A 70 AÑOS
DEL DESEMBARCO DE NORMANDIA.
Por Emilio Luis Magnaghi (*)
Siendo las guerras como han sido,
un hecho cultural complejo, y que ha puesto a prueba a todas las cualidades
humanas. No es de extrañar que la misma pueda ser relatada desde varios puntos
de vista. Uno, el más común, es hacerlo desde la perspectiva de los comandante
militares o de los soldados que hicieron la campaña.
Paracaidistas aliados se equipan frente a un C-47 antes del día "D". |
Pero, no es extraño, tampoco, el
hacerlo a través de los instrumentos que acompañaron a los actores de tan
difíciles trances. Lejos de su valor meramente utilitarios, las armas, los
equipos –cualquiera fuera su naturaleza- pasaron, también, a ser estrellas, por derecho propio, de estas
historias.
Por ejemplo, en este sentido,
suponemos que un legionario romano recodaría con cariño a su escudo cuadrado y
a su espada falcada. También, a su casco, el que más allá de protegerlo en las batallas, alguna vez, le habrá servido de palangana improvisada o de olla para
el guiso del día.
Saltando las eras históricas y
posicionándonos en el tema que nos ocupa. Vale decir en las vísperas de un
nuevo aniversario del Desembarco de Normandía. Podríamos mencionar a algunas de
las armas y equipos más emblemáticas del ajuar guerrero Aliado. Por ejemplo,
icónico jeep 4x4, el tanque Sherman, la pistola Colt calibre. 45 y el avión de
transporte C-47 Skytrain.
Este último, el C-47, es quien
será la estrella en esta historia. Nació civil, ya que era en realidad, una
modificación militar del popular avión de transporte comercial conocido como
DC-3. Un bimotor de ala baja con una capacidad para 28 soldados equipados o
2.700 kilos de carga. Como tal se convirtió en el caballito de batalla para el
transporte de tropas y carga y para su lanzamiento mediante paracaídas.
Tan grande fue su popularidad que
se produjeron más de 10.000 de ellos. Constituyéndose en un elemento vital para
el apoyo de las campañas aliadas, en las inaccesibles selvas de Nueva Guinea y
Burma, entre otros lugares remotos. Pero, fue un 6 de junio de 1944, conocido
como el famoso Día “D” o el Desembarco de Normandía. La jornada que marcó el
comienzo del fin del dominio nazi sobre Europa. En el que el C-47 entró en el
hall de la fama.
Como tal, el Desembarco de
Normandía es considerada la operación anfibia más grande de la historia. Pero,
estos desembarcos debieron ser precedidos por un asalto aerotransportado que
tomara a las muy preparadas defensas alemanas por sorpresa, impidiéndoles
reaccionar contra los vulnerables buques y lanchas que se aproximarían a las
costas de Normandía ese día. No en vano, a esta operación de cobertura se le
daría el nombre de clave de “Guardaespaldas”.
La meteorología de la jornada
elegida distó de ser la ideal para las actividades de vuelo y lanzamiento.
Pero, contribuyó a lograr la sorpresa; ya que los defensores nunca estimaron
que los Aliados se animarían a volar y a navegar con ese clima.
“Utah”, “Omaha”, “Gold”, “Juno” y
“Sword” fueron los nombres claves seleccionados en los cuales unos 24.000
soldados aliados tocarían tierra. Pero, antes que ellos, más precisamente a las
00:13 de ese día, unos 13.000 paracaidistas de las divisiones aerotransportadas
norteamericanas 82 y 101 se lanzaron al vacío desde sus C-47 y detrás de la
líneas alemanas en la Península de Cotentin. Una saliente perteneciente a la
región de La Mancha, que se extiende entre el estuario del río Vire y la
desembocadura del río Ay, al noreste de Normandía.
La gran presencia de nubes obligó
a los aviones a volar dispersos. Perdidos en la densa niebla muchos paracaidistas
fueron lanzados lejos de las zonas de lanzamiento previstas. Incluso algunos de
ellos perecerían ahogados al caer en zonas pantanosas. Otros, por debajo de las
alturas mínimas de lanzamiento, sin que sus paracaídas pudieran abrirse
siquiera.
Pero, repuestos del desconcierto
inicial. Los paracaidistas se reagruparon, atacaron y conquistaron los
objetivos previstos. En su mayoría estos eran puentes sobre los ríos Douve y
Merderet. Ambos a las espaldas de los defensores alemanes. De allí su
importancia estratégica. Ya que nadie combate bien cuando sabe que sus vías de
escape se encuentran en poder de su enemigo.
En una segunda ola, llegaron los
refuerzos de tropas y el equipo pesado a bordo de planeadores remolcados por
los C-47 que habían sobrevivido al castigo de la primera.
A las 24 horas de los
lanzamientos iniciales, unos 2.500 paracaidistas, solo un tercio de la fuerza
inicialmente prevista, seguían combatiendo en forma organizada.
Paradójicamente, esta falta de coordinación y dispersión desorientó a los
alemanes, quienes no supieron reaccionar adecuadamente ante la invasión.
Perdiendo un tiempo valioso, el que fue aprovechado por los Aliados para
reforzar sus respectivas cabezas de playa y avanzar hacia el interior. La
operación Guardaespaldas había cumplido su labor. La liberación de Europa
estaba iniciada.
El autor de la nota en los mandos del T-104. |
Muchos C-47 no volverían del día
“D” ni de sus empleos subsiguientes. Otros, sobrevivirían, pese al duro castigo
recibido durante esas jornadas de gloria e infortunio. Entre estos últimos supervivientes
se encontraba nuestro T-104. Y digo nuestro porque uno de esos C-47, veteranos
del desembarco de Normandía, pidió y se le dio ciudadanía argentina. Primero,
como avión de nuestra aerolínea de bandera, Aerolíneas Argentinas. Y luego,
como integrante de la Vta Brigada Aérea de nuestra Fuerza Aérea.
Extrañando seguramente sus días
de gloria, nuestro T-104 se dio, aún, algunos gustos. Fue avión presidencial y
hasta llegó a hacer tareas de enlace y patrullaje costero durante la Guerra de
Malvinas. Hoy descansa de sus azarosos años de servicio en nuestro museo de
Santa Romana. Como un mudo testigo del mayor desembarco de la historia militar
y de la última guerra convencional del siglo XX librada por nuestro país.
(*) El Dr. Emilio L. Magnaghi es
Director del Centro de Estudios Estratégicos para la Defensa Nacional “Santa
Romana”.
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