Por Steven Metz- World
Politics Review, 19 Set 12.
Por décadas, los EE.UU. se
preocuparon de poco más que la estabilidad en el mundo islámico, construyendo
alianzas con una sórdida casta de monarcas, déspotas militares y civiles.
Mientras esta aproximación continúa siendo aplicada a unos pocos países, fue masivamente
descartada después del 11S, cuando el gobierno de Bush reconoció que los EE.UU.
no podían seguir siendo amigos de dictadores que controlaban al extremismo
violento y tener éxito. La nueva estrategia norteamericana fue encarar el
problema del extremismo con la doctrina de la contrainsurgencia. Los EE.UU.
atacarían a los terroristas directamente mientras, en forma simultánea, le
cortaban el apoyo popular a ese extremismo. Si bien todo pareció tener sentido,
probó ser muy difícil de ejecutar.
A pesar del hecho que la mayoría
de los terroristas del 11S y el liderazgo de al´Queda y sus fundadores venían
de familias acomodadas, el gobierno de Bush concluyó que el extremismo y el
odio provenían de una falta de oportunidades políticas y económicas en sus países
de origen. En consecuencia, la democracia y la prosperidad serían los mejores
antídotos contra el terrorismo y probarían que sus causas podían ser
eliminadas.
El gobierno de Obama no se hizo
problema por la estrategia de la contrainsurgencia, pero concluyó que el
Presidente George Bush la había implementado incorrectamente: La agresiva
retórica y el unilateralismo del gobierno de Bush cortaron la posibilidad de un
acercamiento viable. En su discurso de El Cairo, en junio de 2009, el
Presidente Barak Obama expresó su compromiso respecto de: “un nuevo comienzo
entre los EE.UU. y los musulmanes de todo el mundo.”
La solución, según Obama, estaba más
relacionada con la cooperación: “Los norteamericanos” –dijo- “están listos para
unirse con los ciudadanos y los gobiernos, las comunidades organizadas, los líderes
religiosos y de negocios en las comunidades musulmanes de todo el mundo para
ayudar a la gente a tener una vida mejor.”
Conceptualmente, sin embargo,
había poca diferencia entre las estrategias de Bush y las de Obama.
La violencia de la semana pasada
muestra que el problema de la estrategia norteamericana no es tan simple. Es uno
profundo. En particular, la estrategia se basa en tres cosas. Una, en la floja
asunción de que los gobiernos democráticos pueden controlar al extremismo. En
realidad, los gobiernos democráticos son menos capaces de hacerlo que los
autoritarios para reinar en un ambiente de odio popular. Ante la necesidad de
apoyo electoral, los gobiernos democráticos en el mundo islámico coherentemente
deben tolerar al extremismo para no ser atacados por éste en forma directa. Ellos
creen que la bronca contra los EE.UU., no está dirigida contra ellos.
La tecnología que permite
compartir videos, enviar mensajes de texto, chats y redes sociales, todo reunido
en baratos y disponibles teléfonos celulares, es lo que ha hecho la tarea de
controlar la bronca pública mucho más difícil. Ahora es fácil organizar el
descontento y volverlo contra un blanco específico. A veces esto tiene un
efecto positivo, como fue el caso de la Primavera árabe, que expulsó a los
dictadores de Túnez, Egipto y Libia. Pero, tiene un lado negativo, también,
haciendo fácil para las organizaciones malignas crear inestabilidad. A partir
de que los gobiernos, las elites y los medios de comunicación en el mundo
islámico son susceptibles a las teorías conspirativas que en sus naciones
culpan de sus problemas a los EE.UU., estos gobiernos tienen poco interés en
construir barreras contra esta bronca pública. Es más fácil y menos costoso políticamente,
dejar que la histeria se consuma a sí misma.
