por Carlos Pissolito
Ergo, todo militar es educado y adiestrado para eso. Que es obedecer. Lo que no debe ni puede confundirse con una obediencia ciega, perruna. Todo lo contrario. Ya que la verdadera se centra en la libre elección de obedecer. Donde el nosotros será, siempre, más importante que el yo.
Históricamente, esta condición ha sido aprovechada por quienes deseaban su concurso para que ellos hicieran el trabajo sucio. Por ejemplo, el de desembarazarse de un mal gobierno o defender al Estado de una agresión. Ellos acudían prestos a recuperar el honor nacional perdido y a restablecer un ambiente seguro.
Pero, cuando las cosas no salían como era lo esperado o se retornaba a la cierta normalidad.
Al poco tiempo, eran desalojados de ese poder, al que eran extraños y del que sólo debían haber sido sus guardianes; De “salvadores de la Patria” pasaban, sin solución de continuidad, a ser la causa de todos los males de la República.
Volvían tristes y consternados. Sin entender qué es lo que había pasado. No sabían, porque no habían sido educados para ello, que, también, en ocasiones, es menester aprender a desobedecer. Como lo han hecho los grandes comandantes de la historia. Desde Anibal a San Martín.
Pasada la amarga experiencia se recluían en sus cuarteles. Muchos de ellos, rumiando su bronca, aprenderían la amarga lección de la obediencia y del arte de desobedecer. Y se juramentarían no volver a cometer los viejos errores.
Pero, otros seguirán aferrados a su peligrosa ingenuidad. No ya para intervenir en forma directa, pero sí para prestarle oídos a los cantos de sirena propalados por los falsos profetas de la República.
Actualmente, la simpleza de sus convicciones los llevaba a dejarse arrastrar por mensajes, formalmente, afines a sus creencias, de Dios, de Patria y de Familia. Pero, materialmente, falsos propalados por las colectoras destinadas a captar su voto.
Es menester que vuelva a observarse aquello de otro poeta respecto de que la milicia alejada de las letras deviene en estupidez.
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