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miércoles, 4 de mayo de 2011

Informar y Morir en Libia.

Los cuerpos de los fotografos asesinados en Misurata llegan al bastión rebelde.



La ciudad de Misurata tras los combates.


  (Télam, por Karen Marón, enviada especial).-Los cuerpos de Tim Hetherington y Chris Hondros fueron entregados en el puerto militar de Bengazi a las 6 de la tarde procedentes de Misurata, donde fallecieron el día de ayer por disparos de morteros.
Luego de un viaje de más de veinte horas por el Mar Mediterráneo, los restos de los reporteros llegaron acompañados de un millar de inmigrantes evacuados de la ciudad de Misurata a bordo del Ionan Spirit, el Espíritu Jónico.


Tim era británico y fue codirector del documental “Restrepo”, nominado a un premio Oscar. Chris nació en Estados Unidos y trabajaba para la prestigiosa agencia Getty. Ambos eran fotoperiodistas, comprometidos y consagrados.
Los otros dos fotógrafos heridos son el británico Guy Martin, que trabaja para la agencia de noticias Panos y Michael Brown de Corbis.
Después de estas muertes, el Comité de Protección a Periodistas, denunció la extrema peligrosidad que supone para periodistas, fotógrafos y camarógrafos, la cobertura informativa del conflicto en este país, donde ya han muerto varios informadores.
La represión de periodistas en los levantamientos populares en Medio Oriente y Africa del Norte no tiene precedentes, según los expertos, con más de 500 ataques, algunos de ellos mortales.
Esa es la realidad. Los periodistas en Libia, como en otros conflictos, estamos bajo fuego, bajo todos los fuegos, bajo todos los riesgos.


Traslado de un herido tras los combates en Misurata.
Cada día que pasa implica un nuevo aprendizaje. No el que corresponde a un buen periodista en relación a su profesión, sino el aprendizaje constante, incansable de moverse y adecuarse a las situaciones cambiantes.
Una calle o una ruta segura hoy, puede convertirse en una trampa mortal mañana. Un aliado, un cómplice, un supuesto compañero, puede ser tu entregador forzado por las amenazas o comprado por dos billetes. Porque en un conflicto, mucho de lo que parece no es. Solo es la muerte, el sufrimiento, el dolor y afortunadamente muchas veces, los actos más sublimes de amor, compasión y apego a la vida.
Las matanzas indiscriminadas se convierten en parte de la vida cotidiana, los niveles de peligro aumentan proporcionalmente a la dinámica de conflicto que adquiere sus propias características y se agudiza día a día. Sí, ninguna guerra es igual a la otra.
El terreno no es seguro. Pocos resultan confiables más allá de la presencia normal en todos los de conflictos de manadas de oficiales de inteligencia, espías y otros. El riesgo es constante, impiadoso y se retroalimenta con la paranoia colectiva.
Y con razón, no se discute. Pero esto incide directamente en la forma de hacer periodismo. Si se está en los hoteles en forma permanente o con custodia que impide el contacto directo con la gente para contar su historia, si la fuente principal son los otros, el allí donde tenemos que estar.


Tim Hetherington en Zurich en el 2007.
La guerra no se cubre desde los hoteles. Cuando llegó ese momento es tiempo de replantearse el sentido del por qué estar. Eso nos convertiría en turistas bélicos, mercenarios, farsantes o hipócritas, de los que lamentablemente pululan en gran cantidad, aunque fácilmente detectables.
Con el sólo hecho de cubrir una guerra es muy difícil saber lo que está ocurriendo cabalmente porque se es víctima de la desinformación, las amenazas y la falta de visión global.
El legendario corresponsal inglés Robert Fisk, expresó que "el no poder acceder a la guerra produce dos tipos de periodistas: los que dicen `naderías`, que se han convencido de la justicia de la guerra y la maldad del otro bando y las `ovejas` que siguen a ciegas los dictados de los militares”.
Esta guerra está produciendo una nueva categoría. Periodistas de vasta trayectoria, serios, responsables, honestos, valientes y valerosos, acorralados por una situación inusual y altamente peligrosa, que busca plantear nuevas alternativas de trabajo.
En esta guerra los periodistas tampoco pueden verificar en el terreno las operaciones militares ni informar acerca de otras bajas.
Tenemos en muchas oportunidades que soportar que nos insulten en el idioma local con desprecio sin reaccionar -y en mi caso y de otras mujeres corresponsales- haciéndolo en relación a nuestra condición de género y hasta se abalancen tocándonos impunemente, como objetos.
La clave quizás sea adaptarse, tolerar aún cuando carcoma el dolor, porque “en nuestro oficio hay algunos elementos específicos muy importantes. El primer elemento es una cierta disposición a aceptar el sacrificio de una parte de nosotros mismos”, dijo el maestro polaco Ryszard Kapuscinski, uno de los más grandes corresponsales del guerra del siglo XX. Se toma o se deja. Y para ello se requiere mucha convicción.
Y sí, las guerras matan periodista. Y lo demuestran las muertes de los cientos que se suman en todas las guerras, de esta gran guerra que pelea la humanidad a través de su historia. Pero hay que estar. Hay que seguir contando esa historia. Esa es la más sencilla pero contundente respuesta, a la recurrente pregunta de por qué los reporteros vamos a las guerras.
Si no estuviéramos aquí, pasarían desapercibidas las masacres, los abusos de poder, la ambición desmedida que provoca la muerte y sufrimientos de miles, de millones de seres indefensos ante la brutalidad humana.
Se buscarán como en el cambiante y peligroso infierno de las guerras, nuevos métodos de trabajo, alternativas creativas, pero siempre es mejor estar hasta donde se pueda resistir, hasta el límite lógico y amparado por el sentido común.
Estamos para evitar que se cierre la última ventana de esperanza de la gente, hasta que la gente lo permita. Como lo hicieron Tim y Chris. (Télam).-

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