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lunes, 2 de octubre de 2017

GLOBALIZACIÓN vs GLOCALIZACIÓN
















por Carlos A. PISSOLITO

La frase "el fin de la historia" de Francis Fukuyama quedó grabada en los anales del optimismo estúpido del progresismo moderno. Con ella, su autor, tras el fin de la Guerra Fría, defendía la teoría de que la historia humana como lucha entre ideologías había concluido y que se había iniciado un mundo basado en la globalización.

Hoy, a más de 20 años de la misma se impone otra palabreja muy similar, pero de sentido contrario. Se habla de "dochakuka" un término japonés que pude ser traducido como "glocalización". Vale decir el proceso por el cual se valora lo local por sobre lo global.


Mutatis mutandi esta es la tendencia que parece afianzarse. No solo en el mundo de los negocios. Especialmente, en el de las relaciones internacionales.

Por ejemplo, si consideramos que la Carta de la ONU fue firmada en 1945 por 50 Estados soberanos y que ya estamos, en el 2017, por casi las dos centenas. Siendo Sudán del Sur, el número 193, el último en incorporarse durante el 2011. Vemos claramente que lejos de haber un proceso de globalización, lo que hay, es una fragmentación creciente.

Una que no parece tener fin, pues -a nivel global- toponimias como Cataluña, Escocia, Córcega, Flandes, Tibet, Sahara Occidental, Chechenia, Quebec y el Kurdistán hacen cola para sumarse a la lista de los Estados libres. Aunque nadie pueda asegurar cuando esto sucederá, hay una cierta certeza de que algún día, más tarde o más temprano, la misma se dará indefectiblemente.

Para algunos estos procesos son propios de sociedades viejas como las europeas. Agregan que colectividades como las nuestras, dada su juventud, carecen de estas dinámicas desintegradoras.
Se equivocan, pues ya se encuentran en marcha en nuestra América varios procesos que siguen esa línea. Los que a falta de una historia larga apelan al dudoso carácter de ser un "pueblo originario".
Así tenemos a los mapuches de Chile y de la Argentina, pero también a los quechuas del Perú y a los gamela del Brasil, ambos -casualmente- localizados en la Amazonia. Todos ellos se aprestan a librar la lucha que los lleve a la ansiada posibilidad de negociar en forma directa con los poderes globales las potenciales riquezas de sus territorios.

Para colmo de males, los planteos se complican, cuando se suman, por un lado, los negocios inmobiliarios y, por el otro, la siempre presente solidaridad internacional por estas causas.
Como Fukuyama, los independentistas, creen contar con los vientos de la historia a su favor.

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