¿Es lícito al vencedor festejar un trinfo militar? En el cual han habido muertos, heridos, mutilados. Los romanos hasta tenían una ceremonia especial para ello. Pero, para cierto progresismo moderno esto es incompatible con la más mínima sensibilidad humana. Sin embargo, a lo largo de la historia y a lo ancho del mundo, hermosos monumentos testimonian lo contrario. Para aclarar este punto traemos un fragmento de la conocida obra "La Transformación de la Guerra" del profesor de historia israelí, Martin van Creveld.
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Estatua al mítico guerrero Aquiles. |
Así como no tiene sentido preguntarse “porque la gente come” o “para que duermen”, el pelear es, de muchas formas, no un medio sino un fin. A través de la historia por cada persona que ha expresado el horror que le causó la guerra hay otra que encontró en ella a la más maravillosa entre las experiencias que le son impuestas al hombre, aun hasta el punto de que luego se pasa una vida aburriendo a sus descendientes recordándoles sus hazañas. Para seleccionar solo unos pocos ejemplos, todos de ellos recientes y todos ellos pertenecientes a nuestra civilización Occidental, se dice que Robert E. Lee[1] dijo, “Es bueno que la guerra sea tan terrible de lo contrario la amaríamos demasiado.” A Teodoro Roosevelt nada le gustaba más que una buena pelea (tópico sobre el cual escribió extensamente) y cuando la oportunidad se le presentó, se colocó a la cabeza de los Rouge Riders[2] y se fue a cazar españoles. Winston Churchill pasó su juventud persiguiendo una guerra tras otra, en las vísperas de la Primera Guerra Mundial le escribió a una amiga para comentarle cuan excitado, energizado y emocionado lo hacía sentir; en 1945 la aproximación del final de la Segunda Guerra Mundial lo hizo sentir como si cometiera un suicidio. Por su parte, George S. Patton en una ocasión escribió en su diario cuanto él “amaba” a la guerra. No debería pensarse que estos son simplemente las peculiaridades personales de grandes hombres –extraños quizás, pero en definitiva insignificantes. Sino que al contrario, da pie a pensar que las personas que no disfrutan del combate (o que no pueden simular hacerlo, lo cual en el fondo es lo mismo) son incapaces de guiar a otros durante el mismo. Una de las razones por las que Patton, Churchill, Teodoro Roosevelt y Lee fueron considerados grandes conductores es que para ellos el luchar representaba un medio en el cual se sentían vivos. Al disfrutar ellos mismos y sus compañeros en todo momento y en todo lugar pudieron inspirar a una cantidad incontable de seguidores quienes al entrar en combate lograron comprender el significado de la excitación, la aceleración, el éxtasis y el delirio. Pocos de nosotros somos inmunes a estas sensaciones y aquellos que los son, son tal vez, pocos merecedores de admiración. La lista de aquellos que han dejado por escrito el disfrute que le produce la guerra no tiene fin. Aun incluye a algunos, como el poeta británico de la Primera Guerra Mundial, Siegfried Sasson, que más tarde se volcaron a protestar enardecidamente en contra de su horror e inutilidad.
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El conocido Arc de Triomphe que conmemora las victorias de Napoleón. |
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Nuestro querido Cerro de la Gloria. |
El hecho de que la guerra es o puede ser un goce supremo es de igual manera evidente en la historia de los juegos. Desde las competencias de la tribus germánicas descriptas por Tácito hasta el fútbol americano moderno, los más populares de los juegos siempre han sido aquellos que imitaban una lucha o proveían un substituto para ella; paradójicamente, también esto es cierto acerca de esas pocas sociedades tales como los esquimales de Alaska quienes, por varias razones, no conocían la guerra como tal. La frase usada por Avner, siervo de Ish Boshet, “Deja que los jóvenes se levanten y jueguen en frente de nosotros,” (Samuel II, 2, 13) suena como si se refiriera a algún juego inocuo. Mientras que en realidad era la iniciación de una serie de combates a muerte mano a mano, en los cuales todos sus 24 participantes perdieron la vida. La penúltima y más excitante de todas las competencias organizadas por Aquiles sobre la tumba de Patroclo consistió en un duelo armado entre dos de los más grandes héroes de los aqueos, Diómedes y Ajax; que solo se diferenciaba de un duelo real por el hecho de que fue detenido a último momento cuando una lanza resplandeciente se dirigía hacia la garganta de Ajax para atravesarla. Una vez más el lector no deberá cometer el muy elegante error de despreciar tales juegos como si fueran sólo apropiados para degenerados sedientos de sangre. Agustín era tan cristiano como se puede llegar a ser; sin embargo sus Confesiones contienen un vivido relato de cómo los ludi Maximus [4] romanos eran capaces de convertir a los espectadores en barra-bravas, aun en contra de su voluntad.
