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domingo, 19 de mayo de 2013

Los "plomeros" de Obama.

Obama: cada vez más solo por los escándalos.

 
Por | LA NACION

El presidente enfrenta tres polémicas peligrosas que no sólo provocaron las críticas airadas de la oposición y los medios, sino también el escepticismo entre los demócratas.
 
Se sabe, desde luego, que habrá un final de la historia. Pero su forma precisa -qué dosis de gloria y qué cuota de miseria- ya no parece tan definida. Se pierde la idea de cuánto habrá de una y de otra.
"Da la sensación de que el segundo mandato entró en franca zona de turbulencia", dijo a LA NACION John Waltman, analista político de la Universidad de Chicago.
Desde su perspectiva, sin embargo, la cosa no es tan grave. "Estamos, después de todo, ante un nuevo tipo de examen; tal vez el más extremo y el que pondrá a prueba la capacidad de liderazgo de Obama. De eso se trata el ejercicio de la presidencia", añadió.
No es la primera vez que Obama está incómodo. Pero sí la primera en que la presión viene desde la propia imagen del presidente que prometió una "recuperación moral" y el respeto riguroso de los valores constitucionales. Ésa es la diferencia.
"La verdad es que lo que ha pasado en los últimos días me tiene agobiado. A estas alturas, el hecho de que Obama haya sido profesor de derecho constitucional pesa bastante menos que la obligación de todo presidente de proteger a rajatabla los derechos civiles de los ciudadanos", subrayó el presidente de la reconocida Asociación por los Derechos Civiles (ACLU, por su sigla en inglés), Steven Shapiro.
Muchos aliados del presidente vivieron esta última semana como una pesadilla. La sucesión de escándalos despertó, como era de prever, la ira de los republicanos. Pero también provocó una andanada de críticas en una prensa a la que se la solía acusar de ser benévola con Obama y de fuertes cuestionamientos entre los propios demócratas, algo cansados de la habitual indiferencia de Obama con ellos.
"Esto [el escándalo del acoso fiscal a grupos del Tea Party] es uno de los hechos más alarmantes que yo haya visto", dijo, en la semana, el representante demócrata Elijah Cummings.
Ese escepticismo demócrata podría crecer tanto como el fastidio republicano si la Casa Blanca no emprende un contraataque. Por lo pronto, entre el jueves y anteayer el gobierno lanzó un feroz operativo para controlar daños y volver a hacer pie en el remolino. "El problema es que esto se mide en distintos tiempos. En el corto plazo, es posible que se pueda encauzar la crisis inmediata. De hecho, la reciente reacción de la Casa Blanca, que se despertó del letargo, parece acertada", dijo Waltman.
Es en el más largo plazo donde la cuestión se proyecta distinta.
"En un recorrido de mayor alcance, es posible que estos escándalos dejen un pozo más profundo de descrédito sobre Obama y, como resultado, arrojen la percepción de una figura con más matices de los que se le notaron al principio. Ése es un daño más difícil de controlar", añadió.
Por primera vez en casi cinco años el equipo presidencial sintió el frío en la nuca y la necesidad urgente de frenar -como fuera- una andanada que los tomó por sorpresa. Fue todo tan rápido que tardaron demasiadas y valiosas horas en digerir que al "fenómeno político" lo estaban comparando con Richard Nixon, el presidente que perdió la Casa Blanca.
"¿Le molesta la comparación, presidente? ¿Cuál es su reacción cuando comparan el momento de su presidencia con el Watergate?", le preguntó a Obama un periodista en conferencia de prensa, el jueves pasado.
"Creo que en mi vida me olvidaré de ese momento", dijo a LA NACION uno de los colaboradores de prensa de la Casa Blanca. Parecía una escena de terror: en el instante en que comenzaron las preguntas, se puso a llover y al presidente le tocó responder al aire libre. "Hasta la meteorología hablaba de tormenta sobre Obama", ironizó.
La administración demócrata está atenazada por tres escándalos potencialmente dañinos.
