por Carlos
Pissolito
Siendo la Estrategia, como lo es,
una ciencia interactiva. Se orienta por el otro, en el caso particular de ella,
por alguien que pasa a llamarse: el enemigo.
Nada valen, en este sentido solo las
teorizaciones, lo importante son las reacciones propias a las acciones de
nuestros enemigos. En este particular terreno gana quien se anticipa, adoptando
mejores y más oportunas decisiones de quien tiene enfrente.
En este sentido, el tiempo y las
oportunidades que éste nos presenta, cobran especial valor. Por lo general, gana quien se decide antes.
Para lo cual, lo normal, es que solo pueda hacerlo quien se ha preparado mejor
para la batalla. Ya que ella se gana en los preparativos.
Sin exagerar el valor que tienen
los planes. No puede enfrentarse a un enemigo sin tener uno. Al menos uno esquemático
y, por sobre todo, uno muy flexible. Uno que abarque la mayor cantidad de alternativas
posibles.
Hecha esta introducción caemos en
la cuenta de que el actual gobierno, al perecer, carece -excepto en el área económica-
de algún tipo de plan. Por ejemplo, para contener o combatir al narcotráfico o simplemente,
devolverle a la sociedad un ambiente estable y seguro.
Ello se agrava porque enfrente
tiene un enemigo, en el sentido pleno de la palabra. No es que estos sea normal
en la Política, todo lo contrario; pero sucede que ellos lo han querido así. Vale
decir alguien resuelto a enfrentarnos, aún, con medios violentos. Sabemos que este
enemigo es una parte importante del que fuera el gobierno saliente y los otros
poderes fácticos que se vieron beneficiados por ese mismo gobierno. Por
ejemplo, el narcotráfico o al menos, una parte de éste y otros grupos
criminales organizados.
Todo ello configura, para el nuevo
gobierno, una situación que podría ser caracterizada como de peligrosa. Pues,
en la medida que no vaya tomando decisiones oportunas sufrirá una progresiva pérdida
de la iniciativa que lo irá conduciendo a una parálisis. Ya que, al no tomarse
medidas acertadas o de cualquier tipo, el gobierno deja el espacio para que ese
enemigo las tome en su lugar. Tal como lo muestran varios episodios recientes,
como el escape de los 3 narcos condenados y diversas fricciones burocráticas plantadas
por ellos a decisiones que la nueva administración va adoptando.
Pasando de los tiempos de la
Estrategia a los tiempos de la Política, sabemos que los iniciales de todo
gobierno son los mejores para la toma de decisiones difíciles, pues es cuando
dispone de un mayor consenso para hacerlo. Ergo, desaprovecharlos es un grave
error. Especialmente, cuando ese enemigo dispone de muchos medios en sus manos
para reocupar o generar fricción desde los lugares de poder de los que no ha
sido, aún, desalojado.
Un aspecto importante es que
nadie tiene el poder hasta tanto no se haga cargo de los mecanismos que efectivamente
materializan ese poder. En un Estado, formalmente, democrático, como el nuestro,
éstos son conocidos y visibles. Es más una sana doctrina republicana exige que estén
separados y balanceados entre sí.
Pero, debajo de ellos existen
otros poderes menores, pero no por ello menos importantes que responden casi siempre
al poder ejecutivo de turno. Entre éstos se destacan los tradicionales; a saber:
el poder de policía y la última ratio que son las FFAA; a los que hay que
agregar los servicios de inteligencia y en este caso particular hasta los
servicios penitenciarios.
También se podrían sumar los
servicios públicos esenciales y los medios de comunicación; pero dejémoslo ahí.
Convengamos que con los primeros se puede ejercer decentemente el poder en un
estado de derecho, en cual existe una sana división de poderes y las órdenes
presidenciales tienen una razonable posibilidad de ser obedecidas.
Pero, ¿qué sucede cuando esos
poderes secundarios se encuentran enquistados en sus respectivas conducciones
por una fuerza opositora que se niega e entregarlos? A lo que habría que
agregar que se siente con derechos morales a permanecer en el poder; a la par,
de concretas necesidades de mantener su impunidad ante seguros cuestionamientos
judiciales.
Llegar al poder y no acceder al
manejo de los resortes del poder en forma inmediata coloca a quien así procede
en una posición de extrema debilidad, pues le está otorgando a su enemigo el
tiempo y el espacio para reaccionar.
Aunque el fin último del gobierno
saliente no fuera reocupar el poder, sino, simplemente, dificultar al nuevo
gobierno el acceso al mismo. Lo colocaría en excelentes condiciones para
imponer una negociación en función de sus propios intereses.
De más está decir que todo esto
mal le hace al bien común de la Nación, pero esa es otra historia.
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