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lunes, 29 de noviembre de 2021

El mito del poder aéreo

As I Please




por Martin van Creveld - escrito en junio del 2011

Uno de los aviones italianos
en Libia de 1911.

A partir del 19 de marzo de 2011, ¿no fue agradable ver a esos cazabombarderos estadounidenses y aliados atacando a las fuerzas de Gadafi? Y ahora que la Operación "Odyssey Dawn" ya tiene más de tres meses, ¿qué nos puede enseñar sobre la relevancia o la falta de ella, del poder aéreo en el mundo de hoy?

Un punto de partida útil para responder a esta última pregunta se puede encontrar en los acontecimientos que tuvieron lugar hace casi exactamente un siglo. El 28 de septiembre de 1911, Italia entró en guerra con el Imperio Otomano e invadió Libia. Como parte de su ejército, todavía no había fuerzas aéreas independientes, los italianos trajeron nueve aviones (luego aumentaron a trece). También tenían dos aerostatos, creando la fuerza más grande y moderna de su tipo jamás reunida en la historia hasta ese momento. Con esta fuerza, establecieron, rápidamente, el control absoluto del aire, lo que, dado que el otro lado nunca pudo volar una sola aeronave, ni disparar un solo cañón antiaéreo, no fue difícil de hacer.

Durante las primeras semanas de la campaña, los aviones y los dirigibles resultaron bastante útiles. Proporcionaron enlace, volaron misiones de reconocimiento, dirigieron el fuego de la artillería de su propio bando y lanzaron granadas de mano sobre el enemigo. Sin haber visto nada parecido, las tropas enemigas corrieron tan pronto como aparecieron las máquinas voladoras. Esta fue la época en la que Kipling escribió sobre "la carga del hombre blanco". El sentimiento proimperialista estaba en su apogeo, con el resultado de que, en todo el mundo "civilizado", los periódicos se deleitaban en publicar fotografías de nativos descalzos que huían junto con sus mujeres, niños, camellos, burros y cabras.

Más tarde, cuando los otomanos restantes y sus aliados árabes recurrieron a la guerra de guerrillas, las cosas cambiaron. A pesar del dominio del aire, un año después del comienzo de la guerra, no menos de 100.000 soldados italianos combatían en Libia, dos veces y media más de lo previsto originalmente. Aun así, las hostilidades se prolongaron durante los siguientes siete años. En 1919 se calmaron, solo para reaparecer tres años después. En última instancia, iba a tomar a los italianos, ahora bajo un despiadado control fascista, veintiún años, así como a un cuarto de millón de tropas terrestres con artillería y tanques para pacificar el país. Lo hicieron, principalmente, cerrando la frontera egipcia y estableciendo vastos campos de concentración en los que decenas de miles murieron de hambre y enfermedades. En el proceso, su comandante, el posteriormente, mariscal de campo Rodolfo Graziani, se ganó el sobrenombre del "Carnicero del Fezzan".

¿Se está repitiendo la historia y, de ser así, cuáles son las implicaciones de este hecho? Sin duda, la tecnología ha experimentado un enorme desarrollo desde la época en que los aviones italianos más poderosos, que desarrollaban algo así como unos 50 caballos de fuerza, podían transportar un máximo de dos personas y estaban armados con las llamadas granadas de mano Cipelli a la que los pilotos les tenían que quitar las espoletas con los dientes y lanzarlas por la borda con la fuerza de sus brazos. En lugar de unas pocas máquinas destartaladas hechas de madera, alambre y tela; el poder aéreo ahora consiste en una formidable variedad de jets, satélites, misiles de crucero y drones de alto rendimiento, todos usando sensores sofisticados y guiados a sus objetivos por sistemas, inconcebiblemente, complejos compuestos por otros sensores y una moderna red de enlaces de datos disponible.

Durante los primeros días de la campaña, los aviones y los misiles de crucero de la Coalición eliminaron, rápidamente, las defensas antiaéreas de Gadafi y sacaron  a sus aviones del cielo, una vez más, no fue una gran hazaña dado que los primeros tenían al menos veinte años de antigüedad y solo un pocos de estos últimos parecen haber estado operativos. Sin embargo, una vez logrado, los factores básicos que afectan el uso del poder aéreo sobre Libia, en la actualidad, tienen un parecido notable con los que lo obstaculizaron hace un siglo. Los que incluyen problemas con el clima, como tormentas de lluvia y de arena que pueden interrumpir las operaciones y de hecho lo hacen; el número, relativamente pequeño, de máquinas disponibles para operar en un vasto país; los largos tiempos de respuesta de las aeronaves atacantes (mucho más largos que los de sus predecesores, dicho sea de paso), y la consecuente dificultad de mantener una vigilancia continua; la necesidad de volar a grandes altitudes (hoy en día, esto significa más de 15.000 pies) para evitar los misiles lanzados desde el hombro, lo que reduce, drásticamente, la capacidad de adquirir objetivos; y la dificultad de localizar a los que están bien camuflados.

Ahora incluso más que entonces, los aviones tienden a salir por sólo Dios sabe dónde; de ​​hecho, algunos tienen que volar desde Gran Bretaña, pasar once horas en el aire y reunirse con aviones de reabastecimiento con sede en Alemania para repostar en el camino. Las bombas caen sólo donde Dios sabe donde. Y en ausencia de un seguimiento y de un control, el daño que crean es similar al causado por un guijarro arrojado a un hormiguero. Rara vez es letal y, a menudo, los efectos se pueden reparar o evitar rápidamente.

