Dada la gran repercusión que el artículo de Martin van Creveld, "Let´s drop the big one now", ha tenido entre los lectores de nuestro blog. Publicamos su correspondiente traducción al castellano.
Lancemos la grande ahora.
Martin van Creveld
A partir del 19 de marzo de 2011 ¿no era agradable ver a los cazabombarderos de los Estados Unidos y sus aliados atacando a las fuerzas de Kadafi? Y ahora que la operación Odisea al Amanecer ya lleva más de tres meses ¿qué puede enseñarnos acerca de la relevancia o la falta de ella, del poder aéreo en el mundo de hoy?
Un punto de partida útil para contestar a la última pregunta se puede encontrar en acontecimientos que tuvieron lugar hace casi exactamente un siglo. El 28 de septiembre de 1911, Italia fue a la guerra con el Imperio Otomano e invadió Libia. Como parte de su ejército (todavía no existían fuerzas aéreas independientes) los italianos trajeron con ellos nueve aviones (incrementados posteriormente a trece.) También trajeron dirigibles, creando la más grande y más moderna fuerza de su tipo jamás armada en la historia hasta ese momento. Con esta fuerza rápidamente establecieron el control absoluto del aire, el cual, dado que el otro bando nunca fue capaz de volar un solo avión ni disparar una sola arma antiaérea, no fue difícil de conseguir.
Durante las primeras semanas de la campaña, aviones y dirigibles probaron ser sumamente útiles. Proporcionaron enlace, volaron misiones de reconocimiento, señalaron (blancos) para su propia artillería y dejaron caer granadas de mano sobre el enemigo. No habiendo visto nunca algo de esta clase, los soldados enemigos corrían tan pronto como las máquinas voladoras hacían su aparición. Esta era la época cuando Kipling escribió acerca de “the White man’s burden.”(1) El sentimiento pro-imperialista estaba en su máximo, con el resultado de que en todo el mundo “civilizado” los periódicos disfrutaban publicando fotos de nativos descalzos, huyendo con sus mujeres, niños, camellos, burros y cabras.
Más adelante, como los otomanos remanentes y sus aliados árabes recurrieron a la guerra de guerrillas, las cosas cambiaron. A pesar del dominio italiano del aire, un año después del comienzo de la guerra, no menos de 100.000 soldados italianos estaban peleando en Libia – dos veces y media más de lo originalmente previsto. Incluso las hostilidades se prolongaron por los siguientes siete años. En 1919, se “apagaron”, solamente para estallar nuevamente tres años después. Finalmente, les llevó a los italianos, ahora bajo un despiadado control fascista, veintiún años, así como un cuarto de millón de soldados de infantería complementados con artillería y tanques para pacificar el país. Lo hicieron principalmente vallando la frontera egipcia, así como estableciendo vastos campos de concentración en los cuales decenas de miles murieron de hambre y enfermedades. En este proceso su comandante, el posteriormente Mariscal Rodolfo Graziani se ganó el apodo de “el carnicero del Fezzan.”(2)
¿Se está repitiendo la historia? Y si es así ¿Cuáles son las implicancias de este hecho? Con seguridad, la tecnología ha alcanzado un enorme desarrollo desde el tiempo cuando el avión italiano más poderoso – desarrollaba alrededor de los 50 caballos de fuerza – podía llevar un máximo de dos personas y estaba armado con las granadas de mano llamadas “Cipelli” que los pilotos tenían que armar con los dientes y arrojarlas por la borda con la mano. En lugar de unas pocas máquinas desvencijadas hechas de madera, alambre y tela; el poder aéreo ahora consiste en una formidable serie de jets de alta performance, satélites, misiles de crucero y vehículos no tripulados, todos usando sensores sofisticados y guiados a sus blancos por una red increíblemente compleja de los más variados sensores y transmisores de datos disponibles.
Durante los primeros días de la campaña los aviones de la Coalición y los misiles crucero rápidamente eliminaron las defensas antiaéreas de Kadafi y quitaron a sus aviones del cielo – nuevamente no fue una gran hazaña, dado que los más antiguos tenían por lo menos veinte años y que solamente unos pocos de los últimos parecían haber estado operacionales. Esto se logró aunque los factores básicos que afectan el uso del poder aéreo sobre Libia hoy, tienen un parecido notable con aquellos que lo obstaculizaban un siglo atrás. Estos incluyen problemas con el clima, como nubes y tormentas de arena, los que pueden interrumpir – y lo hacen – operaciones; el relativamente pequeño número de máquinas disponible para operar en un vasto país; los tiempos de regreso de los aviones atacantes (mucho mayores que los de sus predecesores, casualmente) y la dificultad consecuente de mantener vigilancia continua; la necesidad de volar a gran altura (en estos días eso significa por encima de los 15.000 pies) en orden de evitar misiles lanzados desde el hombro, reducen drásticamente la habilidad para adquirir blancos y la dificultad para localizar blancos bien enmascarados.
Ahora aún más que entonces, los aviones tienden a venir de Dios sabe dónde – de hecho algunos deben volar todo el camino desde Gran Bretaña, gastando once horas en el aire y encontrando tanqueros basados en Alemania para reaprovisionarse en el camino – dejar caer sus bombas sobre sabe Dios qué y desaparecer hacia Dios sabe dónde. Ante la falta de registros sobre la efectividad, el daño que crean es parecido al causado por un guijarro lanzado dentro de un hormiguero. Es escasamente mortal y a menudo los efectos pueden ser rápidamente reparados o eludidos.