Uno es la confirmación de que, cuando faltaba un mes para las elecciones de 2012, se manipularon argumentos para explicar la matanza de cuatro funcionarios norteamericanos en la ciudad libia de Benghazi. Otro es la investigación de la persecución fiscal a grupos conservadores de la oposición, y un tercero es el espionaje a periodistas de la agencia noticiosa AP, bajo el no siempre claro escudo de las "razones de seguridad", durante dos meses del año pasado.
Ninguno de ellos es, por sí mismo, una flecha a la yugular. Pero sí cuñas molestas que, de no extirparse, podrían hacer más daño o reabrir heridas nunca curadas, dejadas por el cuestionadísimo antecesor directo de Obama, George W. Bush.
Entre esas heridas, la guerra no declarada que libra Obama con aviones no tripulados o la permanencia de la cárcel de Guantánamo, que prometió cerrar, y que alberga a 166 reclusos sin condena.
"Por supuesto que esto no es el Watergate. Pero suena muy mal y debe ser investigado", dijo Carl Bernstein, uno de los dos periodistas que, junto con Robert Woodward, se convirtieron en paradigma de la profesión por la larga investigación que forzó la renuncia de Nixon, en 1975.
Las diferencias, a su juicio, son enormes. "En el caso Watergate, tuvimos un video del presidente diciendo: «Usen al IRS [la agencia fiscal] para ir tras nuestros adversarios». Nada de eso ocurre en este caso. No hay evidencia de que nadie en la Casa Blanca haya dicho algo así", sostuvo ante las cámaras de Morning Joe, programa de Mnsbc. "Ni puedo imaginarlo", añadió el periodista estrella, en una afirmación que sorprendió a sus entrevistadores. ¿Por qué no?
En la otra punta de la confesa incapacidad de Bernstein para imaginar tal hipótesis, y pecadores, tal vez, de un escepticismo extremo, otros huelen cierto aroma. "Nos mintieron durante meses con Benghazi. Nos mintieron durante meses con el IRS y cuando esto salta, lanzan un claro mensaje a nuestras fuentes: no compliquen al gobierno o vamos por ustedes", escribieron Mike Allen y Jim VandeHei, editores de Político, el taquillero sitio de Internet.
No fueron los únicos. La indignación hizo coro en voces muy cercanas a los demócratas y advirtió sobre la posible ruptura del pacto de confianza entre gobierno y gobernados si la crisis no se resuelve bien.
"Una piedra fundamental de nuestro sistema es que los poderes coercitivos del Estado jamás se usen con sentido político. La justicia es ciega y los poderes del Estado, también. Cualquier violación de ese principio amenaza la confianza ciudadana, de la que depende la democracia", recordó The Washington Post.
"Lo que ha ocurrido es alarmante y resulta desmoralizador que el presidente no se haya disculpado públicamente", añadió el diario en una lapidaria nota editorial.
El cosquilleo de lo incierto sacude por igual a los republicanos. También ellos asisten a una "primera vez": luego de cinco años de buscarle en vano un talón de Aquiles al presidente que más expectativa generó en los últimos años, olfatean un hueso sobre el que morder. "No queremos más discursos. Necesitamos saber quién irá a la cárcel por esto", bramó John McCain, que, en 2008, compitió contra Obama por la presidencia.
La maniobra tiene sus riesgos: una cosa es la crítica y otra, el taladro. Si los republicanos sobreactúan, se les puede venir en contra y lo saben. Su principal desafío es controlar a los más apasionados en su deseo de saltar como enloquecidos tras una pieza de cuya consistencia no pueden estar seguros. "Si nos lanzamos contra un espejismo, haremos mal papel", dijo el legislador republicano Charles Boustany, uno de los artilleros en la investigación sobre la persecución fiscal. Las instrucciones en tal sentido fueron aceptadas. En las últimas horas, hasta el más ardiente de los republicanos se esforzó por adoptar un tono de sobriedad en el embate.
Poco queda de la modorra con que navegaba Obama el trámite de su segunda presidencia. La turbulencia amenaza ahora su gestión de gobierno: el presidente que no pudo aprobar el control de armas pese al 90% de apoyo que le daban los sondeos en la materia tiene que avanzar con su agenda sobre aguas turbulentas.

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