Andrés Oppenheimer aoppenheimer@elnuevoherald.com
Malas noticias para Brasil: su momento mágico como el mercado emergente más promisorio del mundo a los ojos de las elites económicas internacionales se está esfumando, y está siendo reemplazado por una avalancha de pronósticos sombríos.Un artículo en el próximo número de la influyente revista Foreign Affairs, titulado “Pesimista sobre Brasil” es tan sólo el último de varios artículos similares publicados en las últimas semanas que pintan a Brasil como un país que se está quedando estancado.
El artículo de Foreign Affairs, un fragmento de un libro titulado Breakout Nations, de Ruchir Sharma, el jefe de mercados emergentes de Morgan Stanley, se basa en un argumento que hemos expresado muchas veces en esta columna: el crecimiento de Brasil ha dependido demasiado del precio mundial de las materias primas, y el país enfrentará graves problemas en cuanto esos precios empiecen a bajar.
Esa tendencia ya ha comenzado, dice Sharma. China, el mayor comprador de materias primas brasileras, anunció en marzo que su economía crecerá menos del ocho por ciento este año por primera vez desde 1998.
Pocas naciones en desarrollo han logrado crecer durante varias décadas seguidas gracias a sus exportaciones de materias primas, dice Sharma. Las que han crecido sostenidamente durante dos o tres décadas, como China e India, lo han hecho gracias a sus exportaciones de productos manufacturados y servicios.
Mientras que China se insertó de lleno en el comercio global y se concentró en invertir en puentes y caminos, Brasil se volcó hacia adentro y no invirtió en infraestructura. No es una sorpresa que China haya crecido cuatro veces más rápido que Brasil en las últimas tres décadas, dice Sharma.
Además, Brasil se está perjudicando al mantener una de las monedas más caras del mundo. Eso es bueno para los brasileros que quieren comprar apartamentos en Miami, pero pésimo para los exportadores de productos manufacturados o servicios del país, agrega.
“Brasil debe reconocer que la época de fácil crecimiento para los mercados emergentes y de los altos precios de las materias primas se está terminando’’, y debe realizar urgentes reformas económicas, concluye Sharma.
El mes pasado un artículo similar de la agencia de noticias Reuters dijo que debido a que la presidenta Dilma Rousseff no ha impulsado reformas económicas audaces, Brasil se ha convertido en “un lugar cada vez más estancado’’. La economía creció el 2.7 por ciento el año pasado, y se espera que crezca un promedio del 3 por ciento en los próximos años.
En Latinoamérica, la imagen de Brasil como la nueva estrella del mundo emergente tambien se está extinguiendo.
El ex canciller de México, Jorge Castaneda, escribió recientemente que, contrariamente a la opinión generalizada, México está superando a Brasil en casi todos los frentes, incluyendo el crecimiento económico y el índice de homicidios. La diferencia es que los brasileros saben venderse mejor, afirmó.
Y el ex presidente peruano Alan García me dijo en una entrevista reciente que Brasil es “un gigante fatigado” que se está quedando cada vez más atrás. García bromeó diciendo que el grupo de los BRICS —el bloque de las potencias emergentes constituido por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica— ya podría llamarse “RICS”, una sigla que incluye a los mismos países, menos Brasil.
Hasta hace muy poco, Brasil parecía imparable, entre otras cosas por haber sacado a 30 millones de personas de la pobreza, por el reciente descubrimiento de enormes reservas petroleras, y por haber sido designado anfitrión de la Copa Mundial de Fútbol en el 2014 y de los Juegos Olímpicos del 2016.
Las portadas de The Economist, la revista Time y varias otras publicaciones internacionales pintaban a Brasil como la nueva estrella del mundo emergente. Hace apenas unas pocas semanas, el anuncio de que Brasil superó a Gran Bretaña como la sexta economía más grande del mundo generó una nueva seguidilla de titulares optimistas sobre el ascenso brasileño, que recién ahora se está revirtiendo.
Mi opinión: Comparto las preocupaciones sobre el futuro inmediato de Brasil, pero soy optimista sobre el futuro de Brasil a mediano y largo plazo.
A diferencia de algunos de sus vecinos como Argentina y Venezuela, Brasil piensa a largo plazo. Brasil desde hace mucho tiempo viene fomentando algunas industrias claves, como las energías alternativas y la fabricacion de aviones, está tomando medidas para mejorar la calidad de su edu ación primaria, y recientemente lanzó un programa para enviar 100,000 estudiantes universitarios al exterior, la mayoría de ellos para estudiar ciencias e ingeniería en universidades de Estados Unidos.
