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sábado, 10 de septiembre de 2011

EL SEXO, LA MILICIA Y LO POLÍTICAMENTE CORRECTO.



por Lucio FALCONE.


Arde Troya

La bella Helena junto a Paris.
Durante siglos sesudos analistas e historiadores serios sopesaron y discutieron las causas de una de las primeras guerras registradas de la historia.  Se habló de ventajas estratégicas, de viejas rivalidades, etc. Pero, qué tal si la causa de aquella famosa guerra. La de Troya. No hubiera sido otra que la consignada por su primer y conocido relator. Homero. La infidelidad de la bellísima Helena. Y el deseo de venganza de su celoso esposo. Hoy, la mentalidad moderna quiere que el hecho fáctico, el que se pelee por una mujer, nos resulte como algo totalmente extraño. Primero, la Ilustración nos convenció que solo el interés, puro, simple y despiadado era el lev motive único y exclusivo para consumar el viejo oficio de hacer la guerra. Después, lo “políticamente correcto”[1] nos dijo que no había diferencia alguna entre un hombre y una mujer. Por lo tanto, se tornó imposible justificar que un rey despechado movilizara toda una flota invasora para recuperar a su mujer. O comprender que el verdadero motivo que mantuvo a los griegos sitiando los muros de la mítica ciudad. Por una friolera de 10 años. No fue otro más que el deseo de tener sexo con las mujeres de sus enemigos derrotados. Pero, hoy, nada de esto nos suena lógico. En el marco conceptual propugnado por el Progresismo. No puede tener mayor sentido. En consonancia, la explicación homérica ha sido archivada en el desván de la historia.



