los europeos y los nativos), es el único que puede realmente poner en acción los planes de Decoud y del Dr. Monygham.
Sin Nostromo, la clase de tipo pragmático que sabe tanto cómo custodiar la plata de Gould, como contactarse con los criminales, y mucho más, con los sitiados europeos, quienes pese a todas sus discusiones acaloradas y a sus conocimientos, simplemente estarían perdidos.
El plan de Decoud – es uno astuto, que si funciona- hará Hernández general del ejército que rescatará a Sulaco. Pero la persona más crucial del esfuerzo por salvar Sulaco es un dirigente sindical de los estibadores portuarios de origen italiano, Gian Battista Fidanza, conocido por la comunidad europea como Nostromo, una deformación de la voz italiana “nuestro hombre”. Nostromo es aquel “amigo entre miles” quien, valiente, carismático y astuto conductor de hombres (cuya personalidad salva la brecha entre los europeos y los nativos), es el único que puede realmente poner en acción los planes de Decoud y del Dr. Monygham.
Sin Nostromo, la clase de tipo pragmático que sabe tanto cómo custodiar la plata de Gould, como contactarse con los criminales, y mucho más, con los sitiados europeos, quienes pese a todas sus discusiones acaloradas y a sus conocimientos, simplemente estarían perdidos.
Aquí Conrad muestra su maestría en una situación como con la que los europeos se han venido enfrentando en el Tercer Mundo hasta nuestros días, especialmente cuando han puesto en sus mejores intenciones en impulsar los intereses de la población local. Recuerdo que en Jartum y en Mogadiscio durante la hambruna de 1980 en el Cuerno de África, y en África Occidental durante las varias crisis de los 90, la comunidad de donantes occidentales estaba a merced de un puñado de griegos en Jartum, de italianos locales en Mogadiscio y de residentes libaneses en África Occidental, todos quienes sabían cómo hacer las cosas: como obtener visas de la policía, como sacar sus cargas de los puertos, como hacer pasar su comida por los caminos bloqueados –detalles sin los que los esfuerzos humanitarios hubieran colapsado.
Estas personas eran generalmente cínicos: podían hacer pasar igualmente una carga de contrabando como una de ayuda para los hambrientos. Pero eran cínicos porque habían tenido esas experiencias, y porque las habían tenido es que eran efectivos para lograr hacer progresar una buena causa. En la persona de Nostromo, Conrad los condensó a todos ellos.
Estas personas eran generalmente cínicos: podían hacer pasar igualmente una carga de contrabando como una de ayuda para los hambrientos. Pero eran cínicos porque habían tenido esas experiencias, y porque las habían tenido es que eran efectivos para lograr hacer progresar una buena causa. En la persona de Nostromo, Conrad los condensó a todos ellos.
El final de Conrad, el cual no voy a contar, ha sido muchas veces criticado por su debilidad, como si Conrad no hubiera sabido como completar su gran novela. Los grandes libros, por supuesto, no son necesariamente perfectos. Pero es posible que sus críticos estuvieran equivocados. Las últimas cincuentas y pico de páginas finales de “Nostromo” se focalizan en el fallido amor por la hija menor de Giorgio Viola, Giselle.
De hecho, la novela se vuelve ordinaria mientras los eventos políticos van desapareciendo. ¿Pero, no es así como sucede en la realidad? Más aun, es mediante el impulso de sus motivos personales es que esos mismos personajes tienen éxito en su acción política. Conrad coloca su pesimismo en el lugar al que pertenece: dentro de esa huella de humanismo.
El autor muestra que aun los héroes auténticos como Nostromo están motivados más por la vanidad personal que por sus ideales, y que tal vanidad, antes que ser algo malo, es la verdadera fuente de su incorruptibilidad. El Dr. Monygham y Decoud son valientes porque quieren impresionar a una mujer en particular cada uno. Nostromo es valiente porque busca un prestigio que pueda luego canjear por dinero en el futuro.
Nuevamente, estoy simplificando brutalmente a personajes literarios complejos, pero el punto es que a menudo las cosas más nobles en política se hacen por las más personales de las razones, y no por aquello que se ha expuesto públicamente. Y esta es nuestra salvación: porque la gente que está realmente “comprometida” es habitualmente la más peligrosa, o al menos la más santurrona. El deseo de riqueza, o de ser admirado por una bella mujer, puede, de hecho, preservar la objetividad mucho mejor que el deseo de salvar a un millón de personas.
De hecho, la novela se vuelve ordinaria mientras los eventos políticos van desapareciendo. ¿Pero, no es así como sucede en la realidad? Más aun, es mediante el impulso de sus motivos personales es que esos mismos personajes tienen éxito en su acción política. Conrad coloca su pesimismo en el lugar al que pertenece: dentro de esa huella de humanismo.
El autor muestra que aun los héroes auténticos como Nostromo están motivados más por la vanidad personal que por sus ideales, y que tal vanidad, antes que ser algo malo, es la verdadera fuente de su incorruptibilidad. El Dr. Monygham y Decoud son valientes porque quieren impresionar a una mujer en particular cada uno. Nostromo es valiente porque busca un prestigio que pueda luego canjear por dinero en el futuro.
Nuevamente, estoy simplificando brutalmente a personajes literarios complejos, pero el punto es que a menudo las cosas más nobles en política se hacen por las más personales de las razones, y no por aquello que se ha expuesto públicamente. Y esta es nuestra salvación: porque la gente que está realmente “comprometida” es habitualmente la más peligrosa, o al menos la más santurrona. El deseo de riqueza, o de ser admirado por una bella mujer, puede, de hecho, preservar la objetividad mucho mejor que el deseo de salvar a un millón de personas.
¿Pero como uno acomoda estas verdades con la política de una comunidad? Cuando aun discutirlo es difícil. Y es especialmente arduo de enseñar en un aula, porque muchos estudiantes a los que les interesan las ciencias sociales y el periodismo, por estos días, provienen de buenos ambientes y tienden a caer en visiones idealistas –en contraposición con otros jóvenes con los que me he encontrado en universidades y corporaciones en el mundo, que vienen de ambientes más duros, quienes no tienen vergüenza en querer “hacer plata.”
Pero es irónicamente el segundo tipo –aquellos que no tienen interés en las ciencias políticas, pero que han sido condicionados como realistas- quienes parecen estar mejor equipados psicológicamente para comprender la situación en muchos lugares problemáticos del mundo. Entonces, la fina ficción de Conrad puede ser la única esperanza para la próxima generación de periodistas y de políticos.
Pero es irónicamente el segundo tipo –aquellos que no tienen interés en las ciencias políticas, pero que han sido condicionados como realistas- quienes parecen estar mejor equipados psicológicamente para comprender la situación en muchos lugares problemáticos del mundo. Entonces, la fina ficción de Conrad puede ser la única esperanza para la próxima generación de periodistas y de políticos.
Traducción Carlos Pissolito.
[1] Robert D. Kaplan es un editor asociado al “The Atlantic Monthly” y es autor de cinco libros, más recientemente de: “Imperial Grunts: The American Military On The Ground.”, publicado en el 2005.
[2] Ver la introducción de Diani a Honore de Balzac, “The Bureaucrats.” (Evanston, IL: Northwestern University Press, 1993).
[3] Se ha preferido el término “emigrados europeos” que el original “Westeners” (occidentales) por considerarlo más apropiado en el contexto de la novela. (N.T.)
[4] La versión de la novela usada es: Joseph Conrad, “Nostromo: Tale of the Seabord” (New York and Middlesex, Inglaterra: Penguin Classics, editado en 1904).
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