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sábado, 3 de octubre de 2015

¿El fin del consenso europeo?



http://gaceta.es/noticias/consenso-bipartidista-europa-02102015-2020


El fin del consenso bipartidista en Europa.









Carlos Esteban - Viernes, 2. Octubre 2015 - 20:20

El FPÖ, Partido Austriaco de la Libertad (Freiheitliche Partei Österreichs), más que duplicó el número de votos en las pasadas elecciones regionales de Alta Austria con respecto a los comicios anteriores, un crecimiento espectacular que ha sido recibido con sorpresa y alarma por los medios europeos y que parece confirmar la tendencia al ascenso en las urnas de partidos radicales en el Viejo Continente.

La alarma y la sorpresa se explican porque, desde la posguerra, Europa occidental ha vivido una plácida y casi inalterada alternancia bipartidista en la que un partido muy moderadamente conservador gobernaba después de una o dos legislaturas de un partido muy moderadamente socialista. El gran partido de la izquierda -PSOE, PS, Laboristas, SPD, etcétera- había renunciado tácita o expresamente al marxismo y aceptaba la economía de mercado, mientras el gran partido conservador -PP, UMP, Tories, CDU- había renunciado básicamente a todo lo que no fuera ir un pasito por detrás de sus rivales. Y así, después de la caída del muro de Berlín y, con él, de la amenaza comunista parecía que el modelo fuera a continuar hasta el final de los tiempos o, como quería Francis Fukuyama en su célebre obra, habíamos llegado al Fin de la Historia.

Pero la prosperidad aburre a los pueblos y el fin del comunismo soviético, lejos de dar la puntilla a la izquierda radical, le dio alas precisamente en aquellos países en donde, por no haberla padecido en sus carnes, aún podía encontrar algún eco su utópico mensaje, ahora sin el incómodo y constante recordatorio de una Rusia soviética que poco o nada tenía que ver con el porvenir sonrosado que predicaban los radicales, donde estaba prohibido prohibir, la imaginación había tomado el poder y la playa esperaba bajo el asfalto.



En busca de los nuevos proletarios

Tras la gran traición del proletariado, que lejos de obedecer las profecías marxistas de paulatina depauperización se aupaba decididamente hacia la clase media desde la posguerra mundial, la izquierda se dedicó a buscarle sustituto, otras clases oprimidas a las que poder aplicar el sencillo esquema marxista. Encontró unas cuantas: mujeres, homosexuales e incluso el mismo planeta, que si con Lenin soñaron poblado de humeantes fábricas ahora querían inmaculadamente verde. Y -fundamental para nuestro relato- los inmigrantes, las otras culturas, los otros pueblos. La multiculturalidad.

Se entregaron así de lleno a favorecer las leyes más permisivas posibles en cuanto a inmigración se refiere, en connivencia con unas grandes empresas encantadas con la llegada de un ejército de trabajadores potenciales que 'moderasen' los salarios y que probablemente serían menos exigentes con las condiciones laborales que los resabiados nativos.

Un tercer aliado de inapreciable valor en esta estrategia fueron los jerarcas de Bruselas, que veían en las lealtades nacionales el principal obstáculo a su sueño de una Europa indiferenciada y homogénea, lista para convertirse en un superestado a su cargo.

Pero esta estrategia, que se ha exacerbado y hecho más evidente en los últimos años con la llegada masiva de subsaharianos en patera y, ahora, con el aluvión de 'refugiados' 'sirios' (créanme, las comillas están más que justificadas en un alto porcentaje), pone en riesgo la supervivencia del modelo quietista en el que hemos crecido de dos partidos coincidentes en todo lo importante y divididos en cuestiones meramente de ritmo y retórica.

Los aguafiestas

Adonde quiera que se mire en la vieja Europa, el escenario está cambiando a marchas forzadas. En nuestro país tenemos a Podemos y, en mucha menor medida, Ciudadanos, partidos que parecen haber pasado del cero camino del infinito en un tiempo récord.

En Grecia ha triunfado y gobierna incluso una coalición de izquierda radical inexistente hace unos pocos años, aunque haya tenido que poner sordina a su radicalismo por mor de continuar en el euro, y al hacer el recuento de las elecciones griegas se olvida a menudo que el cuarto partido más votado, Amanecer Dorado, es de inspiración fascista y tiene aún alguno de sus líderes en la cárcel.

