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jueves, 10 de septiembre de 2015

El impacto de lo improbable en la toma de decisiones estratégicas.


CARLOS ALBERTO CORRADI

Tomar decisiones no es algo desconocido para nosotros: lo hacemos todos los días, es probable que al tomar tantas, algunas parezcan automáticas. Es importante saber que las decisiones se presentan en todos los niveles de la sociedad, sean de mayor o menor incidencia; pero estas implican una acción que conlleva a un determinado fin u objetivo propuesto. La toma de decisiones sustenta todas las funciones de la conducción de una organización.
Para lograr una efectiva toma de decisiones se requiere de una selección racional, aclarando primero el objetivo que se quiere alcanzar; teniendo en cuenta varias alternativas, evaluando cada una de sus ventajas y limitaciones, adoptando la más apropiada para conseguir el objetivo propuesto.
Al referirnos al racionalismo nos aproximaremos a la definición del filósofo y científico francés René Descartes, entendiéndolo como un sistema de pensamiento que acentúa el papel de la razón en la adquisición del conocimiento, es decir un proceso que se basa en el razonamiento.
El proceso refiere a técnicas que constan de tres fases principales:

1. Investigación sobre las condiciones que requieren las decisiones, en busca de indicios que pueden identificar problemas u oportunidades.

2. Diseño, desarrollo y análisis de las posibles alternativas de acción, para generar las soluciones y probarlas según su factibilidad

3. Selección de una alternativa entre aquellas disponibles y su implementación.

En referencia a las herramientas vamos a conceptuar la teoría de juegos, ya que en los últimos veinte años esta teoría se ha convertido en el modelo dominante y ha contribuido significativamente a la ciencia política, la biología y a estudios de seguridad nacional. Esta teoría, reconocida con el premio nobel de economía otorgado a John C. Harsanyl, John Nash y Reinhard Selten en 1994, analiza el comportamiento estratégico cuando dos o más individuos interactúan y cada decisión resulta de lo que espera que los otros hagan.

Tratándose de interacción entre individuos con racionalidad, el aspecto destacable es que la toma de decisiones está inmersa en la incertidumbre ya que no hay nada que garantice que las condiciones en las que se tomo la decisión sigan siendo las mismas en el momento de la acción, estamos en un medio que cambia constantemente que no permite exponernos a los riesgos de una respuesta mecánica o un enfoque intuitivo.

Este proceso racional, bajo la influencia que sobre él ejerce la incertidumbre se puede graficar de la siguiente forma:


                                                                                


Repasando la definición de Estrategia.
La estrategia como concepto ha existido desde tiempos remotos aunque como palabra se la define en tiempos modernos. Ha estado y está presente en cualquier actividad en la que intervenga el hombre sea en forma individual o colectiva.

Estamos frente a un concepto que tiene múltiples acepciones y ha sido tema de discusión entre profesionales e investigadores, en donde influye no sólo la adscripción personal a determinada corriente de pensamiento estratégico, sino también por estar referidas a distintos enfoques del término en su relación con las actividades del quehacer humano.

En el derrotero de su evolución conceptual, las grandes corrientes de pensamiento estratégico la han planteado en términos de guerra, basadas en la corriente de Karl von Clausewitz quien la vincula a ella es decir, con la conducción de los otros medios que se agregan a la política en situaciones de conflicto bélico; o ampliándola a términos de guerra y paz, apoyados en la corriente inspirada en el General Beaufre, quien plantea un concepto extendido, aplicado a la conducción de todos los medios que conforman al poder nacional, en la paz o en la guerra aunque siempre en situaciones de conflicto, para el logro de objetivos fijados por la política.

Así el General Beaufre la definió como “el arte de la dialéctica de voluntades que emplean la fuerza u otros medios para resolver un conflicto”.
Para Thomas Schelling es "la racionalidad interdependiente, aquello de relacionar los fines y los medios propios, enfrentando a los del otro actor, durante el desarrollo de un conflicto".
Podemos entonces aceptar que la estrategia es la relación racional de fines y medios propios, enfrentando a los de otro actor, que busca reducir la incertidumbre y permite la adopción de decisiones para el logro de nuestros objetivos.