Segundo, fuera de lugares como
Indonesia y Malasia, pocos gobiernos entre los que son predominantemente
musulmanes, han tomado en sus manos la educación para reformar su economía y sus
gobiernos para mejorar la innovación, el espíritu empresario, la inversión, el
ahorro y la competitividad en un mundo globalizado. Como resultado, pocas
economías de la región están creciendo rápidamente para acomodar a sus inmensas
poblaciones de jóvenes. Una estrategia de contrainsurgencia, incluyendo a la
estrategia global de los EE.UU. de contener al extremismo musulmán, solo puede
funcionar si los gobiernos locales hacen una reforma profunda. En este caso,
los gobiernos han comenzado a aceptar la necesidad de estas reformas, pero son
igualmente importantes las económicas y las culturales.
Finalmente, la estrategia de los
EE.UU. ha fracasado en reconocer que las diferencias entre los EE.UU. y el
mundo islámico no se pueden simplificar y superar simplemente mediante una
retorica amable; cuando lo que realmente refleja es un profundo resentimiento
estructural contra el poder norteamericano, las relaciones de los EE.UU. con
Israel y los valores occidentales, incluyendo el compromiso a la libertad de
expresión, aun cuando este es ejercido en forma exagerada, insultante e
irresponsable.
¿Cuáles, son entonces, las
opciones de Washington? Últimamente, la solución depende en qué se identifique
a la causa correcta de esta bronca y de este resentimiento. Si, como los
gobiernos de Bush y Obama lo creen, estos sentimientos públicos reflejan la
ausencia de oportunidades políticas y económicas, la estrategia de las décadas
pasadas está bien y eventualmente dará sus frutos. Ergo, los EE.UU. deberían
seguir presionando en ese sentido, ignorando lo que pasó la semana pasada.
Desafortunadamente, no hay
evidencias de que los pueblos en el mundo islámico eventualmente van abandonar
su bronca contra los EE.UU. por una retórica más respetuosa o por programas de
ayuda más generosos. Según todos los indicadores, pocas mentes y corazones se
han ganado en la década pasada y no hay razón para creer que la estrategia
actual nos llevará a resultados diferentes.
Otro punto de partida es la
reciente sugerencia que la violencia fue causada por la percepción de la
debilidad norteamericana. Como Richard Willianson, un asesor de alto nivel
sobre política internacional del candidato republicano Mitt Rommey, explicó en
el Washington Post que: “El respeto hacia los EE.UU. se ha venido abajo, hay
una sensación de una ausencia de resolución.”
Según esta línea de pensamiento, lo
que Obama piensa al respecto, es visto por los pueblos en el mundo islámico
como una debilidad. Si esto es correcto, la solución es ser más fuerte y más
resuelto. Los sostenedores a esta apreciación, casi todos políticos de derecha,
no explican exactamente que tendría que hacer en forma diferente los EE.UU.
para demostrar una mayor fortaleza. Y esta posición, también, está en contra de
las evidencias; ya que una estrategia más agresiva como la de Bush no ayudó
mucho para moderar la bronca y la violencia contra los EE.UU.
La tercera
opción se basa en la creencia de que la causa de la bronca y el resentimiento
en el mundo islámico es una percepción de que las relaciones internacionales
dominadas por Occidente, son implícitamente injustas. Curar las divisiones
entre el mundo islámico y los EE.UU. requiere algo más que una retórica más
fina. Antes que nada hay que saber que éstas son insalvables mientras tanto los
valores de los EE.UU. como su relación con Israel sigan constantes. Si esto es
cierto, una retórica diferente o una mayor ayuda cambiarán pocas cosas.
Desafortunadamente, esto es lo que indican las evidencias.
Puede ser que no sean tiempos
para que los EE.UU. se desenganchen del mundo islámico, pero es tiempo de
reexaminar y revisar las asunciones básicas de su estrategia. No hay duda que
el ataque directo a los terroristas y mejorar nuestra seguridad doméstica harán
a de los EE.UU. un lugar más seguro. Pero cortar el apoyo al terrorismo tratando
de ganar las mentes y los corazones en el mundo islámico no será una tarea fácil.
Ha llegado el momento de ajustar la estrategia para remediar este problema.
Steven Metz es un analista de defensa y autor del libro: "Iraq and the Evolution of American Strategy."Traducción: Carlos Pissolito.
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