por Carlos A. PISSOLITO
En la guerra como en la vida a veces se gana y a veces se pierde. El problema no está en el resultado, sino en lo que cada uno decide hacer con lo que le tocó en suerte el día después.
Lo que saben de esto. De la guerra y de la vida. Afirman que aquellos que se levantan después de las caídas son los que tienen el fuego sagrado de los campeones.
Lo llaman sentido deportivo. Uno que puede estar presentes en los deportes, en la vida y hasta en la guerra. A la que algunos audaces se atreven a calificar como el más completo de los deportes.
Al parecer, los ingleses -inventores de muchos deportes y del fair play deportivo- son los maestros de este estilo de vida. El de luchar como un juego y el de jugar luchando.
Al respecto, ellos mismos se reconocen como grandes y buenos perdedores. Un amigo de esa nacionalidad me reconocía que su historia militar estaba llena de lo que él llamaba: "derrotas gloriosas."
Un buen ejemplo de una de ellas es la evacuación de las playas de Dunkerque a principios de la 2da GM, cuando la masa del Cuerpo Expedicionario Británico se vio arrinconado por las fuerzas acorazadas alemanas.
Al borde del KO, los salvó la campana de un Hitler que en su soberbia triunfal quiso prolongar su agonía. Al parecer no los consideraba el enemigo principal de Alemania. Al efecto envió a Londres a su lugarteniente Rudolph Hess a pactar una paz honrosa y, eventualmente, una alianza. No contó con la resolución y la terquedad de ese viejo, alcohólico y cascarrabias que fuera Wiston Churcill. El resto es historia conocida.
Ese momento negro de la historia británica es magistralmente retratado por el director Christopher Nolan en una película homónima. Pero, "Dunkerque" no es una cinta de guerra tradicional. No hay conductores militares ni contiene buenas escenas de combate.
Se remite a mostrar a través de tres historias simultaneas -una de aire, otra de mar y una de tierra- como distintos personajes viven ese difícil momento bélico. Un piloto que cumple con su deber, un civil que actúa más allá de ese deber y un grupo de soldados zaparrastrosos que hacen todo lo posible por zafar.
Llegado a este punto y ante la vista de miles de cascos abandonados sobre una playa desierta uno no puede dejar de acordarse de otros cascos abandonados y de otras playas desiertas. Las de nuestras Malvinas.
Casi al final de la cinta las comparaciones vuelven a la carga. Cuando uno de los soldados, uno de los que sabía que había tenido un pobre desempeño, tiene miedo de cómo será recibido por sus compatriotas.
No voy a contarles el final de la película. Pero, baste decir que los ingleses no tuvieron su "desdunkerquisación". Como notros tuvimos nuestra desmalvinización. Todo lo contrario, sus soldados fueron muy cálidamente recibidos por sus conciudadanos, pese al sabor amargo de la derrota.
Probablemente, si comprendiéramos esta lección. La que no siempre se gana, pero que para poder hacerlo en la próxima es menester levantarse, habremos aprendido una importante lección de nuestros enemigos históricos. Una necesaria para poder entenderlos y para poder vencerlos, si fuera éste el caso.
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