Un buen momento para la causa Malvinas
Por Jorge Castro | Para LA NACION
Ahora que la Argentina tiene frente a
sí el mejor contexto histórico de los últimos 20 años para avanzar en la
cuestión Malvinas -y cuando ha aparecido en el conflicto un tercer protagonista
ineludible, que es la población de las islas a través de su autoridad
política-, el análisis de la guerra de 1982 dejó de ser una tarea histórica de
un acontecimiento del pasado. Sería un ejercicio inútil de crítica
retrospectiva, con la lucidez confortable que otorga realizarla 30 años
después. Lo que importa ahora es considerar lo que de esa empresa histórica
vive en el presente. Así, la crítica de lo que entonces se hizo se convierte en
una forma de asumir un acontecimiento vivo, de importancia crucial, referido al
mayor conflicto externo de la Argentina en toda su historia.
En él, los argentinos actuaron, con
todas las contradicciones y conflictos propios de una nación fragmentada y
sumergida en una crisis crónica de legitimidad, como una unidad, incluso en
términos operativo-políticos, frente a una potencia militar que integraba la
reserva estratégica de la OTAN y que figuraba entre los triunfadores de la
Segunda Guerra Mundial.
La derrota argentina no le otorga a
ese resultado un carácter históricamente inevitable. Estimar perdida de
antemano una campaña militar como resultado de una mera correlación negativa de
fuerzas materiales es negarse a pensar en términos estratégicos. La estrategia
no es un derivado de pautas estadísticas, sino el resultado de la previsión, la
decisión, la iniciativa y el coraje de los protagonistas.
Malvinas no es una cuestión menor
para la Argentina. En un país tan frustrado históricamente y dividido
internamente, su realización como Nación depende de su inserción en el mundo,
en unión con los otros países de América del Sur, ante todo Brasil, a través de
un proceso de consolidación institucional y crecimiento sostenido.
Un aspecto esencial de la estrategia,
que sólo puede ejecutar la autoridad política, es la caracterización de la
naturaleza del conflicto. Es la respuesta a la pregunta crucial: ¿cuál es el
tipo de conflicto que se enfrenta en un momento histórico intransferible?
Para la autoridad política de
entonces, el 2 de abril fue una "invasión diplomática", una operación
destinada a abrir un espacio y una oportunidad para las negociaciones con Gran
Bretaña, no el del inicio de una guerra. En cambio, para el Reino Unido,
gracias a la decisión y el coraje político de Margaret Thatcher, el 2 de abril
fue el comienzo de una guerra, cuyo objetivo era para Londres la recuperación
de las islas por las armas. Esta contradictoria caracterización de la
naturaleza del conflicto realizada por ambos contendientes fue decisiva, debido
a que determinó la estrategia militar utilizada por las partes. Por eso, porque
para la Argentina el 2 de abril fue una "invasión diplomática", la
isla Soledad, donde está Puerto Stanley/Puerto Argentino, no fue defendida.
La definición del conflicto que hizo
la Junta Militar se fundó en dos premisas erradas. Por un lado, hubo una
profunda subestimación de la voluntad política de Gran Bretaña de combatir en
una guerra situada a 13.000 km de su territorio. Esto significa que se
subestimó la capacidad de liderazgo y de decisión de Margaret Thatcher. Por
otro, se produjo una sobreestimación de la capacidad militar del contingente
británico, a pesar de la situación crítica que enfrentaba al intentar capturar
una isla fuertemente defendida al caer el invierno en el Atlántico Sur.
La Argentina no sólo sobreestimó la
capacidad militar británica, sino que desconoció el valor estratégico superior
de la defensa, si es ejercida activa y enérgicamente, con voluntad de triunfar.
El mapa geopolítico de 1982 favorecía
a la Argentina, a condición de que defendiera enérgicamente las islas tras la
ocupación del 2 de abril. El rasgo central del mapa geopolítico de entonces era
la retirada europea, ante todo de Francia y el Reino Unido, de su condición de
potencias en el sistema mundial, después de haber perdido sus colonias; además,
la recuperación de las islas ocurría cuando las ideologías hegemónicas no eran
más ni el marxismo-leninismo soviético ni el capitalismo liberal
estadounidense, sino la autodeterminación y la identidad nacional.
¿Por qué fracasó la Argentina en la
guerra de 1982? Fue porque falló el único medio capaz de lograr la victoria,
que era la defensa de la isla Soledad. Las Malvinas no fueron defendidas, en un
sentido estrictamente estratégico-militar del término. El error estratégico
argentino en la guerra de 1982 no fue el 2 de abril. La Operación Rosario fue
un éxito operativo y una sorpresa estratégica para Gran Bretaña, una de las
escasas en la historia de la guerra.
La Operación Rosario fue el único y
breve plan de guerra (cinco días de duración) que tuvo la Argentina en los 74
días de combate en los que enfrentó a un integrante de la OTAN. No hubo en 1982
un plan estratégico para combatir en las islas.
Treinta años después, el contexto
global es el más favorable para la Argentina en la cuestión Malvinas desde
1991. El eje del proceso de acumulación global ha pasado de los países
avanzados a los emergentes, en primer lugar, China, la India y Brasil, y el
Grupo de los 20 (G-20) es la nueva plataforma de gobernabilidad del sistema
mundial.
El conflicto ha dejado de ser
bilateral y se ha convertido, debido al apoyo de Brasil, Uruguay y Chile al
negar el acceso a sus puertos a buques con bandera de las islas, en un fenómeno
de naturaleza regional.
Lo fundamental que se ha modificado
es el posicionamiento global de la Argentina con respecto al que tenía en 1982.
Entonces, era un país aislado por la tragedia de la violación masiva de los
derechos humanos, que lo había convertido en un paria internacional. Asimismo,
la Argentina de 1982 carecía de forma prácticamente absoluta de inserción en la
economía mundial.
Por último, el Atlántico Sur ha
dejado de ser un "mar vacío", como en 1982, en que los únicos
protagonistas eran la Argentina y Gran Bretaña, sin otros intereses en juego.
Ahora es un "mar lleno", trasnacionalizado, en el que los actores son
múltiples.
Lo decisivo de la segunda década del
siglo XXI es que la Argentina se ha convertido en un país relevante, en su
condición de gran productor mundial de alimentos, cuando la cuestión
alimentaria se ha transformado en el punto principal de la agenda
internacional, sobre todo en el G-20.
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