por Carlos Pissolito
Cada sábado, desde hace unos meses, un grupo de desencantados recorre y sacude las calles de París. Se los ha denominada, a falta de un nombre mejor, como los “chalecos amarillos”, por la particular prenda con la que se visten.
Nadie del establishment político francés (dirigentes, encuestadores, analistas, etc.) anticipó su surgimiento. Aparecieron desde la nada. También, ayudó la imposibilidad de etiquetarlos con facilidad. Ya que no se trata de gente que provenga de la derecha reaccionaria, tampoco, de la izquierda protestona.
Aunque el escritor maldito Michel Houellebecq fue el único que los vio venir. En su libro “Serotonina” sostuvo la decadencia de Europa (inmigración, baja tasa de natalidad, aumento de impuestos, etc.) produciría una gran protesta. Ya que los pequeñoburgueses de sus compatriotas estaban hartos de ser los patos de la boda.
Son una suerte de invisibles. En su gran mayoría son trabajadores, campesinos o hasta profesionales provenientes de la clase media. Que le niegan toda lealtad a un sistema político-social y económico, al que acusan de haberlos traicionado.
Por lo que sabemos, otros invisibles fueron los responsables de los triunfos electorales de Trump en los EEUU y de Bolsonaro en Brasil.
Nos preguntamos si la Argentina tendrá, también, sus invisibles.
Estamos viendo que hay mucha buena gente que está enojada. La que votó, por ejemplo, a MM está defraudada, pero dice que lo volvería a votar. Ya lo decía Mark Twain: "Es más fácil engañar a la gente, que convencerla de que ha sido engañada".
Obviamente, que a todos nos resulta difícil reconocer que hemos sido timados en nuestra buena fe. Muchos repiten a coro que los K ya probaron que son malos. Pero, agregan que MM, también. No tienen dudas al respecto. Es otro estruendoso fracaso.
Entonces, comienzan a preguntarse si es lícito elegir entre dos males. Desearían tener una tercera alternativa, pero esta se demora en aparecer. Y comienzan a dudar de las bondades del sistema.
Al respecto, sabemos que un principio básico del obrar recto nos dice que hay que hacer siempre el bien y evitar el mal. Pero, los problemas concretos que se nos presentan en la vida, por lo general, lo hacen sin tanta claridad. No todo es blanco y negro. Como bien sabemos, hay un gran gama de grises.
Para estos casos, los Clásicos desarrollaron la teoría del mal menor. Decían que puestos a elegir entre dos males, había que optar por el menor de ellos.
Un ejemplo típico es el juicio de Salomón, en el cual la madre auténtica renuncia a su maternidad para evitar que su hijo sea partido en dos.
Pero, no todos los casos son tan claros. Por ejemplo, ¿Cuáles son las diferencias tangibles entre CFK o MM? Algunos hablan de que MM es un K con buenos modales. Hasta el propio padre de Mauricio dijo que su hijo era muy parecido a su archirrival, Cristina.
Al parecer, aquí no se puede aplicar la teoría del mal menor. Pues, se trata de un falso dilema. Ya que ambos nos conducen a un mismo mal: un nuevo fracaso argentino.
Es mucho lo que se podría argumentar en favor y en contra de uno y de otro. No lo vamos a hacer.
Simplemente, nuestra intención es anunciar que más temprano que tarde veremos marchar a nuestros invisibles por nuestras calles.
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