En Francia, el partido tildado de fascista rutinariamente por la prensa nacional y europea, el Frente Nacional de Marine Le Pensería, según todas las encuestas, el más votado en la primera vuelta de unas elecciones presidenciales que se celebraran hoy, como en el escenario soñado por el escritor Michel Houellebecq en su última novela, Sumisión.

En Gran Bretaña, el Ukip, liderado por un excéntrico Nigel Farage, ha cosechado victorias parciales en las elecciones locales, lo suficiente como para obligar al gabinete de David Cameron a hacer buena su promesa de un referéndum sobre la continuidad de Gran Bretaña en la Unión Europea, consulta en la que los partidarios del "no" ganan adeptos cada día.

En Hungría gobierna con supermayoría el Fidesz de Viktor Orbán, verdadero quebradero de cabeza de la Comisión, que ha cambiado la Constitución y ha dejado claro que no quiere refugiados en su país. Pero Europa del Este, por su larga experiencia con el comunismo y su aislamiento de los tics de la progresía occidental, es otra historia.

En Alemania la oposición es todavía muy débil, pero las encuestas de opinión registran un creciente malestar con la política de puertas abiertas de la canciller, Angela Merkel, y hasta en esa patria del progresismo más políticamente correcto, Suecia, el partido que copa los sondeos, los demócratas suecos, son directa y recurrentemente calificados de neonazis.

Hemos visto las nalgas al emperador

La crisis económica, la afluencia masiva de inmigrantes, el cansancio con respecto a las viejas fórmulas... Sí, todo eso son factores cruciales del cambio. Pero hay otro no menos importante; de hecho, revolucionario: la gente ha dejado de creer a pies juntillas lo que los órganos oficiales de información les cuentan.

Todo el modelo de consenso descrito arriba se basaba en buena medida en un paisaje mediático que diera imagen de pluralidad -muchos periódicos, muchas cadenas de radio, varias de televisión- manteniendo, sin embargo, una monolítica unidad en el mensaje principal: desde Público hasta ABC, desde Le Figaro a Liberation, uno podía confiar en que las 'verdades de la fe' nucleares se respetaban escrupulosamente. Como, por ejemplo, las bondades del imparable proceso de cohesión europea.

Pero eso ha terminado, o está terminando. Los partidos que hemos citado, atacados inmisericordemente por medios y políticos asentados, han tenido que recurrir a una verdadera red autónoma y alternativa de comunicación para transmitir su mensaje, como en la época de los 'samizdat' soviéticos.

A este desengaño ha contribuido, naturalmente, Internet y la telefonía móvil, pero también, esencialmente, el hecho de comprobarcuántas veces y en cuántas cosas hemos sido engañados. La nueva generación ya no espera de los medios que digan básicamente la verdad con un comprensible e incluso inevitable sesgo; esperan que intenten mentirles y manipularles, y cada vez son menos las 'noticias' que se aceptan sin escepticismo inicial.

El propio establishment consolidado ha acelerado sin quererlo esta tendencia al reaccionar a las primeras deserciones intensificando la manipulación y obteniendo, así, el resultado contrario al deseado.

El regreso de las tribus

La Europa moderna es el resultado de una espantosa carnicería, la Segunda Guerra Mundial, donde el fascismo perdió y el comunismo, al menos en el sentido bélico, salió ganador. Esto es lo que explica que, pese a la montaña de muertos en la represión comunista y la miseria y opresión que ha llevado a los últimos rincones del globo esta doctrina, 'comunista' no sea exactamente un insulto y haya partidos oficiales que aún lo llevan en el nombre mientras que 'fascista' sigue siendo un insulto y una sentencia de ostracismo. Por eso ha sido y es difícil articular un movimiento de oposición nacional al intento de Bruselas de diluir el carácter propio de los Estados miembros en una patria común. La nación, por parafrasear a nuestro nefasto ex presidente, es un concepto discutido y discutible para la UE.

Pero no, parece ser, para los propios europeos. Estos partidos que ascienden en las urnas contra el viento y las mareas de un sistema opuesto en bloque a su mensaje apelan a la tradición, a la historia, a los mitos y símbolos que han acompañado a las sociedades nacionales a lo largo de los siglos, mientras que Bruselas se limita -como el PP en la campaña de las catalanas- a desplegar gráficos de PIB percápita.

Pero nadie, que se sepa, ha dado la vida voluntariamente por un punto más en el PIB ni es probable que muchos europeos arriesguen la suya por defender el espacio Schengen. 

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