COMENTARIO: Si bien estoy de acuerdo con la tesis central del artículo, no comparto el rol que le asigna a las verdaderas mujeres. Las que nos rodean. Pues, ellas son dadoras de vida y el objeto de nuestros desvelos. Como Helena de Troya que generó la primer guerra de la historia. Lo de nosotros, los hombres, es todo lo demás, lo externo.
http://www.alertadigital.com/2013/02/25/la-feminizacion-de-la-sociedad/
LTY.- La feminización de la sociedad llega de la mano de la desvirilización del hombre contemporáneo. Se trata aquí de las dos caras de una misma moneda. Es un fenómeno del cual la Historia nos ofrece muchos ejemplos: cuando las sociedades declinan, las mujeres suben, cuanto más se achatan aquellas, más se levantan estas. El vacio dejado, el sitio desertado por unos hombres reblandecidos y amorfos al punto de no tener ya de hombres ni las ideas, ni las actitudes, ni el carácter y apenas la apariencia (y no siempre) permite a las mujeres reinar por fin. Cuando las sociedades se transforman en rebaños destinados al matadero y los hombres en caricaturas de hombres, suena entonces la hora de la mujer. Del desorden y de la confusión, surge esta con la despreocupada alegría y la liviandad de su sexo, dispuesta a instaurar “el reino de la hembra que, hasta el día de hoy, en los siglos de los siglos, no ha inventado más que el punto de cruz y las fundas para los sillones”, al decir del escritor francés Paul Guth (1910-1997) en “Le mariage du Naïf”, 1957. La victoria del mundo-mujer.
Pero su triunfo es de corta duración, ya que la decadencia en medio de la cual establece su soberanía es una etapa efímera y sin mañana, apenas la antecámara de la caída final. La mujer (y sus aliados naturales, los homosexuales y la beatería bienpensante, más todos los enfaldonados de logia y sinagoga; estos últimos, más que aliados, amos en toda circunstancia) no reina nunca más que sobre un mundo desecho abocado al derrumbe próximo.
El imperio de la mujer, sobre el trono abandonado del hombre, es siempre el del capricho, de la “real gana”, del “porque yo lo valgo”, de la preferencia, de la preeminencia de la Gracia sobre la Ley, de la emoción sobre la razón, del sentimiento sobre la inteligencia, de los intestinos sobre el cerebro. Sobre este punto, Hermann von Keyserling (1880-1946) nos aporta una luz definitiva: ” El orden emocional es el orden natural en el cual las mujeres viven, ya que estas reaccionan en primer lugar a su sensibilidad, y nunca son tocadas en el fondo por aquello que es intelectual. (…) Es en ese sentido que el hombre más primitivo encarna, a diferencia de la mujer, el principio racional”. (“Meditaciones sudamericanas”, 1932).
La feminización es un producto de la decadencia, y al mismo tiempo un acelerador de la misma. Esta surge siempre en un contexto de crisis terminal, en una fase de inversión completa de los roles y de los valores, en el capítulo de la universal corrupción moral y del profundo trastocamiento de las creencias, es decir en el desbarajuste general propio de las sociedades que se vienen abajo, incapaces en esa etapa de su decaimiento de distinguir el día de la noche. En un ambiente tal se instala una extrema tolerancia hacia todo lo que mina, todo cuanto socava los fundamentos del edificio tambaleante de la civilización. El Mal se vuelve el Bien, la Fealdad reemplaza la Belleza, lo Falso destrona lo Verdadero, lo Grotesco destierra lo Sublime. Es el espíritu hembra, verdadero rey de nuestra epoca, que inunda con su pegajosa influencia un mundo que termina, como una gallina decapitada, en una carrera absurda y enloquecida hacia ninguna parte.
Hay dos grandes verdades acerca de esta cuestión. 1) Todo poder de la mujer es una concesión del hombre; y 2) la mujer utiliza invariablemente este poder concedido contra el hombre, es decir contra su obra: la sociedad, la cultura, el orden establecido, los valores, la Ley. Esto puede parecer profundamente misógino, y sin embargo no es menos cierto. No incluyo en este fenómeno deletéreo algunos casos, de mujeres excepcionales. (Aquí hablo de ese tipo de mujeres como las del actual gobierno español. Son legión). Algunas mujeres de élite han jugado un gran papel en la historia del mundo y en el gobierno de sus naciones (Catalina la Grande, por no nombrar más que una en la serie de las Catalinas, la Reina Victoria, Margareth Thatcher, por ejemplo…), pero siempre dentro de un sistema masculino, viril, no en un proceso de feminización como el que estamos viviendo actualmente.
Lo que importa realmente no es la mujer en el poder en sí, sino el contexto de feminización de la sociedad en que tiene lugar esta toma de poder (o del poder).