Brasil no es un gigante fatigado. Más bien, es un gigante temporalmente desorientado, que todavía no ha entendido plenamente por qué otros lo están aventajando. Una vez que salga de su estado de confusión y se inserte más plenamente en la economía global —como China e India— estará bien posicionado como para volver a competir con renovadas energías.
El artículo de Foreign Affairs, un fragmento de un libro titulado Breakout Nations, de Ruchir Sharma, el jefe de mercados emergentes de Morgan Stanley, se basa en un argumento que hemos expresado muchas veces en esta columna: el crecimiento de Brasil ha dependido demasiado del precio mundial de las materias primas, y el país enfrentará graves problemas en cuanto esos precios empiecen a bajar.
Esa tendencia ya ha comenzado, dice Sharma. China, el mayor comprador de materias primas brasileras, anunció en marzo que su economía crecerá menos del ocho por ciento este año por primera vez desde 1998.
Pocas naciones en desarrollo han logrado crecer durante varias décadas seguidas gracias a sus exportaciones de materias primas, dice Sharma. Las que han crecido sostenidamente durante dos o tres décadas, como China e India, lo han hecho gracias a sus exportaciones de productos manufacturados y servicios.
Mientras que China se insertó de lleno en el comercio global y se concentró en invertir en puentes y caminos, Brasil se volcó hacia adentro y no invirtió en infraestructura. No es una sorpresa que China haya crecido cuatro veces más rápido que Brasil en las últimas tres décadas, dice Sharma.
Además, Brasil se está perjudicando al mantener una de las monedas más caras del mundo. Eso es bueno para los brasileros que quieren comprar apartamentos en Miami, pero pésimo para los exportadores de productos manufacturados o servicios del país, agrega.
“Brasil debe reconocer que la época de fácil crecimiento para los mercados emergentes y de los altos precios de las materias primas se está terminando’’, y debe realizar urgentes reformas económicas, concluye Sharma.
El mes pasado un artículo similar de la agencia de noticias Reuters dijo que debido a que la presidenta Dilma Rousseff no ha impulsado reformas económicas audaces, Brasil se ha convertido en “un lugar cada vez más estancado’’. La economía creció el 2.7 por ciento el año pasado, y se espera que crezca un promedio del 3 por ciento en los próximos años.
En Latinoamérica, la imagen de Brasil como la nueva estrella del mundo emergente tambien se está extinguiendo.
El ex canciller de México, Jorge Castaneda, escribió recientemente que, contrariamente a la opinión generalizada, México está superando a Brasil en casi todos los frentes, incluyendo el crecimiento económico y el índice de homicidios. La diferencia es que los brasileros saben venderse mejor, afirmó.
Y el ex presidente peruano Alan García me dijo en una entrevista reciente que Brasil es “un gigante fatigado” que se está quedando cada vez más atrás. García bromeó diciendo que el grupo de los BRICS —el bloque de las potencias emergentes constituido por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica— ya podría llamarse “RICS”, una sigla que incluye a los mismos países, menos Brasil.
Hasta hace muy poco, Brasil parecía imparable, entre otras cosas por haber sacado a 30 millones de personas de la pobreza, por el reciente descubrimiento de enormes reservas petroleras, y por haber sido designado anfitrión de la Copa Mundial de Fútbol en el 2014 y de los Juegos Olímpicos del 2016.
Las portadas de The Economist, la revista Time y varias otras publicaciones internacionales pintaban a Brasil como la nueva estrella del mundo emergente. Hace apenas unas pocas semanas, el anuncio de que Brasil superó a Gran Bretaña como la sexta economía más grande del mundo generó una nueva seguidilla de titulares optimistas sobre el ascenso brasileño, que recién ahora se está revirtiendo.
Mi opinión: Comparto las preocupaciones sobre el futuro inmediato de Brasil, pero soy optimista sobre el futuro de Brasil a mediano y largo plazo.
A diferencia de algunos de sus vecinos como Argentina y Venezuela, Brasil piensa a largo plazo. Brasil desde hace mucho tiempo viene fomentando algunas industrias claves, como las energías alternativas y la fabricacion de aviones, está tomando medidas para mejorar la calidad de su edu ación primaria, y recientemente lanzó un programa para enviar 100,000 estudiantes universitarios al exterior, la mayoría de ellos para estudiar ciencias e ingeniería en universidades de Estados Unidos.
Brasil no es un gigante fatigado. Más bien, es un gigante temporalmente desorientado, que todavía no ha entendido plenamente por qué otros lo están aventajando. Una vez que salga de su estado de confusión y se inserte más plenamente en la economía global —como China e India— estará bien posicionado como para volver a competir con renovadas energías.
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