Se establece de esta manera una interacción entre los actores, que puede ser graficada de la siguiente manera:



En esta compleja interacción de actores, adquiere importancia la prospectiva estratégica, definida por el Instituto de Prospectiva Estratégica de España como “una disciplina con visión global, sistémica, dinámica y abierta que explica los posibles futuros, no sólo por los datos del pasado sino fundamentalmente teniendo en cuenta las evoluciones futuras de las variables (cuantitativas y sobretodo cualitativas) así como los comportamientos de los actores implicados, de manera que reduce la incertidumbre, ilumina la acción presente y aporta mecanismos que conducen al futuro aceptable, conveniente o deseado”.

Ahora bien, si estamos hablando de un proceso que incluye la interrelación entre voluntades racionales que podrán o no tener objetivos enfrentados, y cuyo resultado incide sobre un futuro incierto y cambiante, donde la prospectiva adquiere gran relevancia, cabe preguntarnos ¿Qué importancia le damos al impacto de lo improbable en la toma de decisiones en el máximo nivel?

La relevancia de lo que no sabemos

Nassim Nicholas Taleb en su libro “El Cisne Negro. El impacto de lo altamente improbable” relata que antes del descubrimiento de Australia, quienes habitaban el Viejo Mundo estaban convencidos de que todos los cisnes eran blancos, ya que las pruebas empíricas lo confirmaban en su totalidad. Sin embargo, la visión del primer cisne negro invalidó todas las pruebas existentes.

Allí es donde radica la importancia de esta historia. Una sola observación puede invalidar una afirmación generalizada derivada de miles de visiones confirmatorias de millones de cisnes blancos. Todo lo que se necesita es una sola ave negra. Este hecho ilustra una limitación de nuestro aprendizaje a partir de la observación o la experiencia, y la fragilidad de nuestro conocimiento.

Al hecho que Taleb denomina Cisne Negro, lo describe como un suceso con tres atributos. Primero, es una rareza, pues habita fuera del reino de las expectativas normales porque nada del pasado puede apuntar de forma convincente a su posibilidad. Segundo, produce un impacto extremo por ser   inesperado. Tercero, pese a su condición de rareza, tendemos a buscar explicaciones de su existencia después del hecho, con lo que se hace explicable y predecible, lo que le da predictibilidad retrospectiva.

En una serie de Cisnes Negros se podrá ver la dinámica de todo lo concerniente a las relaciones sociales, desde el éxito de las ideas, lo científico, lo religioso, lo histórico y hasta de los elementos de la propia vida personal. Con el devenir del tiempo, y a medida de que el mundo se tecnificó y globalizó, tornándose más complicado, todos los hechos corrientes, fáciles de observar y analizar, de lo que se conoce y se busca predecir, se han tornado más irrelevantes.

Esta lógica hace que lo que no sabemos sea más importante que lo que sabemos. Nuestra incapacidad para predecir en entornos sometidos a hechos de esta naturaleza, unida a la falta de conciencia de su existencia, significa que considerar solo los antecedentes empíricos nos llevará a una prospectiva incompleta e incidir en forma negativa sobre nuestras decisiones, con mayores consecuencias mediatas si se trata del máximo nivel.

En función de la impredictibilidad de estos hechos, debemos aceptar su existencia y tenerlos presente. Podemos encontrar respuestas positivas a nuestras decisiones teniendo en cuenta lo que no conocemos y es abstracto, a través del método de la serendipidad; entendida esta como la capacidad de realizar descubrimientos de manera accidental. Pasteur decía que el azar favorece solo a las mentes preparadas, esto diferencia al azar como oportunidad, a la buena suerte como respuesta adecuada.

Debemos entonces no centrarnos en demasía en la planificación de arriba – abajo, típica del razonamiento deductivo, aunque nunca descartarla: reconocer las oportunidades cuando estas se presentan, y trabajar con ellas, reuniendo tantas como se pueda,  buscando sus máximos beneficios.

Aprendiendo a aprender.

La toma de decisiones a nivel estratégico está signada por la incertidumbre, y la ocurrencia de lo improbable equivale a ella. Este breve ensayo no busca una determinación categórica, la de centramos principalmente en los sucesos raros y desdeñar los habituales, sino entender que estos existen y debemos tenerlos en cuenta.

Taleb explica dos formas posibles de abordar el fenómeno. La primera es descartar lo extraordinario y centrarse en lo normal, dejando de lado las rarezas y estudiando los casos corrientes. El segundo enfoque es considerar que, para entender un fenómeno, es necesario también considerar los improbable, sobre todo si cuando ocurren suponen un efecto acumulativo extraordinario.

