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lunes, 6 de agosto de 2018

CUADERNOS, CORRUPCIÓN y GEOPOLÍTICA




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por Carlos A. PISSOLITO

La construcción del Canal de Panamá, 
un verdadero hito de la
 geopolítica de los EEUU. 
Para empezar por el principio, digamos que la Geopolítica es una ciencia que tiene como objeto de estudio del impacto de la Geografía sobre la Política, y viceversa. Pero, con los años, este campo de acción se ha visto ampliado. Especialmente, se la ha orientado hacia el diseño de estrategias vinculadas al posicionamiento, al desplazamiento y al empleo de fuerzas en relación a las masas terrestres y a los espacios marítimos circundantes y a su mutua interacción.

Es en este concepto es que la Geopolítica nos puede aportar el marco conceptual para que podamos responder a preguntas fundamentales vinculadas a nuestra inserción en la región y en el mundo y la naturaleza de acciones vinculadas con el combate a la corrupción en la región sudamericana y en nuestro país.



Un poco de teoría y de historia

Antes de hacerlo, recordemos lo que el inventor de la Geopolítica, Halford Mackinder, hablaba de la existencia de área central de pivote o núcleo del mundo, al que llamaba, en sus palabras, la “Heartland”. Como tal, en ella se concentra la masa de los recursos humanos y naturales, necesarios para el pleno desarrollo de una civilización industrial. A su vez, su ubicación central le facilitaba el dominio de las zonas periféricas que la rodeaban.

Al respecto, decía: "Quien gobierna la Heartland comanda la Periferia y quien comanda la Periferia comanda el Mundo." Llegado a este punto no hay otra alternativa que interrogarnos y contestarnos sobre cuáles son y dónde están estos lugares.

No hace falta un gran razonamiento. Solo tenemos que repasar, juntos, los hechos salientes de nuestra historia sudamericana para saber que hasta el momento hemos sido periferia. Y que la Heartland, para nosotros, comenzó siendo España, allá lejos por el Siglo XVI. Para pasar luego a ser, la Gran Bretaña. Hasta llegar, hoy, a ser los EEUU. Pero, con la advertencia de que en un futuro, más o menos cercano, este centro, bien, podría trasladarse hacia el Oriente sino-ruso.

Otra necesaria pregunta es: ¿Por qué hemos sido, nosotros, siempre periferia?  Muy sencillo, porque hemos carecido de los medios (humanos y materiales) y de las ideas para no serlo. Pues, aunque nos hayamos proclamado independientes, allá no tan lejos por el Siglo XIX, hemos sufrido y seguimos sufriendo alguna forma de dominio por parte de la Heartland.

Al principio, la cuestión fue de carácter físico. Baste para ejemplificarlo, imaginar el terror que habrán sentido los guerreros aztecas, quienes de hecho pertenecían a una cultura de la Edad de Piedra, al enfrentarse a los conquistadores españoles con sus mosquetes, cotas de malla, picas y caballos, una cultura del Renacimiento.

Una vez que aprendimos a pelear como ellos. Y lo hicimos bastante bien, comenzamos a derrotarlos con cierta facilidad. Prueba de ello sobran en las campañas de nuestra Guerra de la Independencia.

Posteriormente, las potencias que integraban la Hertland, especialmente la Gran Bretaña, descubrieron que mejor que conquistar la periferia era comerciar con ella. Al efecto, inventaron e impusieron las teorías del libre comercio y de la libre navegabilidad de los ríos.
Oportunamente, con mejor suerte que la sabia India y la vieja China, supimos, nosotros, resistir sus invasiones y bloqueos.

El siglo XX nos trajo una ventaja de la periferia que no sabíamos que la teníamos. Cuál fue la posibilidad de ser neutrales frente a los grandes conflictos que tuvieron lugar en la Heartland, a caballo de las dos guerras mundiales. La posterior Guerra Fría, incrementó, aún más, esta ventaja, al permitirnos pendular entre ambos bloques, obteniendo ventajas de cada uno.

Lo que pasó cuando nos atrevimos

Posteriormente, a tanto llegó esta ventaja que algunos paises sudamericanos nos atrevimos a desafiar a las potencias de la Heartland abiertamente. Cara a cara. Los primeros fuimos nosotros, los argentinos, que recuperamos y perdimos nuestra Islas Malvinas. Luego, más astutos que nosotros, el viejo Imperio del Brasil, les quiso ganar con sus propias leyes de país emergente, organizando la Copa del Mundo y las Olimpiadas.

A nosotros nos bajaron de un hondazo. Aunque para ello hiciera falta el concurso de los EEUU y de la OTAN. Con Brasil fueron más sutiles, le mandaron campaña anticorrupción popularmente conocida como “Lava Jato”.

Al respecto, no nos olvidemos del rol vital que han tenido los escándalos judiciales que asolaron las costas sudamericanas como el “FIFAGate” o los “Panamá Papers”. Materializados, tanto a través de las filtraciones de los servicios de inteligencia de los EEUU, así como de las investigaciones formales llevadas a cabo por sus dependencias judiciales.

Tampoco, podemos pasar por alto, la conveniente asociación de un grupo de conocidos y prestigiosos periodistas locales para difundir la información contenidas, ya sea en las filtraciones, como en las investigaciones formales.

No podemos hablar, con fundamento, sobre las primeras. Pero, sí respecto de las segundas iniciadas en los EEUU. Pues, es el Subprocurador General de ese país, Kenneth A. Blanco, quien en un discurso que del 19 de julio de 2017, nos dice que el veredicto condenatorio que se le dictó al ex Presidente de Brasil, Lula da Silva, es el principal ejemplo de los “resultados extraordinarios” alcanzados gracias a la colaboración del Departamento de Justicia con los fiscales brasileños.

Hoy, esa ola de transparencia llega a la Argentina y deducimos, por lógica asociación, que tendrá efectos similares a lo ya vistos en el Brasil.

Para empezar, hoy mismo, nuestro Ministerio de Energía le ha pedido al gobierno de China que negocie la salida de su contratista Electroingeniería -que tiene a su cargo la construcción de dos represas sobre el Río Santa Cruz- por estar envuelto uno de sus directivos en el mediático escándalo de los famosos cuadernos “Gloria”.

Si esto no es un problema que alguien me lo diga. Pues seguramente tal decisión traerá, cuando menos, demoras en la ejecución de las mencionadas obras.

No se trata, amigo lector, de no castigar a los responsables de la corrupción. Todo lo contrario. Hagámoslo, pero hagámoslo con inteligencia y con prudencia. De tal manera que su represión y castigo no implique consecuencias no deseadas para nuestra gobernabilidad y nuestro desarrollo.

Pues, lo que está en juego es mucho más que la prisión de un grupo de personas -básicamente, políticos y empresarios- sino la prosperidad y las posibilidades de desarrollo de nuestro propio país como tal.

No recuerdo a ningún presidente ni a algún Ministro de Justicia argentino, por ejemplo, exigir el fin de la “Ley Seca” en la corrupta Chicago de los años 20.

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