Tampoco debería subestimarse el hecho de que el combate en sí mismo ha sido muchas veces considerado no sólo como un espectáculo, sino como el más grande de los espectáculos. Desde el tiempo en el que las mujeres troyanas se subieron a las murallas para mirar el combate entre Aquiles y Héctor, innumerables han sido los casos en que las batallas han sido presenciadas por espectadores excitados. Durante el comienzo de la Edad Media, un periodo en el que la guerra era consideraba desde una perspectiva semi-jurídica, hasta hubo casos en que la ubicación se seleccionaba con anticipación, generalmente en una pradera o a orillas de un río, específicamente para que la gente pudiera reunirse a mirar; después de todo la justicia debía ser contemplada y no simplemente cumplida. Exactamente como una pelea callejera pronto atraerá a una multitud, también en Froissart es posible encontrar más de una ocasión en la cual ejércitos de caballeros dejaban de luchar, se apoyaban en sus espadas y se detenían a mirar duelos entre individuos o grupos. Hacia fines de la Edad Media la batalla de Agincourt fue tan feroz como cualquiera, lo que es más, destinada a terminar en una infame masacre. Sin embargo era típico de la época que mientras los oponentes se descuartizaban unos a otros, sus respectivos heraldos se acomodaban en las colinas cercanas para observar los procedimientos.
La aparición de las armas de fuego causó que las tropas se dispersaran y que los frentes se hicieran más amplios. También exponía a los espectadores a balas pérdidas, haciendo la actividad de asistencia a las batallas un tanto más difícil al incrementarse los riegos involucrados. Aun así, Vandervelde el Joven fue uno de los más celebrados artistas que entre muchos otros comenzaron hacia finales del siglo XVII a presentarse tanto a batallas terrestres como navales. Trabajando por encargo o en forma independiente pintaba la acción y vendía los resultados. Tan cercano a nuestros días como 1861 miles de washingtonianos se aparecieron con sus atuendos domingueros y sus canastas de picnic listos para presenciar la primera batalla de Bull Run, y terminaron corriendo por sus vidas cuando los confederados tuvieron una inesperada victoria. Sin embargo, no se lo tomaron muy en serio cuando los acorazados Virginia y Monitor se batieron en Hampton Road en marzo de 1863, las costas de ambos lados de la bahía estaban, una vez más, cubiertas con espectadores. Aun hoy en día, cualquiera que haya presenciado un combate aéreo puede dar testimonio de los suspiros, de las exhalaciones y de las hurras o maldiciones que se escapan de las gargantas de los presentes cada vez que una columna de humo indica que un avión ha sido abatido. Es más, por cada persona que ha visto tales cosas en la realidad hay miles que pagan por el privilegio de leerlo en un diario o de verlo en una pantalla.
[1] Comandante militar y naval del Estado de Virginia durante la Guerra de Secesión norteamericana. También, se desempeñó como el principal asesor militar del presidente confederado Jefferson Davis. Con el desarrollo de la guerra se convirtió en un carismático conductor, idolatrado por las tropas del Sur, pero que también se ganó la admiración de sus adversarios del Norte. (N.T.)
[2] Los Rough Riders fueron una formación montada comandada por el entonces Subsecretario de la Marina, luego Presidente de los EE.UU. Teodoro Roosevelt. Dicha formación tuvo una intervención destacada, el asalto a la altura San Juan, durante la Guerra de Cuba librada entre los EE.UU. y España en 1898. (N.T.)
[3] Dividida en 24 libros, la Ilíada cuenta las trágicas aventuras de Aquiles en el marco de la Guerra de Troya, se presume que fue escrita por Homero en alrededor del 850 a.C. La Canción de Rolando inmortaliza a un héroe franco, quien fuera el comandante de la frontera Bretona durante el reinado de Carlomagno. Su batalla más famosa, en la que muere, fue la de Roncesvalles (778) donde derrota a la invasión sarracena proveniente del país vasco español. Por su parte, los Nibelungos tienen su origen en una leyenda germana medieval que cuenta las aventuras del héroe Sigfrido, miembro de la corte de Atila el Huno, en su lucha contra una poderosa familia, poseedora de un tesoro de oro maldito. (N.T.)
[4] Se componían de un festival de juegos que incluía varias formas de entretenimiento como: representaciones teatrales, carreras de carros y combate de gladiadores y de bestias. Estos dos últimos quedaron suspendidos durante la República. (N.T.)
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