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jueves, 21 de febrero de 2013

La Estrategia y sus ámbitos de aplicación.


Por Carlos Pissolito.


Introducción:

En otros escritos anteriores hemos dicho que la Estrategia es una ciencia y un arte que tiene por objeto propio la guerra y por finalidad la victoria. Recordamos como hemos ya dicho, que como tal puede ser entendida en sentido estricto, pero también admite serlo en uno amplio. En el primero de ellos queda limitada al empleo de medios militares para la obtención de un fin impuesto por la Política, que es la ciencia superior que la gobierna. Se caracteriza en forma muy especial, la Estrategia, porque la obtención de su fin lo hace en oposición a una voluntad adversa, generalmente denominada “enemigo”. En otras palabras: sin medios militares, sin enemigo, no hay Estrategia.
Pero, en el segundo de los sentidos, se predica a numerosas actividades que poco o nada tienen que ver con lo militar. Sin llegar al extremo de aseverar que un DT de fútbol hace estrategia cuando coloca a su equipo sobre el campo de juego; podemos afirmar que lícitamente se habla de Estrategia en sentido amplio, por ejemplo, cuando se preparan los medios militares para ser posteriormente empleados. Esto se llama Estrategia genética. También, en este marco de esta amplitud conceptual, se puede hablar de la estrategia como una serie de actividades destinadas a obtener un fin político por medios que no sean estrictamente militares.

Desarrollo:
Pero, en esta oportunidad no queremos ahondar en las disquisiciones sobre el objeto, la finalidad o la metodología de la Estrategia. Nuestra intención es analizar y distinguir, en el marco de su concepción estricta, sus ámbitos de aplicación. Vale decir, cuáles son los ámbitos en que se emplea la Estrategia cuando se empeñan medios militares para obtener un fin político en oposición a una voluntad adversa. Bajo esta forma, la Estrategia –como ya lo hemos señalado- tendrá su fin impuesto por la Política; pero inevitablemente, en algún punto de su desarrollo, deberá operacionalizarse. En otras palabras, transformar en objetivos materiales y concretos los fines políticos que le han sido impuestos. Así por ejemplo, si el fin político fuera derrotar al país B que es nuestro enemigo, los medios materiales podrían ser: la interrupción de las vías de comunicación marítima de B, la destrucción de la producción industrial de B mediante del bombardeo estratégico o la ocupación militar de la capital de B.

Cuando la Estrategia se operacionaliza lo hace insertándose en el mundo real y táctico de los medios materiales y humanos. Con sus capacidades y sus limitaciones. Estos medios, que son cosas concretas y tangibles, operan siempre en un ámbito concreto. La Historia de la guerra, a partir del ámbito primigenio donde el hombre primitivo combatió, que fuera el terrestre; ha ido incorporando diversos ámbitos para la aplicación de la Estrategia. Llegando hoy a la novedad del cibernético, habiendo pasado antes por el naval, el aéreo y el espacial.

Cada uno de estos ámbitos tiene características que le son propias. Por ejemplo, nadie supone que sea lo mismo librar un combate cibernético que uno naval. En cada caso se emplearán medios, tácticas y técnicas de procedimiento totalmente particulares. Siguiendo con este ejemplo, en un combate cibernético los medios serán las redes de computación y sus operadores los denominados “hackers”, mientras que en el naval lo serán los distintos medios –mayormente buques- que integran una fuerza naval y que operan en alguna superficie de agua.

Lo expresado anteriormente no pretende negar el hecho de la integralidad de la Estrategia. Que es una sola y que en manos del conductor político, primero y de uno o varios militares en segundo lugar, es empleada para obtener un fin determinado contra la voluntad adversa de un enemigo. Nuestra intención es remarcar las diferencias entre los distintos ámbitos de aplicación de la Estrategia.

Volvamos a la diferencias entre los ambientes.
El primer ambiente que merece ser destacado es el terrestre por su antigüedad y por su complejidad. Le siguen el naval y el aéreo, siendo el primero de estos, también muy antiguo, y ambos dos de reconocida influencia estratégica, especialmente cuando se trata del transporte y la maniobra de medios bélicos. Pero, es necesario reconocer que el terrestre ha mantenido una preeminencia a la hora de choque efectivo contra las fuerzas del enemigo. Esta preeminencia del ámbito terrestre le viene dada a éste porque hasta el momento la esfera principal de la vida humana ha sido la tierra. En ese sentido, toda campaña militar ha comenzado y terminado sobre ella. Lo dicho no implica disminuir la importancia de los otros ámbitos, simplemente reconocer un hecho factico. Por ejemplo, si las campañas aéreas y navales jugaron un rol vital en la estrategia de desgaste llevada a cabo por los Aliados contra Alemania al final de la 2GM; igualmente, fue necesario montar una operación anfibia que deviniera en invasión y luego en un cerco y ocupación terrestre contra la capital enemiga que estaba en Berlín.  Se podría hacer la salvedad, probablemente, que el caso particular de Japón, bastó la detonación de dos artefactos nucleares entregados por sendos bombardeos aéreos, para que Japón se rindiera. Pero, igualmente aún en este caso, fue necesario que los EE.UU. desembarcaran tropas para ocupar Tokio que era la capital del enemigo.