Por otra parte, para despejar equívocos, digamos que la femenidad no es una cuestión de sexo en el sentido estricto del término. Hay mujeres del sexo femenino (todavía la mayoría, pero mermando) y mujeres del sexo masculino (cada día hay más hombres que han quedado en estado de feminidad permanente), eso es todo. Oscar Wilde decía (y debía estar bien enterado de eso, pues era homosexual) que: “Un francés será siempre más mujer que una inglesa”. Ese fenómeno, el hombre femenino, consecuencia obligada de la pérdida de virilidad, se está universalizando en esta fase de decadencia que prefigura el fin de una civilización que parece tener los días contados.
http://www.alertadigital.com/2013/02/25/la-feminizacion-de-la-sociedad/
LTY.- La feminización de la sociedad llega de la mano de la desvirilización del hombre contemporáneo. Se trata aquí de las dos caras de una misma moneda. Es un fenómeno del cual la Historia nos ofrece muchos ejemplos: cuando las sociedades declinan, las mujeres suben, cuanto más se achatan aquellas, más se levantan estas. El vacio dejado, el sitio desertado por unos hombres reblandecidos y amorfos al punto de no tener ya de hombres ni las ideas, ni las actitudes, ni el carácter y apenas la apariencia (y no siempre) permite a las mujeres reinar por fin. Cuando las sociedades se transforman en rebaños destinados al matadero y los hombres en caricaturas de hombres, suena entonces la hora de la mujer. Del desorden y de la confusión, surge esta con la despreocupada alegría y la liviandad de su sexo, dispuesta a instaurar “el reino de la hembra que, hasta el día de hoy, en los siglos de los siglos, no ha inventado más que el punto de cruz y las fundas para los sillones”, al decir del escritor francés Paul Guth (1910-1997) en “Le mariage du Naïf”, 1957. La victoria del mundo-mujer.
Pero su triunfo es de corta duración, ya que la decadencia en medio de la cual establece su soberanía es una etapa efímera y sin mañana, apenas la antecámara de la caída final. La mujer (y sus aliados naturales, los homosexuales y la beatería bienpensante, más todos los enfaldonados de logia y sinagoga; estos últimos, más que aliados, amos en toda circunstancia) no reina nunca más que sobre un mundo desecho abocado al derrumbe próximo.
El imperio de la mujer, sobre el trono abandonado del hombre, es siempre el del capricho, de la “real gana”, del “porque yo lo valgo”, de la preferencia, de la preeminencia de la Gracia sobre la Ley, de la emoción sobre la razón, del sentimiento sobre la inteligencia, de los intestinos sobre el cerebro. Sobre este punto, Hermann von Keyserling (1880-1946) nos aporta una luz definitiva: ” El orden emocional es el orden natural en el cual las mujeres viven, ya que estas reaccionan en primer lugar a su sensibilidad, y nunca son tocadas en el fondo por aquello que es intelectual. (…) Es en ese sentido que el hombre más primitivo encarna, a diferencia de la mujer, el principio racional”. (“Meditaciones sudamericanas”, 1932).
La feminización es un producto de la decadencia, y al mismo tiempo un acelerador de la misma. Esta surge siempre en un contexto de crisis terminal, en una fase de inversión completa de los roles y de los valores, en el capítulo de la universal corrupción moral y del profundo trastocamiento de las creencias, es decir en el desbarajuste general propio de las sociedades que se vienen abajo, incapaces en esa etapa de su decaimiento de distinguir el día de la noche. En un ambiente tal se instala una extrema tolerancia hacia todo lo que mina, todo cuanto socava los fundamentos del edificio tambaleante de la civilización. El Mal se vuelve el Bien, la Fealdad reemplaza la Belleza, lo Falso destrona lo Verdadero, lo Grotesco destierra lo Sublime. Es el espíritu hembra, verdadero rey de nuestra epoca, que inunda con su pegajosa influencia un mundo que termina, como una gallina decapitada, en una carrera absurda y enloquecida hacia ninguna parte.
Hay dos grandes verdades acerca de esta cuestión. 1) Todo poder de la mujer es una concesión del hombre; y 2) la mujer utiliza invariablemente este poder concedido contra el hombre, es decir contra su obra: la sociedad, la cultura, el orden establecido, los valores, la Ley. Esto puede parecer profundamente misógino, y sin embargo no es menos cierto. No incluyo en este fenómeno deletéreo algunos casos, de mujeres excepcionales. (Aquí hablo de ese tipo de mujeres como las del actual gobierno español. Son legión). Algunas mujeres de élite han jugado un gran papel en la historia del mundo y en el gobierno de sus naciones (Catalina la Grande, por no nombrar más que una en la serie de las Catalinas, la Reina Victoria, Margareth Thatcher, por ejemplo…), pero siempre dentro de un sistema masculino, viril, no en un proceso de feminización como el que estamos viviendo actualmente.
Lo que importa realmente no es la mujer en el poder en sí, sino el contexto de feminización de la sociedad en que tiene lugar esta toma de poder (o del poder).
Por otra parte, para despejar equívocos, digamos que la femenidad no es una cuestión de sexo en el sentido estricto del término. Hay mujeres del sexo femenino (todavía la mayoría, pero mermando) y mujeres del sexo masculino (cada día hay más hombres que han quedado en estado de feminidad permanente), eso es todo. Oscar Wilde decía (y debía estar bien enterado de eso, pues era homosexual) que: “Un francés será siempre más mujer que una inglesa”. Ese fenómeno, el hombre femenino, consecuencia obligada de la pérdida de virilidad, se está universalizando en esta fase de decadencia que prefigura el fin de una civilización que parece tener los días contados.
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