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domingo, 18 de noviembre de 2012

La Fisiología de las Revoluciones.





Por Carlos Pissolito


“Las revoluciones se producen en los callejones sin salida."
Bertolt Brecht


El objeto de estudio
Revolución, del latín revolutio, cambio; es una mudanza fundamental en la estructura de poder de una organización que ocurre en un lapso más o menos breve. Para Aristóteles es un cambio profundo en la constitución de un Estado.[1] Ellas han ocurrido a lo largo de la historia humana adoptando una variada forma, han sido ejecutadas por distintos métodos, han tenido una duración variable y han sido encaradas por distintas motivaciones. Por ello, en un sentido amplio, se habla de revoluciones culturales, económicas, sociales, políticas.


Si bien casi todos los estudiosos aceptan su inevitabilidad, son pocos los que se animan a tener a la revolución como un objeto de estudio propio que posibilite formular leyes que permitan su exacta prognosis. En este sentido, argumentan que no pueden ser objeto de un estudio científico. Y tienen razón; ya que en los estrechos moldes de la ciencia tradicional no es posible estudiarlas. Hay que aceptar que esta limitación se debe, en gran medida, a las características del propio método de investigación científico basado en la inducción. Y que fuera creado por Galileo Galilei hace casi cuatro siglos. Dicho método parte de dos postulados básicos: primero, que el único objeto posible de toda ciencia son los fenómenos verificables; y segundo, que los mismos solo pueden ser estudiados mediante el método de la inducción experimental asociada con la elaboración matemática de los resultados de la experiencia. En consecuencia, en el marco planteado por esta metodología resulta imposible el estudio de las revoluciones; pues no son fenómenos verificables que puedan estar sujetos a una demostración y, lo que es más importante, no se puede experimentar con ellas. Simplemente, porque no son susceptibles de ser reproducidos en un laboratorio.

Sin embargo, corrientes científicas más modernas no dudan en descalificar la pretensión del método inductivo en erigirse como el único que acepte el calificativo de científico. Por ejemplo, el celebérrimo Albert Einstein sostiene: "No hay método inductivo que pueda conducir a los conceptos fundamentales de la física. Por no comprender este hecho, muchos investigadores del siglo XIX han sido víctimas de un error filosófico fundamental. El pensamiento lógico es necesariamente deductivo. Está fundado sobre conceptos (juicios) hipotéticos y deductivos.".[2]

Esta genial ha afirmación ha venido siendo confirmada por toda una serie de nuevos descubrimientos cientificos, especialmente en el campo de la Termodinámica, la Física cuántica y la Biología genética [3]. Lo destacable es que estos nuevos aportes han podisdo ser realizados cuando los científicos admitieron la necesidad de conferirle un sentido a toda experimentación, o dicho en otras palabras, hacerlo a partir de una visión del mundo. Una que sólo la Filosofía, como ciencia de ciencias, podía proporcionar. Solo para citar un caso famoso entre muchos de esta interacción, podemos mencionar a la influencia que ejerció el pensamiento filosófico de Kierkergaard en los estudios de Bohr que dieron origen a la Física cuántica.

En el caso concreto que nos ocupa, cual es el estudio de la revoluciones. Tenemos la necesidad de encontrar una visión que le dé sentido a los acontecimientos que son el objeto de nuestro estudio. Esta visión la podemos extraer a través de la elaboración que hagamos de la reconstrucción que hace Historia de las revoluciones ocurridas en el pasado. Como ciencia auxiliar, ella nos puede traer la materia prima necesaria para elaborar esta visión; en otras palabras: un marco conceptual que nos permita entenderlas. Así como el paleontólogo tiene en los fósiles las evidencias de lo que estudia. Aunque su objeto de estudio, los dinosaurios se hayan extinguido hace miles de años. Quien quiera estudiar las revoluciones encontrará en los distintos relatos históricos la evidencia que necesita para la formulación de esta visión.

Para la elaboración de nuestra visión será necesaria la concurrencia de otra ciencia la Filosofía. La que nos proveerá de los elementos epistemológicos adecuados para tamizar y organizar los datos provenientes de la investigación histórica. Una visión que una vez elaborada nos posibilitará, aunque más no sea en forma aproximada, una prognosis sobre fenómenos revolucionarios en desarrollo. Del mismo modo en que un meteorólogo, luego de estudiar como se han producido las tormentas en el pasado, puede pronosticar la ocurrencia de otras en el futuro.