Otra característica que hace interesante al ámbito terrestre es su complejidad inherente. A diferencia del mar y del aeroespacio, la tierra presenta múltiples variedades físicas. Las que van desde las tierras árticas y antárticas, hasta las selvas tropicales, pasando por los desiertos y las zonas urbanizadas. Ello ha llevado a que muchos de los medios terrestres adquieran una especificidad propia que los hace aptos para operar en un determinado tipo de terreno; pero, que a su vez, los inhabilita para hacerlo con la misma eficiencia en otros. Por ejemplo, un batallón de infantería de montaña operará muy bien en ese ámbito, pero tendrá serias limitaciones para hacerlo en una planicie desértica. Ya que todo su personal, equipamiento y adiestramiento estará orientado para el combate en la montaña. Sus esquíes o sus cuerdas de escalamiento le servirán de muy poco en el llano. Por otro lado, carecerá de la cantidad suficiente de vehículos a rueda para desplazarse totalmente en forma motorizado, lo que sería una necesidad esencial en ese ambiente.

Las complejidades no paran ahí. Por otro lado vemos que los sistemas de mando y control terrestre son muy diferentes a sus contrapartes aéreos y navales. Para empezar una fuerza terrestre necesita para operar de una larga cadena de mando. Que empieza –en la mayoría de los casos- en un general, comandante de cuerpo y que termina en un cabo, jefe de grupo. Cada uno de estos niveles (Cuerpo de Ejército, Brigada, Unidad, Subunidad, Sección, Grupo) tienen un jefe. Lo que equivale a decir, de un nivel de comando que debe planificar su propia operación, con la correspondiente necesidad de tiempo para hacerlo e impartir su propia orden de operaciones. Por el contrario, una fuerza aérea en operaciones contará con muchos menos niveles de comando. Generalmente uno superior que emitirá una orden fragmentaria y los pilotos que ejecutarán la operación aérea.

Se suma a estas diferencias en las respectivas cadenas de mando al hecho de que las fuerzas terrestres combaten dispersas, mientras que las aéreas y las navales lo hacen en forma mucho más concentrada. Por ejemplo, un buque de guerra, digamos al mando de un capitán de navío o de fragata, entra en combate todo reunido. Por el contrario, una unidad a cargo de un teniente coronel, lo hace dispersa sobre el terreno. Se añade a esta característica el hecho de que los medios navales y aéreos, por sus propias capacidades técnicas, tienen medios de comando y control más confiables que los terrestres. De hecho es mucho más fácil para un comandante de un buque ordenar un cambio de rumbo para su buque que para un jefe de un regimiento mecanizado ordenar “alto” a su columna de marcha. El primero, tiene al ejecutor de su orden a unos pocos pasos en su puente de mando, mientras que el segundo lo puede tener alejado a unos 30 Km en su vanguardia.

Estas diferencias han ido generando con el tiempo mentalidades y ethos particulares. Aun reconociendo que todo soldado, marino o aviador comparten una ética y un ethos que son comunes, no puede desdeñarse el hecho de que se enfrentan cada uno de ellos a realidades de combate bien distintas. Por ejemplo, en un extremo tenemos al piloto de caza que la emprende solo con su máquina contra un blanco determinado; en el otro, tenemos a un joven suboficial jefe de una patrulla que junto con su grupo –unos diez hombres- debe operar un puesto de observación y escucha por un lapso más o menos prolongado. El primero, necesitará de lo que algunos denominan como el “heroísmo del minuto”, pues su misión durará como máximo unas pocas horas; mientras que el segundo necesitará del “heroísmo de todos los minutos”, ya que estará largos días aislado y solo cumpliendo con su misión. La ropa que cada uno de ellos viste para cumplir con sus respetivas misiones es un claro signo de lo que hablamos. El traje de vuelo anti-g del piloto de caza se parece muy poco a al uniforme de combate y sus accesorios que porta un jefe de patrulla.

Dejando de lado las pequeñas particularidades es necesario resaltar las mentalidades que informan a cada una de las fuerzas, que como hemos visto, operan en ambientes que son bien distintos. Por ejemplo, una fuerza terrestre no tendrá más alternativa, dada su larga y compleja cadena de mandos, que formar conductores militares en todas sus jerarquías. En ella las cualidades conductivas se impondrán a las técnicas. Mientras que en las fuerzas aéreas navales, por la propia naturaleza de los medios que emplean, serán las cualidades técnicas las que tengan preeminencia.

Ello llevará a que sus sistemas de planeamiento, siendo comunes, planten particularidades. Y que más allá de ellos sus “mentalidades” sean diferentes. Así, lícitamente, podemos hablar de una “mentalidad” terrestre y de otra naval y aérea. Por ejemplo, la terrestre se ha identificado casi siempre con una visión conservadora, pesimista y pragmática de los problemas que deben enfrentar. Mientras que la naval y la aérea han sido siempre más proclives a la innovación y por lo tanto más optimistas frente al progreso tecnológico. Esto es así porque desde la Termopilas hasta nuestros días el elemento central del combate terrestre sigue siendo el mismo: el soldado individual. El que puede estar mejor equipado y armado, pero que sigue siendo entrenado para lo mismo: acercarse al enemigo para capturarlo o destruirlo.