Sin embargo, nos enteramos por las crónicas periodísticas recientes que la violación en masa y sistemática de las mujeres del enemigo. Es una práctica frecuente en varios actuales en desarrollo. Especialmente, en aquellos que tienen lugar en lugares, tales como el Congo y Sudán. Un cínico nos podría llamar la atención por la coincidencia geográfica del fenómeno. Confinando esta aberrante práctica a luchas entre tribus africanas semisalvajes. Pero, una breve investigación histórica nos revela que el hecho no ha estado confinado a tales latitudes ni ha sido exclusivo en este tipo de conflictos. Por ejemplo, se sabe que siempre fue aceptada como una práctica común de la Antigüedad. Ya sea el rapto, el casamiento forzoso y hasta la violación y muerte de las mujeres del vencido. En no pocas ocasiones, el recuerdo lejano de ese oprobio ha sido atemperado por coloridas leyendas. Como la muy conocida del “Rapto de las Sabinas”.[2] Pero, aún en una época relativamente moderna, como el siglo XVII. En el marco de las cruentas Guerras de Religión. Quedó registrada la violación y muerte de 15.000 mujeres de la ciudad de Magdeburgo a manos de las tropas imperiales.[3] Para algunos postmodernistas, esto estará casi en la Prehistoria de la pretendida evolución humana. Sigamos. Durante la contemporánea 2da Guerra Mundial no fueron pocos los casos. Hayan sido estos individuales o colectivos. En los que la violencia contra las mujeres resultó siendo un hecho común. En tal sentido, se sabe que el delito más condenado por los tribunales militares norteamericanos con respecto a su propia tropa. No fue otro más que la violación seguida de muerte de mujeres que vivían en los territorios que éstas liberaban. Por su parte, ambas Coreas esperan, aun hoy, la reparación correspondiente por el secuestro y reducción a la prostitución de decenas de miles de sus mujeres por parte del Ejército Imperial Japonés. [4]
¿Qué queremos probar con esto? Un hecho muy sencillo. Uno que no sorprendería a ningún estudioso serio de la guerra. O a un habitante de una ciudad sitiada, mientras modalidad guerrera estuvo vigente. Digamos hasta mediados del siglo XIX. Y es que en la mayor parte de la historia la mujer no ha tenido otro papel en la guerra más que el de víctima. También, en ocasiones especiales, ha tenido el honor de haber sido la finalidad misma para iniciarla y llevarla adelante. Entonces, ¿por qué hoy se nos quiere convencer de que la mujer está llamada a combatir hombro con hombro junto a sus contrapartes masculinos? Cuando no hay historia ni argumentos que lo sostengan. Por supuesto, siempre se habló, y hasta seriamente, del mito de la Amazonas. Pero no se tienen registro de unidades mixtas.
Porque sí, porque no
En términos generales, las mujeres en sus roles tradicionales de madres, hijas, esposas y novias han estado presentes en todos los conflictos humanos. Aunque no fuera vistiendo armadura y empuñando las armas. Sí apoyando, alentado, cuidando cuando volvían maltrechos, a sus guerreros. Por su parte, el deseo del regreso al hogar con honor ha sido considerado siempre un hecho tonificante. Que ha inspirado a obras artísticas de todo tipo. Por este motivo, la figura femenina esperando el regreso de un soldado. Ha sido siempre un tema clásico de la literatura se guerra. También, aunque siempre en menor medida. Cuando las circunstancias lo permitieron o lo exigieron. Las más audaces entre ellas. No dudaron en acompañar a sus hombres a la guerra. No para pelear a su lado. Sí para llevar a cabo diversas tareas de apoyo. Como enfermeras, secretarias, espías, concubinas y cantineras.
Sin menoscabo de lo expresado más arriba. La exclusión de la mujer del combate no ha sido una constante absoluta. La participación femenina como combatiente se ha visto concentrada, por lo general, en torno a los conflictos de baja intensidad, asimétricos o como se los quiera denominar. Obviamente, lo han hecho formando parte del lado débil.  Ya que este bando, ha considerado que su innata escasez de recursos lo autorizaba a echar mano a todos los disponibles. Fueran estos operacionales o humanos. Desde el uso del terror, como muchas veces ha sido y es el caso. Hasta el empleo irrestricto de las mujeres y de los niños en roles de combate. Tal como vemos que está ocurriendo hoy con las jóvenes suicidas palestinas en la Franja de Gaza. Una justificación de tal conducta. Parecería ser el hecho de que estos conflictos. Muchas veces devienen en una confrontación por la supervivencia. De todo o nada, de independencia o muerte. En cuyo caso, el lado débil se siente moralmente autorizado al uso de todos los recursos. Aun al empleo del denominado “sexo débil” como un arma de combate.
Pero, el hecho de integrar a la mujer a la fila de los combatientes. Es, por un lado, un hecho nuevo; y por otro, uno casi exclusivamente occidental. No fue sino hasta hace poco que las fuerzas militares del mundo desarrollado de esta parte del mundo comenzaron a incorporar mujeres en sus filas. Primero, en roles administrativos y sanitarios, tal como sucedió durante la 2da Guerra Mundial. Luego en roles de combate, como acontece en muchas fuerzas hoy por hoy. Aunque con algunos matices interesantes. Y casi siempre,  no para satisfacer alguna necesidad concreta. Como podría llegar a ser el caso ante una escasez en la disponibilidad de postulantes masculinos.  Sino por una imposición, como hemos sostenido, de lo “políticamente correcto”. Que busca con sus autodenominadas políticas de género igualar la participación de ambos sexos en toda actividad humana. Aun en las bélicas. Por ejemplo, hoy se conoce que, la en su momento, muy publicitada integración de las jóvenes judías en las nacientes fuerzas de defensa israelíes. Fue un hecho más propagandístico que otra cosa. Ya que las fámulas no participaron de ninguna acción de combate de importancia. Sólo se quería con ello impresionar a los adversarios árabes. Los que vieron como una indignidad combatir contra tales unidades femeninas. Más recientemente, la captura de personal femenino norteamericano durante la 2da Guerra del Golfo. Volvió a abrir el debate. Por eso cabe preguntarse, si en situaciones de combate: ¿Tienen las mujeres  el mismo valor combativo que los hombres? La obvia respuesta es que no lo tienen. Hay algunas causas genéticas, propias de la condición femenina. Y otras, más complicadas, que no le son achacables exclusivamente a ellas. Para empezar, está el tema de las capacidades físicas diferenciadas. Es la principal y la más obvia. Pero no es la más debilitante. Más allá del achicamiento en las diferencias en el rendimiento deportivo entre ambos sexos. Hoy por hoy, un hombre promedio es notoriamente más fuerte, más resistente y más rústico ante los rigores de la vida militar que una mujer; también promedio. Si hiciera falta alguna prueba, baste señalar el hecho cierto y comprobable que en todas las organizaciones  militares que han incorporado mujeres tienen pruebas físicas diferenciadas para ellas respeto de sus contrapartes masculinos. Como si un proyectil enemigo o cualquier exigencia de combate pudiera tener tan cortés discernimiento. El tema psicológico. Paradójicamente, parecería indicar que la culpa recae, no sobre las mujeres, sino sobre sus contrapartes masculinos. Especialmente a aquellos  que les cae en suerte compartir un pelotón, un equipo o un vehículo de combate con ellas. Pues, están siempre ellos excesivamente atentos para ayudar a una dama en peligro. Lo que en una situación de apremio bélico no deviene en nada conveniente. Una consideración análoga se podría introducir respecto a la incorporación de los homosexuales. Un hecho sospechosamente publicitado en estos días. Ya que tanto, una mujer como un homosexual declarado, motivarían dentro de su grupo lealtades y rechazos fuera de la cadena de mando. Lo que sería un obstáculo para la disciplina y el espíritu de cuerpo castrense. Valores que toda organización bélica debe cultivar. Si es que quiere ser combativamente eficiente. Aquí, tampoco valen los argumentos de lo “políticamente correcto”. De que al ser un derecho de cualquier ciudadano el optar por el matrimonio igualitario. Debe ser, por carácter transitivo, extendido para los militares. Les recuerdo que hay una buena cantidad de derechos y leyes que no se aplican a ellos. Desde políticos hasta administrativos. Baste uno como ejemplo: los militares no pueden militar en política ni hacer públicas sus preferencias en ese campo. Ya que se considera algo perjudicial para la disciplina militar. Lo mismo puede argumentarse del publicitado casamiento igualitario.