 La metodología¿Qué nos dice la Filosofía respecto al conocimiento científico? Como hemos dicho al principio de este escrito, hasta hace un tiempo, digamos hasta los descubrimientos de la Física cuántica a mediados del siglo XX, el único método científico aceptado era el inductivo-experimental, introducido por Galileo. El mismo se verificaba a través de la secuencia: Observación-Hipótesis-Experimentación-Teoría. Este método se mostró especialmente eficaz para formular teorías científicas que estudiaban fenómenos en estado de equilibrio en los que era relativamente fácil ejecutar una larga serie de experimentos controlados que permitían, luego, expresar leyes en formato matemático. En ciencias como la Astronomía y la Física los fenómenos estaban a la vista, o en su defecto podían ser reproducidos en un laboratorio. Todo ello facilitaba su verificación matemática. Sin embargo, la imposibilidad de llevar a cabo experimentos controlados en situaciones fuera de equilibrio, como por ejemplo, podría ser el comportamiento de un fluido o la formación de una tormenta, llevó a la búsqueda de nuevas metodologías que hicieran posible estos estudios.

Ante la imposibilidad por entender los eventos de un espacio y de un tiempo concreto, en los que se diera la presencia de aspectos indeterminados como el azar, la probabilidad y la libertad humana. Se apeló al auxilio de la Filosofía, la que aportó la noción de que toda explicación científica es, en definitiva, una búsqueda del orden que subyace en la realidad que se estudia. Los primeros intentos explicativos fueron tomando forma en la segunda mitad del siglo XX con científicos como Jacques Monod, quien conceptualizó a los sistemas caóticos como a aquellos que si bien no tenían leyes a la vista, presentaban un cierto orden relativo que permitía su intelección. Fue luego, Edward Lorenz, quien propuso el uso de modelos para la predicción meteorológica. Ello permitió que otras ramas de las ciencias estudiaran y encontraran la solución a viejos problemas insolubles; tales como: las leyes que regulan la propagación de una fractura hasta las averías en máquinas complejas, pasando por las fluctuaciones en la bolsa de comercio o la conformación de aglomeraciones en una autopista durante la hora pico.

Esto fue posible cuando se aceptó que subyacía en estos sistemas complejos una tendencia a seguir ciertos patterns, vale decir formas más o menos predecibles. Es más, igualmente, se supo que estas formas tenían la tendencia a seguir patrones evolutivos bien marcados en los que tendían a repetir una secuencia preestablecida. Ello llevó a comparar a los fenómenos inorgánicos que así proceden con los que ocurren en el mundo biológico, donde siempre se supo que todo sigue una finalidad, cual es la preservación de la vida y en la que todo parece estar regido por la inalterable secuencia: nacimiento-crecimiento-reproducción-muerte.

Más específicamente, se descubrió que muchas veces estas formas adquieren configuraciones complejas, pero de configuración simple, como es el caso de los fractales.[4] Que son formas complejas autogeneradas a partir de elementos muy simples mediante procesos de autosimilitud o replicación. Por ejemplo, existen muchas estructuras de tipo fractal en el mundo natural como pueden ser la forma simétrica que adoptan ciertas hojas o las líneas de costa que van repitiendo un patrón de formato irregualar en una secuencia bastante regular.





Fig 1: Fracción del fractal de Mandelbrot.

También, se pudo deducir que estas formas complejas tienden a agruparse en torno a lo que se denominan atractores. Estos son como vórtices que atraen hacia si las trayectorias de un sistema determinado. Desde un punto de vista geométrico pueden ser un punto, una curva u otro fractal, denominado en este caso “atractor extraño”. Lo importante es que ante un sistema fuera de equilibrio dado, éste puede ser entendido a partir del descubrimiento de cuáles son sus atractores principales y como estos interactúan entre sí a la largo del tiempo, de tal forma que se puede llegar a conocer y, en cierta medida, predecir su evolución.

Un ejemplo sencillo de un atractor sería el torbellino que se produce en una pileta llena de agua cuando se quita el tapón del fondo. Un sistema más complejo podría construirse abriendo más de un desagüe en esa misma pileta; también, asignándole distinto diámetro y profundidad a cada uno de ellos y sometiéndolos a un sistema aleatorio de apertura y cierre. En función de estas variables podríamos observar diversos flujos turbulentos que pugnarían por vaciar esa pileta de agua en una superficie que se nos presentaría como caótica. Pero, hay alguna cosas que sabremos con certeza: que indefectiblemente, si no hay un ingreso externo de agua, la pileta terminará vaciándose; y que lo hará por los diferentes desagües. Es más, si se pudiera observar el fenómeno del vaciado de la pileta en varias oportunidades, nos encontraríamos en condiciones de predecir en cuánto tiempo se vaciará y qué volumen de agua saldría por cada uno de los desagües.



Fig 2: Atractor diseñado por Lorenz.


El esquema interpretativo
Con los elementos reunidos hasta el momento que son: la materia prima que aporta la Historia, tamizada por un esquema interpretativo provisto por las nuevas metodologías científicas; estamos en condiciones de comenzar con el estudio de nuestro objeto: las revoluciones.

En el marco del primer elemento, vale decir el de la Historia, nos proponemos tomar tres revoluciones. Dos muy similares y tradicionales que siguen un esquema interpretativo común y una tercera que no lo hace. Las dos primeras son la Revolución Francesa y la Revolución Rusa y la tercera son las revoluciones por la Independencia Americana.

Dado el poco tiempo dedicado a la presente investigación no se harán aquí extensas disquisiciones históricas. En ese sentido, apelamos a los conocimientos históricos del lector, por cuanto estamos hablando de fenómenos históricos más o menos conocidos por todos nosotros.
Antes de comenzar cabe destacar dos conceptos que nos serán de utilidad. El primero, es la noción de equilibrio. En este caso nos referimos al equilibrio que debe reinar en una sociedad bien ordenada. Si bien, no se pueda afirmar que exista una sociedad en estado de perfecto equilibrio, es posible coincidir que las sociedades en un estado de relativo equilibrio son menos propensas a la revoluciones que aquellas que no lo están. Entendiendo por equilibrio a una cierta correspondencia entre las demandas de esa sociedad y la satisfacción de las mismas. Sabiendo que estas demandas podrán ser de diversos tipos, que van desde las físicas (alimento, vivienda), pasando por las psicológicas (seguridad, respeto), hasta llegar a las morales (libertad, justicia).

La segunda de las nociones es la necesaria analogía que tenemos que establecer entre determinados procesos históricos como lo son las revoluciones con ciertos procesos biológicos. Ya hemos explicado que la ciencia moderna tiende de cada vez más a hacer este tipo de asociaciones. Por ejemplo, en el campo particular de nuestro estudio nos interesan los cuadros febriles. Elegimos a la fiebre porque nos acerca varias ideas de utilidad. Por un lado, la fiebre no es una constante sino una variable que puede aumentar o no en función de varios factores. Por otro lado, a la fiebre se le atribuyen, tanto efectos benéficos –la manifestación del combate corporal por la salud- y maléficos –puede ser la antesala de cuestiones más graves. Pero especialmente, la fiebre casi siempre es propensa a seguir un ciclo. Uno que comienza generalmente con una febrícula (-38°C), para ascender a una fiebre propiamente dicha (-40°C), pudiendo llegar a alcanzar lo que se denomina la hiperpirexia o delirio (+43°C) y que se considera incompatible con la vida; para –si el sujeto sobrevive- entrar en una etapa de convalecencia, no sin algún episodio de recaída.

Pasando a la Historia tengamos en cuenta que para Cicerón ella era Magistra vitae, maestra de la vida. También para Cervantes que la llamó: “madre de la verdad”. Más modernamente se le atribuye a Jorge Santayana aquello de que: “los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla”. Por otro lado, no solo los historiadores se ocuparon de la historia. También lo hicieron los filósofos que buscaron en ella un sentido, una explicación profunda de los hechos, pues entendieron que los hechos históricos no son únicos, y que en este sentido se componen por una sucesión de actos humanos. Lo que les otorga una unidad y un sentido.