Uno de los problemas con el que nos podemos encontrar al momento de analizar los hechos del pasado y poder proyectarlos al futuro es la concentración excesiva en lo que sabemos, tendemos a aprender lo factual, despreciando lo abstracto, en una realidad que se presenta compleja y aleatoria.

La historia muestra varios casos de aprendizaje incompleto, donde decisiones estratégicas tomadas en cada oportunidad no contemplaron lo improbable. Al concluir la Gran Guerra, los franceses construyeron la línea Maginot siguiendo la ruta de la anterior invasión alemana para prevenir una nueva invasión; el Ejército Alemán, no sin menor esfuerzo, se limitó a rodearla. Los franceses habían aprendido con excesiva precisión de la historia reciente. Fueron demasiado prácticos y se centraron de forma exagerada en lo habitual sin tener en cuenta lo improbable.

El 26 de febrero de 1993 la torre sur del World Trade Center sufrió un atentado terrorista producido con un camión bomba en su estacionamiento subterráneo. El saldo seis víctimas fatales y más de mil heridos. Seguramente lo ocurrido brindó lecciones para aprender y nuevas medidas a adoptar para evitar un nuevo suceso de este tipo. Sin embargo, el 11 de setiembre de 2001 nada evitó que dos aviones fueran estrellados en ambas torres, en el atentado terrorista más importante de la historia en suelo estadounidense. Lo sorpresivo no fue que un nuevo ataque a las Torres Gemelas, sino el método empleado, la precesión con la que se llevo adelante y la planificación del mismo. Ocurrió lo improbable. Un Cisne Negro que dio inicio a la Guerra contra el terrorismo en el siglo XXI.

Casi todos los hechos trascendentes de la historia son producto de hechos raros pero trascendentes. Pero, pese a ello, en el análisis retrospectivo que empleamos para proyectar comportamientos futuros nos centramos en los hechos normales, tendemos a estructurar su comportamiento a través de reglas matemáticas y ordenar su análisis mediante el empleo metódico de cajas de herramientas. Corremos el riesgo de ignorar las grandes desviaciones, que son producto de lo improbable, las que no podemos manejar y las que demuestran que no podemos domesticar la incertidumbre. 

La prospección y la falta de claridad.

En el análisis prospectivo, al observar el comportamiento de los actores y la evolución de las distintas variables a tener en cuenta, nos centramos en los sucesos, los hechos. En esta tarea se ve lo que aparece y corremos el riesgo de verlos en forma incompleta. En su análisis muchas veces obviamos aquellas cosas que los generaron y solo tenemos en cuenta el hecho en sí mismo.

Así el análisis de estos sucesos no aparece del todo transparente. Se presentan velados al entrar en contacto con ellos. Algo que nos puede llevar a cometer algunos errores de prospección, que como veremos más adelante son parte de una misma percepción.

El primero de ellos es pensar que la realidad en la que nos desarrollamos es más comprensible, más explicable y, por consiguiente, más predecible de lo que es.

Cuando se producen hechos de gran magnitud social con influencia siempre negativa, como los conflictos armados, siempre se tiende a decir que su fin es “cuestión de tiempo”, o en los casos de grandes migraciones de refugiados se espera que la situación en su país “rápidamente volverá a la normalidad”. 

En estos errores de previsión hay un poco más de ilusión que de realidad, pero también un problema de conocimiento. La dinámica de los conflictos armados es imprevisible; sin embargo, en el razonamiento empleado al analizar los acontecimientos, quienes emiten estos comentarios parecen convencidos de entender lo que pasa. Cuando día tras día, mientras dura un conflicto, los sucesos que se conocen quedan fuera de los que se previeron puede ocurrir que quienes realizan el análisis no reparen en que no los habían tenido en cuenta. Esta creencia retrospectiva produce la ilusión de comprender la rareza y le da el carácter de inteligible al suceso.

El segundo de ellos es que al examinarlos buscamos explicaciones convincentes, tratando de encontrar  lógicas coherentes que no demuestren incongruencia alguna, a posteriori de su ocurrencia. Es decir, corremos el riesgo de no aceptar que algunos fenómenos pueden ser impredecibles y ocurrir de manera inexplicable. Son sucesos aleatorios.

