SE VIENE EL INVIERNO.
Se viene el
Invierno
Tal
como lo sostiene, Lord Stark, el personaje de “Games of Thrones”, se viene el
invierno. Bueno, al parecer el invierno ya está aquí. O mejor dicho allá en
Malí, en Argelia. Una ola polar que se inició después del 11S en las montañas
de Afganistán y que siguió en el Irak post Saddam. Cansados del frío, vale
decir de las muertes de sus soldados y de cientos de miles de inocentes,
vuelven a casa las fuerzas norteamericanas, las que una vez quisieron
enfrentarse al invierno. Con muchos menos medios, con muchas menos razones,
Francia y otros Estados europeos son los que ahora quieren contener a la nueva
ola polar. Esta vez en tierras de Levante. Se entiende, a unas pocas millas
náuticas de sus bellas costas mediterráneas.
Claro,
la cosa es grave para los europeos. Se suma a su culposo pasado colonial el
hecho nada despreciable de los millones de musulmanes que viven y trabajan en
sus sociedades ¿Está Europa en peligro? Algunos creen que sí, otros que no. Los
memoriosos recuerdan que fue, precisamente, por allí, por el Norte de África, que
llegaron los moros, para quedarse por 800 años en España. Sin contar las dos
veces que estuvieron a las puertas de Viena, en la otra punta de Europa. Los
que no se asustan argumentan que durante esa ocupación Occidente salió ganando,
ya que fue a través de las universidades musulmanas que recibió la brújula, el
papel, la navegación a vela y las obras de Aristóteles. Obviamente, que los que
tienen miedo sostienen que la libertad no tiene precio y que nada prospera bajo
la bota de un ocupante.
Pero
estas historias parecen hoy traer un dato mucho más preocupante que los aportes
islámicos a la cultura de Occidente. Se sabe, por ejemplo, que los grupos
fundamentalistas que operan en Malí y en Argelia están vinculados al flagelo
del narcotráfico. Que financian sus operaciones terroristas con dinero
proveniente de este comercio ilícito. Esto cambia totalmente la perspectiva de
su peligrosidad pues, al fervor
religioso de sus consignas, se le debe sumar el ingente poder económico de una
actividad que maneja tanto dinero como la industria del petróleo.
¿Es
Occidente inocente? Seguramente que no. Por varios motivos. El primero, porque
los EE.UU. y Europa son los principales consumidores de los productos del
narcotráfico. En segundo lugar, porque algún cínico puede recordar que las
operaciones encubiertas de la CIA, durante la intervención de los EE.UU. en
Vietnam, se financiaron con dinero ilegal proveniente del narcotráfico del llamado
“Triángulo de Oro” del Sudeste Asiático (Laos, Vietnam y Tailandia). Se sabe
que los talibán, en el marco de su estricto código moral, combatían todo tipo
de adicción en Afganistán, entre ellas el cultivo de la amapola para la
extracción del opio. Expulsados éstos del gobierno de Kabul. Hoy, ese mismo
cínico, puede preguntarse si no está sucediendo lo mismo con las amapolas
afganas que crecen en la “Medialuna de Oro” (Afganistán, Irán y Pakistán).
¿Y nosotros
argentinos?
Se
preguntará el lector y nosotros los argentinos que tenemos que ver en este
asunto. Quisiera responderle que nada. Pero, lamentablemente no es posible. No
voy a traer a colación la mentada globalización para argumentar que lo que pasó
en Argelia puede llegar a pasar aquí. No, pero no podemos olvidarnos de dos
hechos fundamentales. Ya sufrimos en el pasado dos ataques terroristas
vinculados con la problemática del fundamentalismo religioso. Y por otro lado
nadie puede negar el hecho de que el flagelo del narcotráfico nos amenaza.
Por
ejemplo, hoy se sabe que el grupo fundamentalista islámico que tomó el complejo
industrial en Argelia, se hace llamar “El Batallón de la Sangre”, y que es
conducido por Moktar Belmoktar, alias Belawar. Un traficante que se hizo famoso
como “Mister Malboro” por su iniciación en el contrabando de cigarrillos. Y que
hoy se dedica al mucho más lucrativo tráfico de drogas, apoyado por los mejores
navegantes del desierto que son los tuaregs. Todos operando en una zona vacía y
alejada de todo control gubernamental. Vemos claramente que se está produciendo
una clásica asociación de conveniencia entre los idealistas que quieren
difundir sus ideas y los criminales que hacen su agosto. Debemos poner nuestras
barbas a remojar. Simplemente porque no queremos que estos suceda en nuestras
tierras.
Ya
tenemos la amenaza del narcotráfico en nuestras calles. Con traficantes que
penetran por nuestras fronteras porosas. Especialmente, en aquellas zonas donde
nuestro Estado brilla por su ausencia. Como es el caso de nuestras fronteras
con Bolivia y con el Paraguay. No tentemos a la suerte. Aunque estamos libres
de los conflictos étnicos y religiosos que azotan al Levante, no podemos
olvidarnos que tenemos grandes comunidades vinculadas con Medio Oriente en países
amigos en zonas de frontera. No estamos desconfiando de nadie. Pero si confiar
es bueno, controlar es mejor.
En
este sentido, es obligación del Estado argentino la protección de la vida, de
los bienes y la libertad de sus ciudadanos. Por otro lado, sabemos de las
deficiencias de control en lugares críticos. Por ejemplo, aún no tenemos
nuestro espacio aéreo totalmente radarizado. Tampoco, el retiro de nuestra
Gendarmería Nacional de su lugar natural: la frontera para cumplir otras tareas;
debe estar ayudando a que haya más control donde debe haberlo.
La
experiencia propia cuesta cara y llega tarde. Dice un refrán. Pues aquí la
experiencia de los países que están sufriendo el flagelo del narcotráfico es
simple: hay que reforzar las barreras contra su introducción. Las aduaneras
para impedir el ingreso de droga, las financieras para evitar su
aprovechamiento comercial, las industriales para impedir el acceso a los
precursores químicos.
Podríamos
seguir con una larga enumeración. Pero creo que bastan una pocas palabras: si
queremos evitar las guerras de nunca acabar, empecemos por cuidar lo nuestro.
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