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viernes, 7 de abril de 2017

Reunión nueva, temas viejos.

















por Carlos Pissolito

Sabemos que el presidente de China, Xi Jimping y el de los EEUU, Donald Trump se han reunido esta semana en la cálida residencia particular del segundo.

No sabemos exactamente que se han dicho el uno al otro. Pero, bien podemos imaginarnos el marco estratégico de estas conversaciones.

China no ha logrado hacer del Mar del
Sur de China su Mare Nostrum, aún
.
Aprovechando que estamos en el centésimo aniversario de la 1ra GM, ambos mandatarios harían bien en recordar un paralelismo entre ella y la situación actual. En esa confrontación, mientras la Gran Bretaña salió victoriosa, terminó perdiendo casi todas sus posiciones imperiales. Bien podría ser la consecuencia para los EEUU tras de una breve guerra caliente o de una prolongada guerra fría con China.

Precisamente, antes de la elección presidencial de Trump, se escuchaban voces en Washington que querían una guerra con China. La causa más probable eran los desafíos planteados por Corea del Norte, aunque bien podrían haber sido Taiwán y hasta Japón.

Al igual que el complicado sistemas de alianza cruzadas que dio lugar a la 1ra GM. Uno similar se ha formando en las aguas y en las costas del Mar de China.


Para empezar, hay que admitir que Japón ha retomado una actitud estratégica ofensiva, por primera vez tras su derrota en la 2da GM, al renovar sus reclamos sobre la pequeña isla de Takeshima, actualmente ocupada por Corea del Sur y con claras proyecciones sobre el Mar de Japón y la China septentrional.

La isla, también, es reclamada por China. De paso, Tokio ha respondido que defenderá a Taipéi ante cualquier amenaza procedente de Beijing. Al respecto, no debemos olvidar que Taiwán fue gobernado por Japón entre 1895 a 1945.

De paso hay otros actores menores, pero importantes en la región. Como las Filipinas y Vietnam, sin olvidar al díscolo de Corea del Norte, a quien la propia China ha dicho que no pude controlar.

Si bien hoy, una guerra entre los EEUU y China sería ganada -casi seguramente- por el primero, probablemente luego de un intercambio nuclear estratégico, el resultado sería desastroso para el mundo. Ya que nos dejaría con una China desmembrada y en caos y con un EEUU agotado y desmoralizado.

Ante este complejo marco, lo ideal sería que Donald Trump asumieran una Realpolitik, tal como lo hiciera Bismarck y que por años alejó el fantasma de una guerra en Europa hasta el incidente mal manejado de Sarajevo.

Para ello, los actores principales, vale decir los EEUU, China y Japón deben retomar sus tradicionales actitudes estrategias defensivas. Y, consecuentemente, cada uno de ellos debe retener a cada uno de sus proxies. China a Corea del Norte y los EEUU a Japón y a Taiwán.

En ese sentido, la posible nuclearización de Japón sería el signo más evidente de que se prepara una gran confrontación. Como lo ha sido la maniobra norteamericana, aunque en menor medida, de instalar un sistema de escudo antimisiles en Corea del Sur.

A falta de un escenario que puede poner en marcha una confrontación global, tenemos, desde ayer, dos. El segundo, se ubica en el Levante.

El Levante un tradicional escenario
de inestabilidad global
.
A diferencia del anterior, en este escenario había renacido, con la elección de Donald Trump, una tenue esperanza de solución. Ya que el presidente electo había declarado su deseo de trabajar en forma conjunta con Rusia. Lo que implicaba que su objetivo estratégico dejaba de ser la nefasta política neo-conservadora del cambio de régimen en Damasco, para pasar a ser el combate contra el terrorismo representado por el Estado Islámico.

Pero, como pasa habitualmente en las situaciones conflictivas, el Diablo metió la cola. Todavía es pronto para saber si el ataque con misiles crucero de esta semana lanzado por las fuerzas de los EEUU a una base militar del régimen sirio responden al cumplimiento de una antigua promesa norteamericana de no tolerar el uso de armas químicas o un cambio radical en su estrategia para la región.

Obviamente, la segunda de las posibilidades es la peor de ambas; pues, no solo implicaría un retroceso, de paso implicaría una seria amenaza a la continuidad del Estado sirio en una región que históricamente se viene caracterizando por producir toxinas terroristas a raudales.

Como colofón podemos afirmar que el siglo XXI a diferencia del XX, el principal interés de las potencias tiene que ser el de mantener la integridad de los Estados y no destruirlos.

Pues, una confrontación en los escenarios descritos introduciría al ruedo mundial una legión de actores no estatales, dispuestos pronto a jugar las cartas del separatismo y del terrorismo.

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