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sábado, 28 de mayo de 2011

LOS ARGENTINOS, LOS BRASILEÑOS Y LA BOMBA


El "war room" de la película Dr. Insólito.

                                                                                                                                por Lucio Falcone



¿Un Dr. Insólito brasilero?[1]

Informaciones periodísticas recientes dan cuentan de los deseos de la Republica Federativa de Brasil de avanzar en el uso militar de la energía nuclear mediante dos viejos proyectos: la construcción de un submarino nuclear y la fabricación de una bomba atómica. Así dicho suena casi lógico, especialmente si lo contrastamos con informaciones más antiguas, pero igualmente persistentes provenientes del Palácio do Itamarati, cual es su deseo de llegar a ser un miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU. ¿No son acaso, también, los cinco grandes: EE.UU., Rusia, Gran Bretaña, China y Francia miembros del exclusivo club nuclear? Parecería ser que el derecho de admisión pasara por la posibilidad de poseer armas que puedan mandar a un eventual contendiente a la Edad de Piedra. Hasta aquí todo bien. 
¿Pero, acaso Pakistán, solo por citar un ejemplo actual, no es también un país nuclear? Un Estado que hoy no puede controlar extensas zonas de su territorio como sus zonas tribales colindantes con Afganistán. Efectivamente en los 70s y ante una detonación nuclear india, Pakistán decidió que tenía que tener su bomba a cualquier precio. Ya que como admitiera su presidente y padre de su programa nuclear, Zulfikar Ali Bhutto: “comeremos pasto si en necesario, pero tendremos nuestra bomba”. Casi cuarenta años después de haber comido mucho pasto, nos preguntamos si les ha servido para algo. Creemos que no. Es mas, muchos creen que esto le costó la vida al propio Bhutto cuando los EE.UU. que se oponían al programa le soltaron la mano. Aunque esto sería un hecho menor comparado con un eventual colapso del Estado paquistaní que dejaría estos caros artefactos en manos tan inadecuadas como los taliban. Trataremos de explicar esta aparente paradoja.

  En principio debe dejarse claro que no todos los pensadores militares, ni todos los militares aceptan a las armas nucleares como un instrumento militar útil. Muy por el contrario, hay toda una legión de ellos que sostienen su intrínseca inutilidad. Es más, argumentan muy sólidamente, que los estrategas oficiales de los países que si las poseen ha quedado reducidas al ejercicio de hacernos creer de qué sirven para algo.

 Por ejemplo, para empezar por el principio. Hoy sabemos que las detonaciones de los primeros artefactos nucleares en los postrimerías de la 2da Guerra Mundial en el Teatro del Pacífico lo único que logró militarmente fue adelantar la inevitable caída del régimen nipón, ya de rodillas por el bloqueo naval impuesto por las fuerzas del Almirante Chester Nimitz y ante el inminente ataque terrestre de las fuerzas terrestres del General Douglas MacArthur. Claro, podrá argumentarse que esto ahorro vidas y recursos norteamericanos. Puede ser, aun dejando de lado el hecho político -nada despreciable- de que cuando las ciudades de Hiroshima y Nagasaki fueron incineradas hasta sus cimientos, se llevaban a cabo negociaciones de paz que bien podrían haber evitado el holocausto nuclear.

Seguidamente, ni siquiera el monopolio momentáneo del que gozaron los EE.UU. por un tiempo en la posguerra pareció darle a este país alguna ventaja militar o política concreta. Por ejemplo, no impidió el bloqueo de Berlín ni el caliente inicio de la Guerra Fría. Tampoco, ni siquiera frente a los tecnológicamente mucho más débiles chinos, imposibilitó que estos cruzaran en gran número el famoso paralelo 42 y estuvieran a punto de expulsar a su general más popular de la Península de Corea. Es mas, cuando Douglas exigiera a su Presidente su uso e hiciera publico su pedido, lo único que conseguiría sería el ser removido de su puesto. Y el fin de sus aspiraciones presidenciales, dicho sea de paso.