Los grandes eventos que marcan el avance de las sociedades se dan en saltos, con poca continuidad intermedia. Esta discontinuidad de los acontecimientos hace que el análisis aplicado, estructurado y meticuloso a posteriori, crea la ilusión de que los comprendemos en su totalidad.

Al presentarse en forma distorsionada registramos en nuestra mente aquellos datos que posteriormente coincidan con los hechos, limitándolos y filtrándolos en realidad, tratando de encontrar una relación de causas y efectos, que le den lógica y comprensión.
Esto conlleva a fijar una percepción no revisada, dificultando el estudio de los acontecimientos en sus propios contextos, lo que resulta en una distorsión retrospectiva, conduciendo a una ilusión prospectiva.

El tercer error en el que podemos incurrir es el de darle a la información factual una valoración excesiva. Esto puede llevar a la creencia de que quien mayor conocimiento posea de los hechos realmente posee el conocimiento del futuro. Sin embargo, ante hechos aleatorios, improbables e impredictibles tales conocimientos se tornan irrelevantes.

Podemos entonces apreciar que, ante el impacto de lo improbable, las personas con mayor información no tienen ventaja alguna en sus predicciones sobre aquellas que no tengan el mismo nivel de conocimiento. Sin embargo, hay entre ellos una diferencia crucial.

Quienes menos información poseen no piensan en que comprendan estos sucesos, por su situación de desconocimiento y así lo entienden. Pero aquellos que poseen mayor discernimiento de los hechos pueden estar convencidos que al saber más pueden dominar la incertidumbre, cuando ante estos acontecimientos nadie puede saberlo todo. El conocimiento puede llegar a tener un valor dudoso.

La tríada de errores de percepción a los que podemos estar sometidos, son en definitiva parte de una misma situación. Podemos poseer muchas ideas, muchos conocimientos de los hechos, pero podemos encontrarnos frente a la realidad de que la lógica que los vincula esté oculta o no exista.

El problema radica en cuanto creemos que conocemos. Y es también el problema de preocuparnos de manera excesiva en lo sucedido, en buscar la relación causa – efecto que nos brinde una lógica con la cual podamos entenderlo. Buscamos las pruebas que justifiquen su existencia y lo proyectamos al futuro, dándole sustentación a nuestras decisiones.

Somos proclives a lo tangible, a la confirmación, a lo palmario, a lo real, a lo visible, a lo concreto, a lo conocido, a lo estereotipado, a lo matemático. Vinculamos los esquemas conocidos con los conocimientos bien organizados, hasta el punto de correr el riesgo de quedar ciegos ante la realidad. Y ahí está la razón de que tengamos Cisnes Negros.

Evitar el impacto de lo improbable hace necesario que entendamos los asuntos abstractos. Lo aleatorio y la incertidumbre están entre ellos.

Aceptando la existencia del Cisne Negro.

Teniendo en cuenta los avances científicos o tecnológicos actuales podremos observar que el impacto que hayan producido en la sociedad no estaba planeado ni previsto. Son hechos aleatorios, improbables, impredecibles: de resultado positivo en su mayoría. Si alguien realizó una prospectiva sobre estos sucesos seguramente la predicción hubiera sido errada. Uno puede crear sus propias listas con distintos tipos de sucesos.

La realidad se presenta mucho más compleja de lo que pensamos y predecimos. Esto en si no es un problema, excepto cuando no entendemos que ella está compuesta también por hechos impredectibles. Corremos riesgo de que, al proyectar el pasado y el presente al futuro, lo hagamos según lo normal, lo de costumbre, sin tener en cuenta lo improbable. Y esto puede impactar en forma nociva en la tomas de decisiones.

Tendremos que entrenar nuestras habilidades para que controlen nuestras decisiones; separar un tanto el sistema heurístico de lo aleatorio. Entrenarnos para distinguir la diferencia entre lo sensacional y lo empírico. Tengamos también en cuenta cuán someros somos con la probabilidad, es difícil domesticar la incertidumbre.  

Debemos tener en cuenta los antecedentes existentes en el error predictivo y su impacto en la toma de decisiones, evitando cometerlos nuevamente, teniendo en cuenta herramientas y métodos que incluyan  los sucesos raros. Aceptar la existencia de resultados aleatorios y asumir su existencia e impacto es un buen inicio.

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