Hoy asistimos, por ejemplo, a la posibilidad a que un blanco terrestre, aéreo o naval sea suprimido por un drone operado por un civil a miles de kilómetros. Siendo este un ejemplo extremo, no deja de marcar una tendencia constante: los medios aéreos y los navales entran en contacto con su enemigo a una mayor distancia que los terrestres. Una distancia que no ha dejado de incrementarse con el tiempo y con las sucesivas innovaciones tecnológicas.  Hasta llegar a la afirmación de que hoy un buque o una aeronave pueden “matar” un blanco que no ha sido visto por los ojos de sus tripulantes previamente. Por el contrario, como lo atestiguan las operaciones reciente en Irak o en Afganistán, un infante podrá contar hoy con muchos apoyos, pero en definitiva cuando llega el momento supremo de conquistar su “objetivo” lo hace a muy corta distancia. Una no mucho mayor que la que lo tenía –por citar un caso- un granadero de Napoleón.

En continuidad con estas peculiaridades, cada una de estas fuerzas se ha inclinado por sistemas de planeamiento y de entrenamiento que reforzaran sus características primigenias. Por ejemplo, las terrestres han sido siempre más proclives a los sistemas de razonamiento vinculados a las ciencias sociales. En ese sentido, han privilegiado el juicio del comandante, al que han denominado coup de œil o golpe de vista táctico. Por su parte, tanto las fuerzas aéreas como las navales, se han sentido más inclinadas a los métodos de las ciencias físico-matemáticas que impulsaban la exactitud y la prognosis acertada de los fenómenos bélicos.

Estas peculiaridades, especialmente en los países con largas tradiciones militares, fueron conformando con el paso de los años sus respectivas personalidades nacionales. Desde la época de Tucídides (Siglo V a.C.) quien historió las Guerra del Peloponeso y dio testimonio, tanto del carácter naval de los atenienses como del terrestre de los espartanos. Hasta el día de hoy, cuando estas características básicas se pueden reconocer encarnandas en distintas naciones y hasta en imperios. Así, se ha reconocido históricamente, por ejemplo, que la Gran Bretaña, Portugal y ahora, a los Estados Unidos, como potencias con una clara mentalidad naval. Por el contrario, a entes estatales como Alemania, Francia y Rusia se les ha asignado un apego por las estrategias terrestres.

Conclusiones:
Respecto de nuestro país, en particular,  se puede afirmar que siendo uno más bien de tradición terrestre, no ha descartado la influencia, primero naval y luego aérea, en la formulación de sus políticas y de sus estrategias. Probablemente, el origen de esta sana dualidad venga de nuestra Guerra por la Independencia, en la que nos vinos obligadas al uso combinado de estrategias, tanto terrestres como navales. También, es destacable que nuestro héroe máximo, el General San Martín, haya tenido la genialidad de dominar ambas dimensiones estratégicas. Algo no extraño si recordamos su temprano desempeño como “infante de marina” a bordo del navío español “Dorotea” en aguas del mar Mediterráneo. [1]

Sea como sea, ya sea por la historia o por imposiciones de la geopolítica, nuestro país debe dominar la integralidad de los ambientes estratégicos sin despreciar a ninguno de ellos.  Incluso al recién llegado del ciberespacio. Pero eso es ya otra historia.


Vistalba, 17 de febrero de 2013.



[1] Nos dice al respecto el historiador Jorge Guillén Salvetti en su obra “A bordo de la Santa Dorotea”:
“San Martín permaneció a bordo de la fragata trece largos meses, participando en todas sus navegaciones por el Mediterráneo, escoltando mercantes, conduciendo caudales, armamento y pertrechos, y persiguiendo embarcaciones corsarias. Recalaron varias veces en los puertos de Alicante, Mallorca, Mahón, Málaga, Almería, Argel y Barcelona, tras lo cual regresaban siempre a Cartagena, su base natural. San Martín no se conformaba con cumplir superficialmente su obligación de mandar la guarnición de a bordo, y dio en estudiar las ciencias de los oficiales de marina y alternar con ellos en las guardias de mar. Consiguió las obras navales de más prestigio: “Máquinas y maniobras”, de D. Francisco Ciscar, el “Examen marítimo”, de Jorge Juan, comentada por D. Gabriel de Ciscar; los dos tomos de “Maniobras navales”, de D. Santiago de Zuloaga; una “Ordenanza Real sobre las presas de mar”; el “Compendio de Navegación para el uso de los Caballeros Guardiamarinas”, de Jorge Juan; la “Ordenanza para los Arsenales de Marina”, y otras muchas que leyó y estudió ávidamente, incorporándolas a su biblioteca. Años después se llevaría todos estos libros a Argentina, donde los acabaría donando a la Biblioteca Nacional de Lima, fundada por él, perdiéndose en el desgraciado incendio de 1943. En mayo de 1798, navegando con toda la división al mando de O Neylle.”

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