Como me dijeron periodistas que pasaron un tiempo en Libia, lo que está ocurriendo no es realmente una guerra; todo los que hay allí son flojas, mal organizadas y mal comandadas bandas de combatientes. Algunas alegan ser leales al Coronel Kadafi; otros dicen que se oponen a él. En realidad, muchas son leales solamente a sí mismas, buscando sobrevivir en medio del caos generalizado. De tanto en tanto ellas chocan e intercambian algunos disparos, pero apenas sobre bases firmes o con algún tipo de objetivo estratégico en mente.
Dada la falta de una red de observadores en tierra, hablar separando “amigos” de “enemigos” es casi imposible. Apenas a una semana de iniciada la campaña, el Secretario de Defensa de los Estados Unidos, Robert Gates, ya estaba acusando a los seguidores de Kadafi de trasladar deliberadamente los cuerpos de aquellos que habían sido muertos a lugares que había bombardeado la coalición, para sostener sus reclamos. Tal vez sí, tal vez no. De lo que no hay duda es del hecho de que desde entonces, las fuerzas aéreas aliadas han alcanzado tanto a rebeldes como civiles en el terreno.
Para justificar su falta de habilidad para ganar la guerra hasta ahora, los voceros de la Coalición han comenzado a acusar a los rebeldes por su incompetencia militar. Esto no es una sorpresa de ninguna manera, dado que casi todos ellos eran civiles hasta que las hostilidades se iniciaron a fines de Febrero. Cada vez más uno se acuerda de Vietnam, donde los norteamericanos estaban siempre apuntando con el dedo a los “engendros” que tenían por aliados y donde la pérdida de 11.000(!) aviones de ala fija y de helicópteros no los salvaron de la derrota.
Tomando un más amplio y estratégico punto de vista ¿podría ser que la actual campaña en Libia es ya otra de las incontables ocasiones en la cual los abogados del poder aéreo han engañado a los políticos y al público con su “canto de sirena” de una corta, fácil y (para su propio bando) guerra sin sangre? Si las fuerzas de Kadafi juegan bien sus cartas, entonces hay allí una buena oportunidad de que éste resultará ser el caso. Para ello, su primera regla debe ser mostrarse tan parecidos como sea posible a sus oponentes. Eso significa usar vehículos similares – las ubicuas camionetas Toyota parecen estar juagando un importante papel en la guerra– mientras al mismo tiempo evitar el campo abierto y combatir en las ciudades. En lugar de uniformes deben usar distintivos. Cuanto más hagan esto, mayor dificultad tendrán los aviones de la Coalición en encontrarlos y mayor también la probabilidad de que ocurran bajas civiles. Estas bajas que pueden ser usadas – de hecho ya están siendo usadas – para incrementar el apoyo popular para Kadafi contra los “cruzados” occidentales. Siendo ésta esencialmente una guerra civil, a largo plazo, el bando que se maneje mejor para ganar tal apoyo es probablemente el que será victorioso.
No solamente Libia en 1911-1932, sino Argelia en 1954-62, Vietnam en 1965-75, Somalía en 1993, Afganistán e Irak en 2002 y 2003, El Líbano en 2006 y Gaza en 2009-11 proveen escaso apoyo a la idea de que el poder aéreo por sí solo puede traer a la presente guerra a un final exitoso. E incluso estos ejemplos son solo la punta del iceberg. Ciertamente Slobodan Milosevic en 1999 fue forzado a rendirse. Pero solamente después de que una fuerza que, en su pico máximo, consistió en 1.000 de los aviones de combate más avanzados de la historia, había estado atacándolo por 78 días consecutivos; y entonces no porque sus fuerzas armadas hubieran sufrido algún daño importante; sino porque se cansó de ver a su prácticamente indefenso país bombardeado hasta hacerlo pedazos sin razón alguna.
Sin embargo, Kadafi difiere de Milosevic en que es improbable que se impresione por lo que le está sucediendo a su país al que ha gobernado por tanto tiempo; ¿Por qué debería, dado que grandes partes del mismo se han levantado en su contra y están tratando de librarse de él? Excepto su ejército, desde su punto de vista, cuanta mayor destrucción provoque la Coalición, mejor. El simple temor a compartir el destino del antiguo presidente de Serbia es mucho más probable que lo empuje a pelear hasta el fin.
En unas semanas de aquí en adelante, todo puede resultar superfluo, dicho en caso de que Kadafi sea asesinado, algo muy probable dada la determinación de Occidente de librarse de él, o si decide arrojar la toalla después de todo. Lo más probable, sin embargo, es que la coalición se vea llevada a sí misma a una larga, absurda y para la gente en el terreno, cruel y sangrienta guerra.
Tomando una perspectiva estratégica más amplia, la conducción de la campaña hasta ahora, parece estar confirmando una lección que ha sido repetida incontables veces a lo largo de los últimos cien años; específicamente, el poder aéreo – mientras es absolutamente esencial cuando concurre para apoyar a las operaciones de ejércitos regulares tanto en la tierra como en el mar – es mucho menos útil en las irregulares. Esto fue verdad en Libia hace cien años; en Libia y donde sea, todavía es verdad hoy. La única pregunta es, ¿cuándo lo van a aprender?
Notas:
(1) “La carga del hombre blanco”. Poema de Rudyard Kipling tomado popularmente para la justificación del imperialismo como una obligación del hombre blanco.
(2) Región desértica en el suroeste de Libia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario