Por Carlos Alberto Montaner
Venezuela se rompe en pedazos y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) van a crear un partido político. Lo anunciaron a bombo y platillo. ¿Para qué? Para repetir la agonía venezolana. Para las FARC, la política es la guerrilla por otros medios. Es esa cosa electoral que se hace cuando fracasan los empeños violentos. En Colombia se habían hundido. Siguen la lección que les dejó Hugo Chávez. Se renuncia a la táctica, pero no a los objetivos.
Sólo que hay que responder tres preguntas más inquietantes aún. Primero, ¿pueden las FARC llegar al poder? Segundo, ¿cómo? Y, tercero, ¿qué harán si lo logran?
Comencemos. Por supuesto que pueden llegar al poder. La cocaína es una mina de oro y las FARC disponen de una colosal fortuna. Siembran, producen, distribuyen la droga localmente y la exportan. Dominan toda la cadena. La negociación con Juan Manuel Santos les ha servido para duplicar la superficie de siembra en los últimos 18 meses. El informe de Washington, basado en los ojos implacables de los satélites, asegura que hoy existen 180 mil hectáreas despiadadamente cultivadas. Probablemente son más, dada la habilidad de las FARC para esconderlo todo: los laboratorios para procesar la coca bajo la frondosa vegetación, el dinero en la banca internacional, las tropas y las armas en Venezuela y, por supuesto, sus intenciones.
En cambio, no hay interés en ocultar los vínculos internacionales y las zonas de apoyo. Eso se airea. Todos los partidos comunistas del planeta son solidarios con las FARC y, por ende, sus brazos armados, como el Frente Patriótico Manuel Rodríguez de Chile, asesino del senador Jaime Guzmán tras la llegada de la democracia.
Entre los respaldos se incluye, en primer lugar, el de Cuba, orquestado por Raúl Castro. El de Podemos, la formación del español Pablo Iglesias y de sus cómplices Juan Carlos Monedero e Íñigo Errejón. También, muchos de los partidos rojos y verdes, agavillados en el Grupo Confederal de la Izquierda Unitaria Europea del Parlamento Europeo. El Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) de Nicolás Maduro y Diosdado Cabello, y todos los grupos, los movimientos y los adláteres presentes en el Foro de San Pablo. Son muchas siglas y saben hacer ruido. Menuda tropa.
¿Cómo llegarían las FARC al poder en un país como Colombia? Tal vez sería más fácil que en Venezuela. La compra de votos, sobre todo en la costa, posee una larga tradición y las FARC, para su flamante partido, tendrán muchos coca-dólares disponibles. Sólo necesitarán un candidato idóneo, "progresista y moderno", joven y carismático, cuyo nombre no se asocie con hechos terribles de sangre. Junto a él, para que obedezca y no se desvíe, situarían a un comunista duro procedente de la guerrilla.
Sería la misma fórmula empleada por el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) en El Salvador en el 2009: Mauricio Funes, un periodista muy conocido como presidente, y el comandante de la guerrilla comunista, Salvador Sánchez Cerén, como su vice. Las FARC lo aportaría todo: la plata, los cuadros, los parlamentarios. El candidato a presidente se limitará a poner su cara sonriente en los pasquines. Hoy Funes está en Managua refugiado, acusado de corrupción, mientras gobierna Sánchez Cerén, tras ganar las elecciones en el 2014.
La campaña se hará criticando certeramente todo lo que el país percibe como negativo: la pobreza, la desigualdad, la corrupción, los pésimos sistemas públicos de salud y educación, el desalmado comportamiento de las multinacionales y la entrega de tajadas de soberanía a Estados Unidos. El guion está claro. Lo que no comentarán es cómo combatirán esos males. Lo harán, como siempre, aumentando brutalmente el gasto público para crear un ejército de estómagos agradecidos. Será la fase de gestar la clientela política y de la gran inflación. De ahí saldrán las bayonetas para sostener el poder. Como creen en la lucha de clases, una superstición esencial de los marxistas, echarán a unos colombianos contra otros, y no les importará arruinar en el camino a cientos de miles de empresarios, grandes y pequeños, o terratenientes de todas las dimensiones, aunque disloquen la economía. Eso no importa.
Es la fase de crear la revolución. Es la etapa ilusionada de la demolición de la vieja Colombia, de enterrar a la burguesía arcaica y procrear a la nueva sociedad, feroz y combativa, con cuadros económicamente dotados por el Estado nuevo que surgirá de las cenizas en la desgastada patria de Santander.
¿Por qué las FARC tropezarán con la misma piedra? Sencillo: porque la evaluación de la catástrofe es otra. Carece de sentido llegar al poder para atraer capitales, fomentar el mercado, controlar los factores macroeconómicos (inflación, gasto público, corrupción) e imitar a las 25 naciones más exitosas del planeta, todas ellas regidas por la existencia de empresas privadas y sujetas a una legislación que garantiza la existencia de derechos humanos, gobierno limitado y alternancia en el poder. Lo suyo es hacer la revolución, no la paz social y el progreso sosegado. Para las FARC sería absurdo llegar al Palacio de Nariño para repetir lo que hacen, por ejemplo, los holandeses o los suecos. El grito será "¡Viva Chávez!". Lo de siempre.
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