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sábado, 2 de noviembre de 2024

TRUMP NO ES UN FASCISTA

 por William Lind

Mi viejo y muy estimado amigo, el general de la Infantería de Marina y ex jefe de gabinete de la Casa Blanca John Kelly, escribió recientemente en el "New York Times" que el presidente Trump “prefiere el enfoque dictatorial para gobernar” y encaja “con toda seguridad en la definición general de fascista”. Si bien John Kelly es un erudito buen conocedor del arte de la guerra, con una gran experiencia en historia y en teoría militar; está menos familiarizado con la teoría política. Si entendemos qué era el fascismo y quién creó su uso actual, veremos que el término no encaja en absoluto con el presidente Trump.

En esencia, el fascismo y su primo el nacionalsocialismo fueron las teorías políticas más radicales del siglo XX. Buscaban eliminar todo el elemento judeocristiano de la cultura occidental y regresar a los valores de la antigüedad precristiana, donde el poder era el bien supremo. Para ello, transformaron la voluntad de virtud instrumental en virtud sustantiva: cualquier ejercicio de la voluntad, cuanto más fuerte y más contrafáctico mejor, era bueno, independientemente de lo que se deseara. Esta visión era tan errónea que condujo a la destrucción del fascismo, mediante actos de voluntad como la entrada de Mussolini en la Segunda Guerra Mundial (en contra del consejo de su ministro de Asuntos Exteriores y su ejército), la invasión de Rusia por Hitler y, más aún, su declaración de guerra totalmente innecesaria a los Estados Unidos (también en contra del consejo de su Estado Mayor).

El medio que el fascismo buscó para alcanzar su objetivo fue la creación de estados totalitarios. Como dijo Mussolini: “Todo para el Estado, nada contra el Estado, nada fuera del Estado”. Pero, en realidad, Mussolini no logró eso; como dijo Hitler de él: “Quiere ser un dictador, pero es un tipo demasiado bueno”. Le dio a Italia el mejor gobierno que ha tenido desde Rómulo Augústulo, el último emperador romano, y el mejor que probablemente tendrá en el futuro.

Pero ¿podemos realmente pensar que el presidente Trump encaja en estas definiciones de fascismo? Eso es absurdo. No tiene ningún deseo de destruir la cultura judeocristiana; por el contrario, la defiende de los marxistas culturales que explícitamente pretenden su destrucción. ¿Puede alguien argumentar que quiere un EEUU totalitario donde nada exista fuera del Estado? Es un defensor del federalismo, como vemos en la cuestión del aborto, y el federalismo es el antídoto al gobierno federal todopoderoso que ha creado la izquierda. En cuanto a la parte del “dictador”, se aplica lo que dijo el Führer: es un tipo demasiado bueno.

Entonces, ¿cómo es que al presidente Trump y a otros de la derecha, incluido yo mismo, se les llama fascistas? La respuesta es que la Escuela de Frankfurt, la gente que creó el marxismo cultural que conocemos como progresismo o corrección política, etiquetó de fascista a cualquiera que se opusiera a su marxismo. Este es el núcleo del influyente (y fraudulento en la investigación social) libro de Theodore Adorno La personalidad autoritaria. Adorno, junto con Max Horkheimer y Herbert Marcuse, fueron los pensadores más importantes de la Escuela de Frankfurt, y hoy su obra es la base del marxismo cultural que vemos en tantos campus universitarios y en las élites políticas, mediáticas y del entretenimiento. Pero es una tontería. La mayoría de los estadounidenses que se oponen al marxismo cultural no tienen ningún deseo de volver a los valores del mundo antiguo. Todo lo contrario, ya que la mayoría son cristianos.

Conozco a John Kelly desde que era estudiante, y no es un marxista cultural. Eso significa que también es un fascista, según el marxismo cultural. Yo también lo soy, tú también, y también tu perro y tu gato. Las palabras en boca de los ideólogos pierden todo su significado.

Si se permite a los marxistas culturales seguir utilizando el poder del Estado para imponer su ideología maligna a los estadounidenses, la respuesta del público podría ser un auténtico fascismo estadounidense. Pero estoy bastante seguro de que el segundo mandato del presidente Trump hará que el marxismo cultural vuelva a los rincones oscuros del mundo académico, donde pertenece. Si a alguien le interesa, conozco algunas formas de hacerlo.

Traducción: Carlos Pissolito

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