 Inicialmente, en su estado mítico, la historia fue concebida en forma cíclica y no lineal. Por ejemplo, Hesíodo distinguió en ella cinco edades del hombre: la Edad de Oro, la Edad de Plata, la Edad de Bronce, la Edad Heroica y la Edad de Hierro. En forma similar varios filósofos griegos, Aristóteles entre ellos, creían en una concepción cíclica de las formas de gobierno. En las que a cada régimen sano (aristocracia, democracia y monarquía) le seguía una forma corrupta (oligarquía, demagogia y tiranía). Posteriormente, el judaísmo y el cristianismo reemplazaron a los ciclos por una teodicea que ponía a Dios como actor principal de la historia, quien guiaba al hombre en su camino hacia la Salvación. Nuevamente, durante el Renacimiento volvieron las concepciones cíclicas de la historia, especialmente para explicar la decadencia del Imperio romano, tal como lo hace Maquiavelo en su Tito Livio. Modernamente, historiadores my renombrados como Oswald Spengler y Paul Kennedy han recurrido a la noción de ciclo para explicar los asensos y caídas de distintas entidades políticas. Interesante es la postura del escritor norteamericano contemporáneo, William McGaugley, quien ve a la historia humana como una continua historia de creación relacionada con la introducción de mejores tecnologías de comunicación; tales como, la escritura o las redes sociales.

El estudio
Si tomamos a las tres revolucione seleccionadas veremos que todas ellas comenzaron como una reivindicación de lo que podría denominarse como la clase media de la época. Vale decir de un grupo social que sin ser el más encumbrado, tampoco era uno marginado. Sí, uno que estaba ilustrado y que gozaba de ciertos derechos, especialmente el de propiedad. Desde un punto de vista evolutivo, todas ellas empezaron en un clima de moderación y esperanza (una febrícula en términos médicos); pero, especialmente las revoluciones francesa y rusa pasaron por una etapa donde reinó el terror (fiebre delirante), al que le siguió una dictadura (periodo de convalecencia): la de Napoleón en la primera y la de Stalin, en la segunda. Por el contrario, las revoluciones americanas, no siguieron estrictamente este patrón. Una posible explicación podría ser el hecho que en ellas no se produjera, en sentido estricto, una lucha de clases; sino más bien, una reivindicación nacionalista. Por otro lado, los contendientes principales se encontraban separados por un océano: en América estaban la masa de los independentistas, mientras que en la Metrópoli, la masa de los realistas. No fue el caso de las sociedades francesa y rusa en el que las luchas tuvieron lugar en su seno, con los grupos antagonistas formaban parte de esas mismas sociedades y ocupando un mismo espacio geográfico.

1. Los signos preliminares: En el origen de todas esas revoluciones hay una intención de un gobierno central de recaudar dinero de un grupo social que no está dispuesto a entregarlo, o que al menos, entiende que esto es injusto. También, en todas ellas pronto se materializa un discurso dialéctico entre: el viejo régimen y un nuevo orden. Al primero lo representa el gobierno y los pocos privilegiados que lo defienden, al nuevo orden no lo conoce nadie ni nadie lo sabe definir bien, pero se impone como una promesa de cambio.
En todas ellas se alcanza un punto o una serie de puntos en el cual la autoridad constituida es desafiada por actos ilegales llevados a cabo por unos pocos revolucionarios. La respuesta oficial es casi siempre la misma, reprimir tales actos; pero siempre con similar inefectividad. Es después de este punto de no retorno que los movimientos pre-revolucionarios se transforman en verdaderas revoluciones. Acto seguido, una parte importante de las fuerzas represoras se pasa a los revolucionarios. Lo que sigue es una guerra por doblegar al adversario mediante el terror. El surgimiento de un líder indiscutido es lo que pone fin a la lucha, a la anarquía y es quien inicia la etapa de la luna de miel de la revolución.

