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sábado, 19 de agosto de 2017

La maldición del síndrome Malvinas.
















por Carlos Pissolito

Ya lo decía Mark Twain: la historia no se repite pero tiene su ritmo. Tal parece ser el caso del olvido en el que incurre nuestro Gobierno nacional respecto de nuestro contingente de fuerzas de paz que despliegan, cada tanto, por el ancho mundo.

Ayer, luego de recuperar a nuestras Islas Malvinas y decididos a defenderlas, la conducción política-militar de aquella época cometió un error garrafal. No reforzó ni apoyó convenientemente a nuestras tropas, las que quedaron solas y aisladas.

Claro, estaban desplegados en un isla separada por 400 millas náuticas de duro mar austral. Para colmo de males, nuestros mercantes no podían acceder a ellas por la presencia de los submarinos nucleares  enemigos. Se intentó sortear  esa distancia con un puente aéreo, pero no alcanzó. Fue demasiado poco y llegó demasiado tarde.


Hoy, salvando las distancias, tenemos a otro contingente de tropas argentinas en una isla. Tampoco parece que esta vez podamos acceder a ellas. Esta vez nos lo impide, un enemigo armado, sino la propia ineficiencia de nuestra burocracia gubernamental.

Chipre es una bella isla mediterránea dividida por la geopolítica mundial y por profundos disensos internos. Su compleja situación hace prever que sin nuestros "cascos azules" en el medio sus habitantes de irían a las manos, como ya lo han hecho varias veces, en cuestión de días.

Pese a su engañador encanto, la sociedad chipriota es un lugar difícil. Uno que exige altos niveles de profesionalismo y de capacitación por parte de nuestras tropas. Las que rotan cada seis meses.

Al efecto, son entrenadas y equipas para la misión de la mejor manera posible. Para ello, desde hace años, están disponibles todos los medios legales, administrativos y materiales para hacerlo.

Sin embargo, por un extraño cúmulo de razones, que hasta son difíciles de creer, no se lo hace correctamente, e incurrimos en lo que no vacilo en llamar como  el "síndrome Malvinas."

Uno que afecta, por igual a políticos, a funcionarios de defensa y a los altos mandos militares. Los que no ponen lo que hay que poner para equipar y apoyar a una fuerza que será desplegada lejos de la Patria en una isla lejana.

La simple tarea de obtener el necesario pasaporte, cobrar los viáticos indispensables para la propia supervivencia y recibir un equipo medianamente funcional se vuelve una verdadera pesadilla para todos ellos.

No importa que estas tareas se encuentren previstas en todos los presupuestos y que hayan sido programadas en todos los planeamientos de todos los niveles de conducción. Ni que se vengan haciendo desde hace más de 50 años.

Pasa siempre lo mismo. Es histórico, el "maldecido" que debe participar de estas misiones se transforma en un peregrino que debe golpear toda una serie de puertas. Unas de las que detrás, se debería suponer, que se encuentran los medios necesarios para cumplir con su misión y para la cual ha sido seleccionado.

Esto que cuento me tocó vivirlo en varias oportunidades como "peacekeeper" de a pie. Y, también, quiso el destino que tratara de mejorarlo como director de nuestro centro argentino de entrenamiento conjunto de fuerzas de paz, nuestro querido y famoso CAECOPAZ.

Hoy, a varios años de esas luchas, le toca en suerte a mi hijo Bernando. Un joven oficial que será desplegado como observador militar en esa isla pasar por este "tratamiento." Cuestión que, por un lado me llena de orgullo; pero que por el otro, no deja de llamarme la atención sobre que somos contumaces en hacer las cosas mal y en no aprender las dolorosos lecciones del pasado.

La paradoja, no para allí, pues he sido invitado por el Ministerio de Defensa de Indonesia para dirigir un grupo de estudio sobre las experiencias de la ONU, precisamente, en Chipre.

A veces, pienso que las coincidencias no existen. Algunos lo llaman karma, otros destino. Parecería ser que el nuestro es el exigir a los que nos mandan. Simplemente, lo que nos deben. 

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