Como me dijeron los periodistas que han pasado un tiempo en Libia, lo que está ocurriendo no es, realmente, una guerra; todo lo que hay son bandas sueltas e combatientes, mal organizadas y mal dirigidas. Algunos afirman ser leales al coronel Gadafi; otros dicen que se le oponen. En realidad, muchos son leales sólo a sí mismas, buscando sobrevivir en medio del caos general. De vez en cuando chocan e intercambian algunos disparos; pero casi nunca de forma sostenida o con algún tipo de objetivo estratégico en mente.

Dada la falta de una red de observadores sobre el terreno, diferenciar a los "amigos" de los "enemigos" es casi imposible. Apenas una semana después de la campaña, el secretario de Defensa de Estados Unidos, Robert Gates, ya estaba acusando a los partidarios de Gadafi de arrastrar, deliberadamente, los cadáveres de los que habían matado a lugares que la Coalición había bombardeado para defender sus derechos. Quizás sea así, quizás no. Lo que no está en duda es el hecho de que, desde entonces, las fuerzas aéreas aliadas han atacado, repetidamente, tanto a rebeldes como a civiles en tierra.

Para justificar su incapacidad para prevalecer hasta ahora, los portavoces de la Coalición han comenzado a culpar a los rebeldes por su incompetencia militar. No es que esto sea sorprendente, dado que casi todos eran civiles hasta que estallaron las hostilidades a fines de febrero. Cada vez más, uno recuerda a Vietnam, donde los estadounidenses siempre señalaban con el dedo a sus aliados "irresponsables" y donde la pérdida de 11.000 (!) Aviones y helicópteros de ala fija no los salvó de la derrota.

Desde un punto de vista más amplio y estratégico, ¿podría ser que la actual campaña en Libia sea una más de las innumerables ocasiones en las que los defensores del poderío aéreo han engañado a los políticos y al público con su "canto de sirena" de un breve y fácil y (por su parte) una guerra incruenta? Si las fuerzas de Gadafi juegan bien sus cartas, entonces es muy probable que este sea el caso. Para hacerlo, su primera regla debe ser la de parecerse lo más posible a sus oponentes. Eso significa utilizar vehículos similares (los omnipresentes camiones Toyota que parecen estar jugando un papel importante en la guerra) y al mismo tiempo evitar el campo abierto y luchar en las ciudades. En lugar de uniformes completos llevar sólo insignias. Cuanto más hagan todo esto, mayor será la dificultad que tendrán los aviones de la Coalición para encontrarlos y mayor será, también, la probabilidad de que se produzcan víctimas civiles. A continuación, esas bajas se podrán utilizar -de hecho, ya se están utilizando- para reunir el apoyo popular a Gadafi contra los "cruzados" occidentales. Siendo, esencialmente, una guerra civil, a la larga, es probable que el bando que logre ganar ese apoyo salga victorioso.

No sólo Libia en 1911-1932, sino Argelia en 1954-62, Vietnam en 1965-75, Somalía en 1993, Afganistán e Irak en 2002 y 2003, Líbano en 2006 y Gaza en 2009-11 brindan escaso apoyo a la idea de que el poder aéreo, por sí solo, puede llevar la guerra actual a un final exitoso. E incluso estos ejemplos son sólo la punta del iceberg. Sin duda, Slobodan Milosevich en 1999 se vio obligado a rendirse. Pero, solo después de que una fuerza que, en su punto máximo, consistía en 1.000 de los aviones de combate más avanzados de la historia, lo atacara durante 78 días consecutivos; y luego no porque sus fuerzas armadas hubieran sufrido un gran daño; sino porque se cansó de ver cómo su país, prácticamente, indefenso era bombardeado y destrozado en pedazos sin ningún propósito.

Sin embargo, Gadafi se diferencia de Milosevich, en que es poco probable que se deje influir por lo que está sucediendo en el país que ha gobernado durante tanto tiempo; ¿Por qué debería hacerlo, dado que gran parte de éste se ha levantado y está tratando de deshacerse de él? Aparte de su ejército, desde su punto de vista, cuanta más destrucción inflija la Coalición, mejor. Aunque solo sea por temor a compartir el destino del ex presidente de Serbia, es mucho más probable que luche hasta el final.

Dentro de unas semanas, todo puede haber terminado, digamos en caso de que Gadafi sea asesinado, algo nada improbable dada la determinación de Occidente de deshacerse de él, o que, después de todo, decida tirar la toalla. (1) Sin embargo, lo más probable es que la Coalición se haya dejado llevar por una guerra larga, tonta y, para la gente sobre el terreno, cruel y sangrienta.

Desde una perspectiva estratégica más amplia, la conducción de la campaña hasta, ahora, parece estar confirmando una lección que ahora se ha repetido innumerables veces durante los últimos cien años; a saber, que el poder aéreo, si bien es absolutamente esencial cuando se trata de apoyar las operaciones de los ejércitos regulares tanto en tierra como en el mar; es mucho menos útil contra irregulares. Eso fue cierto en Libia hace cien años; en Libia y en otros lugares, todavía es cierto hoy. La única pregunta es, ¿cuándo aprenderán? 

Traducción y nota: Carlos Pissolito

Nota:

(1) Muamar el Gadafi murió el 20 de octubre de 2011 durante el final de la batalla de Sirte en las afueras de la que fuera su ciudad natal. 

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