 2. Las debilidades estructurales: Todas las sociedades analizadas presentaban debilidades estructurales que de alguna manera justificaban a los procesos revolucionarios por venir. En lenguaje marxista se podría decir que exhibían condiciones objetivas para la revolución. Estas debilidades eran mayormente económicas y financieras. Con una brecha importante entre ricos y pobres. Pero, aun más importante, con una excesiva presión tributaria sobre quiénes eran los sujetos económicos. En forma parelela, una serie de escándalos fueron llevando a luz actos de increíble corrupción entre la clase gobernante. Tal como era el caso de la disipada vida que llevaban, en contraste con las grandes privaciones de sus pueblos, tanto la nobleza francesa como la rusa. En el caso americano, en el que no había una corte donde esos episodios se pudieran llegar a dar, tuvo mayor importancia las restricciones impuestas al comercio. Las que perjudicaban a la clase burguesa, a la par que daban impulso a actividades ilegales como el contrabando.

3. El cambio de alianzas: Un forma de entender a un proceso revolucionario es determinar donde se encuentran los atractores. Vale decir los actores principales sobre los que comenzarán a converger las líneas paralelas de acciones de muchos otros actores secundarios. En este sentido, se advierte inicialmente que en todo proceso revolucionario el poder constituido es el gran atractor; pero vemos como éste paulatinamente comienza a perder este rol. Primero, en una forma casi imperceptible, pero luego en una forma mucho más evidente. Pequeños atractores comienzan a surgir a su alrededor. Eventualmente, el poder constituido deja hacer confiado en que su propio poder de atracción disipará a los otros. Hasta que llega un momento en que decide anular a los atractores que compiten con su supremacía y con la lealtad de sus súbditos. Llegado a este punto, puede ser que varios atractores menores se hayan unido constituyendo una constelación que ya se presente desafiante y con suficiente poder como para disputarle al poder central su liderazgo.
En este proceso hay parámetros que son fundamentales para advertir este cambio. El primero es el canje de la simpatía y alianza de los intelectuales y de otros grupos de prestigio como puede ser el periodismo y las organizaciones religiosas con el poder constituido. De un apoyo masivo e irrestricto al poder constituido se va pasando al apoyo a los poderes rebeldes. El segundo, es el rol que juega la información en este proceso. En las revoluciones estudiadas, los medios de comunicación informales; tales como el rumor o el panfleto, terminaron por desplazar en credibilidad a los medios oficiales (diarios, proclamas, etc.). Por más esfuerzos que hiciera el poder constituido para mantener su monopolio informativo (censura, medios adictos, etc.). Aspecto que refuerza la tendencia anterior.

4. Clases y antagonistas: Como hemos afirmado en el punto 1, todas estas sociedades que dieron lugar a procesos revolucionarios presentaban un problema económico de base. Así como grandes brechas entre ricos y pobres. Sin embargo, en ninguno de los casos estudiados, la reacción contra el poder constituido surgió de los más desposeídos. En el caso francés estuvo en manos del denominado Tercer Estado, lo que hoy llamaríamos una burguesía ilustrada, una que sin gozar de los privilegios de la nobleza estaba lejos de las privaciones del campesinado. Se destacaba este grupo social por dos características principales: por un lado, disfrutaba de un cierto nivel de ilustración –mayormente en base a ideas liberales y libertarias de moda- y por el otro, estaba en posesión de ciertos bienes materiales, generalmente una vivienda urbana. El caso ruso, también, es similar; ya que todos los revolucionarios eran intelectuales urbanos. Es más, su separación del pueblo llano fue aun más radical que lo ocurrido en la Francia de Luis XVI; pues las grandes masas campesinas que conformaban la mayoría del pueblo ruso se opusieron a la revolución y formaron junto a los zares en la defensa del antiguo régimen. Igualmente, en América, todos los revolucionarios podría decirse que pertenecían a este Tercer Estado. No eran nobles, más bien funcionarios de segunda línea, pero todos estaban bien formados intelectualmente. De todos ellos se puede decir lo que expresara magistralmente el abad Sieyès, en su famoso panfleto revolucionario de 1789, cuando se pregunta qué quiere ser el Tercer Estado y responde: “Todo. ¿Qué ha sido hasta ahora en el orden político? Nada. ¿Qué es lo que desea? Ser algo”.