Tampoco, corrieron mejor suerte países con armas nucleares en sus arsenales como la Gran Bretaña cuando quisieron retener los que quedaba de su Imperio colonial. O más recientemente, cuando debieron recuperar su enclave en el Atlántico Sur. Claro, algunos dirán que en este caso las armas atómicas en manos británicas eran prestadas por sus aliados norteamericanos, quienes, en última instancia los deberían haber autorizado ante su hipotético empleo. Pero tampoco, ni la siempre orgullosa Francia, con su autónoma Force de Frappe pudo encontrar un uso militar y político para las que eran efectivamente suyas. Ya que de nada sirvieron ante las dolorosas pérdidas de la Indochina y de Argelia. También, cabe preguntarse la utilidad que las mismas representan para países pobres, tales como la India y Paquistán. Especialmente, para el caso de este último con extensas zonas de su territorio fuera del control efectivo de sus fuerzas estatales. O el más conocido caso israelí, otros de los integrantes del exclusivo club militar, ante la manifiesta inutilidad doméstica de su arsenal nuclear antes fenómenos como la Intifada. Aunque, en este caso el Estado judío puede reclamar el dudoso honor de haber llamado la ira reciproca de los Ayatolahs del lejano Irán.

El arma que pone fin a todas las armas
 La guerra en la clásica receta de su más conocido profeta occidental, el general prusiano Carl von Clausewitz, se compone en mezclas iguales de fricción e incertidumbre. La fricción es el factor derivado del choque entre las fuerzas militares, ahora bien, la incertidumbre es la resultante de no conocer con la suficiente anticipación el resultado de ese choque. Es la incertidumbre y no la fricción lo que le otorga a la guerra su carácter aleatorio, a veces parecido a una partida de poker. Donde al igual que en este juego de cartas hay apuestas reales; pero, también, otras que no son más que un bluff, un ejercicio de hacerle creer al otro una cosa que no es cierta. Ahora, bien ¿qué pasa cuando uno de los contendientes tiene una mano matadora y el contrincante también lo sabe? Fácil: simplemente al no haber apuestas, no hay partida. En el mundo de la guerra y de los apuestas esto puede suceder muy esporádicamente, pero no puede durar por siempre. Igualmente, la posibilidad de disponer de un arma tan destructiva que por su propia naturaleza destruya al adversario de un solo golpe anula, no solo la incertidumbre sobre el resultado final, sino que imposibilita la simple posibilidad del conflicto.

Bueno dirán algunos, en hora buena, de eso se trata, que más queremos que tener un arma que anule el conflicto. Lamentablemente, esta sensación es sólo pasajera; ya que no pasará mucho tiempo para que el lado débil, es decir el que no tiene la bomba, apele a otros medios, generalmente más insidiosos para torcer el fiel de la balanza en su favor. Excelentes ejemplos de esta situación los encontramos en las guerras de liberación libradas por débiles comunidades como la vietnamita o la afgana contra poderosos adversarios poseedores de tan intimidatorios como inútiles arsenales nucleares. Sucede que la guerra como lo sostenía Raymond Aron es como un camaleón que siempre cambia de color para adaptarse y sobrevivir.

En ese sentido, puede seguirse en detalle la “evolución” de las doctrinas estratégicas de la OTAN durante la Guerra Fría ante una eventual guerra caliente con el Pacto de Varsovia. De la aleatoria locura, como lo indica su propia sigla de la MAD (Mutually Assurance Destruction) de los 50s hasta la admisión parcial de esta imposibilidad con la llegada de la denominada “Respuesta Flexible” de los 80s que propugnaba sólo el uso progresivo y táctico de armas nucleares. Estas estrategias, repetimos, se reducen a una necesidad de hacer creer a propios y extraños sobre su necesidad; ya que la simple admisión de su irracionalidad lleva a su propia invalidación. Como cuentan algunos testigos, tal parece haber sido que fue el caso norteamericano, cuando el Presidente Ronald Reagan le preguntó a su staff de seguridad si todo esto de ojivas múltiples, tiempos de reacción y refugios subterráneos no era algo absurdo y como nadie pudo responderle, él decidió pegarle a los rusos donde les dolía, vale decir en el bolsillo, ganando la denominada Guerra Fría sin disparar un solo petardo con el simple expediente de bajar los precios del petróleo y establecer una alianza moral con dos polacos de excepción: Karol Wojtyla y Lech Walesa.

Um país tropical!

 Para ponerlo claro desde un principio: ¿Puede un país que no controla efectivamente el interior de sus principales ciudades aspirar a poseer bombas atómicas? Creemos que el sentido común nos orienta hacia una respuesta negativa. ¿Por que? Por varias razones: en primer lugar las armas nucleares con un juguete tan inútil como caro, en segundo lugar cabe interrogarse sobre cuales serían los hipotéticos blancos de un artefacto nuclear brasileño. Aquí solo puede especularse: podrían ser sus vecinos, o una potencia deseosa de sentar sus reales en la Amazonia. Para este último caso además del artefacto nuclear haría falta disponer de un sistema de entrega bastante complejo. ¿No se tratará, talvez, del pago de la cuota de admisión para en Consejo de Seguridad de la ONU? Puede ser, probablemente, algunos –como el Presidente Lula Da Silva- piensen así. Dirán que ante ese hecho no podría seguir negándosele a su país el merecido ingreso. Es básicamente la misma lógica paquistaní de la bomba a cualquier precio.

 Nosotros creemos que Brasil no necesita pagar tal precio en el hipotético caso de que aspire al codiciado sillón del Consejo de Seguridad. Ahora, haría bien Brasil en pensar, antes de ubicarse en ese asiento, en las responsabilidades inherentes a ese sitial. Como sería el hecho de tener que colaborar en la seguridad colectiva mundial mediante el envío de contingentes de tropas a lugares calientes, tal como hacen los grandes, con exclusión de China. Pero, claro China es China y Brasil no lo es. Para muestra basta un botón. La actual administración verde e amarelo debería poner en la balanza los costos y sinsabores que ya enfrenta por su presencia en Haití, por otro lado una misión con una amplia base de consenso dado su carácter regional y hasta el momento con un relativo buen funcionamiento. Siempre estará la posibilidad de que Brasil pueda jugar la carta de heredero de las glorias lusitanas como ya lo ha hecho en lugares como Angola y más lejanos como Timor Oriental. Pero esto es apostar alto. 

Para bailar un tango hacen falta dos

Ante el hipotético hecho que se concretara una bomba brasileña con todo la parafernalia necesaria para su uso que va desde sistemas de comando y control sofisticados hasta misiles intercontinentales. Cabe preguntarse sobre cual debería ser la respuesta argentina. Claro está la posibilidad de reeditar la lógica indo-paquistaní, no muy diferente a la de los rusos y los norteamericanos. Una lógica que llevaría al subcontinente a una absurda escalada de imprevisibles consecuencias político-militares, pero muy concretas consecuencias económicas, por solo mencionar a las más evidentes. Ya que ante una bomba argentina cabe preguntarse que haría Chile, y ante una chilena que harían Perú y Bolivia y así ad infinitum.

Ni Brasil ni la Argentina necesitan disponer de capacidad nuclear tanto en la forma de un artefacto explosivo ni en la propulsión de un submarino. Embarcarse en alguno de estos proyectos o en ambos como sería su lógica consecuencia traería, en primera instancia un gasto desmesurado e inútil. Posteriormente, imprevisibles consecuencias estratégicas y políticas. Por supuesto, que nacionalistas de uno y otro lado verían en ellos la reafirmación de lo mejor de sus destinos nacionales. Paparruchadas.

Colofón 
Nos queda para el último el tema del submarino a propulsión nuclear. Aquí debo reconocer que no soy un experto y que en el staff de esta revista los hay excelentes. Vayan, sin embargo, algunas obviedades técnicas. Un submarino nuclear sólo se justifica si es portador de misiles intercontinentales nucleares, ya que su supuestamente ilimitada autonomía les permite a estas naves muy prolongados periodos de patrulla sin que el oponente potencial pueda ubicarlos. Tener un submarino nuclear en su versión de ataque, vale decir para destruir otros submarinos o buques creo que se justifica cada vez menos. Especialmente, a partir de la entrada en servicio de excelentes sumergibles que con tecnología de circuito cerrado son aun más silenciosos que sus primos nucleares.Y sabemos que esto vale mucho abajo del agua.  Obviamente, son –también- muchísimos más baratos. Ahora, desde el punto de vista estratégico que es el mío, sí les recomiendo a las armadas de Brasil y de Argentina que dejen sus sueños nucleares por otras realidades potencialmente mucho más probables como lo son las operaciones ribereñas, las fluviales y las de transporte estratégico, que no tendrán el glamour de las de blue water, pero son la que en definitiva necesitamos. Lo que sí necesitamos es una marina de las denominadas green water, vale decir una capacitada para patrullar nuestras aguas territoriales, islas y archipiélagos y que también sea capaz de proyectar y apoyar una fuerza anfibia, pequeña pero potente. En este último sentido hubiera sido excelente contar con los buques franceses para guerra anfibia “Ouragan” y “Orage”. 

Colofón II



El submarino francés Scorpène
serviría de base para el
nuclear a desarrollar por Brasil.


Hasta hoy Sudamérica y el Caribe, merced al Tratado de No Proliferación Nuclear de Tlatelolco, y especialmente a la voluntad de los gobiernos de Argentina y Brasil, es un espacio geográfico libre de la existencia de armas de destrucción masiva. Gobiernos que teniendo la capacidad técnica para hacerlo, no lo han hecho, renunciando así a la absurda ventaja estratégica de tener su propio Apocalipsis criollo. Son, por lo tanto, un verdadero ejemplo para el resto del mundo “civilizado”. Para algunos expertos la proliferación es un hecho casi inevitable. Nosotros le contestamos que igualmente lo es la estupidez humana como lo muestra el incidente poco conocido del “cohete noruego”. Concretamente, en 1995 un cohete de experimentación atmosférica disparado desde las costas de noruega llevó al presidente ruso Boris Yeltsin a activar su sistema misilístico nuclear. El gobierno noruego, por supuesto que había avisado del lanzamiento a 30 países, incluida Rusia; pero ésta no había alertado a sus operadores de radar, quienes dieron la alarma. Nunca sabremos cuan sobrio estaba en ese momento el Presidente de todas las Rusias o cuan cerca estuvo de ordenar пожар! (fuego) y que unas 20.000 cabezas nucleares se pusieran en movimiento. Ese día, es probable que Dios se sintiera noruego.


[1] El Dr. Insólito: O como aprendí a no preocuparme por la Bomba, fue una conocida comedia negra británica de los 60´. Dirigida por el director norteamericano Stanley Kubrick. Basada en la novela “Res Alert” de Peter George. La trama de la película se desarrolla a lo largo de un conflicto nuclear entre los EEUU y Rusia. Desatado por un plan secreto de un asesor de seguridad. Un ex científico nazi. Una vez que el holocausto nuclear se ha producido. El film termina con el Dr. Insólito (Peter Sellers) explicando que las elites de los EEUU deberán pasar los próximos 100 años viviendo en cuevas. Y que cada hombre será provisto con diez mujeres- seleccionadas previamente por su belleza- para recomponer la raza humana. Los dirigentes parecen contentos con el plan.

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