5. El ciclo de la revolución: Para entender el ciclo de la revolución no será de utilidad el símil de la fiebre señalado con anterioridad: febrícula-fiebre alta-fiebre extrema-convalecencia. En este sentido, la febrícula revolucionaria es la primero de las indicaciones, que sin ser propiamente un síntoma nos anoticia que algo está por suceder. En el caso de las revoluciones son pequeñas perturbaciones que por lo general pasan desapercibidas como puede ser un motín aislado de algún cuerpo militar la negativa a pagar determinado impuesto, episodios de saqueos, etc. Sin embargo, siempre hay observadores perspicaces que notan su presencia y lo que significa. Entre ellos, los propios revolucionarios que son los que las producen o que las toman como la excusa para sus acciones posteriores. Le sigue a este cuadro casi mudo, otro donde las pequeñas perturbaciones se transforman en grandes desordenes. Ya nadie niega la existencia de un estado alterado de desequilibrio. Se caracteriza por un enfrentamiento cada vez más abierto entre los que quieren la continuidad del poder constituido contra quienes quieren ponerle fin. Es la etapa en el que el primero de estos poderes echa mano a todos sus recursos represivos. Asimismo, es hacia el final de esta etapa que el poder desafiante se va haciendo cada vez más fuerte. Es cuando de la fiebre alta se pasa a la extrema. Caracterizada por una etapa en la que reina el terror. Su propia intensidad es la que le pone coto con un corto límite temporal. Así como ningún paciente tolera una fiebre extrema por mucho tiempo, el cuerpo social tampoco una anarquía absoluta. Se sale de este estado, por lo general, con la victoria del poder desafiante. Se pasa a la convalecencia bajo la forma de un personaje de la revolución que se erige como dictador. Las recaídas no son raras, todo lo contrario. Como por ejemplo cuando el dictador se debe desprender de los revolucionarios más extremos para volver a la normalidad, o cuando surgen intentos contra-revolucionarios.

A modo de conclusión
Todos sabemos que el hombre no podrá nunca conocer exhaustivamente las cosas que lo rodean y mucho menos abarcar la totalidad de la realidad. Si bien aceptamos que el entendimiento puede penetrar en la esencia de las cosas; también debe recordarse que nuestro conocimiento es a la vez débil y provisorio, como lo prueban las dudas que aun nos invaden sobre temas tan antiguos como por qué y cómo ocurre una revolución. En este sentido, creemos haber contribuido solo un poco en dilucidarlo. La única tranquilidad que tenemos al respecto es haberlo hecho siguiendo los avances magníficos que han realizado quienes nos precedieron en este camino.

Solo el tiempo podrá corroborar, aunque más no sea en parte, la utilidad de la herramienta gnoseológica que acabamos de diseñar. Lo que nunca podremos hacer es renunciar a la permanente necesidad de nuestro entendimiento de tratar de explicar aun lo inexplicable.

VISTALBA, 11 de noviembre de 2012.

[1] Aristóteles. Política.[2] Einstein, Albert. Conceptions scientifiques, morales et sociales. Cit. en: Calderón Bouchet, R.. Nociones de epistemología (En: Revistas de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza, 1958, Nro 28 y 29, p. 119)[3]Los trabajos de Prigogine se refieren al ámbito de los fenómenos fisico-químicos de la termodinámica de los procesos irreversibles, que necesitan ser estudiados desde una perspectiva no-lineal, vale decir no mecanicista. Si bien, desde antiguo se conocía la existencia de fenómenos, donde estados desordenados de la materia evolucionaban hacia estados de mayor orden (p. ej.: el problema de Bénard, donde una determinada substancia bajo ciertas condiciones produce celdas hexagonales). Los trabajos de Prigogine permiten estudiar estos fenómenos científicamente mediante leyes; llegando incluso a dar lugar al desarrollo de la Sinergética, como la ciencia de los sistemas cooperativos. Esta ciencia, continuada por Hermann Haken, ha superado los primeros avances y manifiesta su intención de estudiar la analogía existente entre las estructuras biológicas con los fenómenos termodinámicos.[4] Un fractal es un objeto geométrico cuya estructura básica se auto-repite a diferentes escalas.[1] El término fue acuñado por el matemático Benoît Mandelbrot en 1975 y deriva del Latín fractus que significa quebrado. 

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