Finalmente, el tema moral nos remite al principio. ¿Qué se puede esperar de una sociedad que pone en la línea de fuego a los vientres que aseguran su perpetuación? Tampoco, creemos que ponerlas en la primera fila de combate las protegerá del viejo y horrendo delito de la violación. Todo lo contrario. En este sentido, el consenso histórico se acerca a lo que argumentábamos más arriba. Solo en un caso de extremo peligro una sociedad considerará legítimo el emplear a sus futuras madres en su defensa propia. Como prueba de esto último. Se puede argumentar que la gran mayoría de las guerras son libradas. En última instancia. Precisamente, para garantizar este derecho a los vientres propios, o negárselo a las mujeres del enemigo. 

¿Entonces qué?
Es obvio que no estamos de acuerdo con las imposiciones programáticas de las políticas de género. Que pretenden una igualdad absoluta entre hombres y mujeres. Tampoco, suena lógico ni resulta práctico cerrar, hoy, las filas militares completamente a la incorporación de la mujer. No solamente son el 50% de nuestra población. Contraviniendo la famosa sentencia del rey Leónidas, esto no es Esparta. También, tienen capacidades diferenciadas para determinadas actividades que pueden igualar e incluso superar al varón promedio. Por ejemplo, son notorias sus ventajas en tareas administrativas y logísticas; tales como: la sanidad militar, la informática, las comunicaciones y la computación, la administración de personal, entre otras. Donde se destacan por su meticulosidad y propensión al detalle; así como la posibilidad de realizar más de una tarea al mismo tiempo. Pero resulta del más elemental sentido común. Trazar una obvia línea divisoria. Entre las actividades operacionales en las que las mujeres pueden participar, y en cuáles no. Los criterios a utilizar pueden ser variados. Desde los niveles de intimidad que se les permita mantener. Por ejemplo, ellas no podrían servir en submarinos ante la imposibilidad de tener alojamientos separados. O hasta las jerarquías que puedan llegar a ocupar. Hay fuerzas donde se les han fijado topes jerárquicos arbitrarios y cadenas de ascenso más lentas para ellas. Pero, creemos que el criterio más justo es el que los norteamericanos adoptaron en la década del 90. Con la llamada “regla del combate cercano”. Al respecto, la misma fue sancionada por una ley del Congreso. La que fue, luego, ratificada por varios fallos de su Corte Suprema de Justicia. La misma establece que:  “Los integrantes de las fuerzas armadas son elegibles para todos los puestos para los cuales se encuentren calificados; excepto las mujeres que deberán ser excluidas de puestos en Unidades menores al nivel brigada, cuya misión primaria sea librar acciones de combate terrestre cercano”.  Este último fue definido como:  “Todo combate con un enemigo terrestre mediante el empleo de armas individuales o armas servidas por dotaciones, que se encuentren expuestas al fuego hostil y con una alta probabilidad de contacto físico directo con personal enemigo. Específicamente, la norma aclara que las mujeres están autorizadas a servir en cualquier especialidad y en cualquiera de las Unidades del Ejército, excepto en Infantería, Blindados, Artillería de Campaña e Ingenieros de Combate y en Unidades de Artillería de Defensa Aérea de Baja Altitud de nivel batallón o menores”.[5] Como se verá se acepta la incorporación de la mujer, pero se la restringe a aquellos puestos en los cuales no hay probabilidad de contacto con el enemigo.

¿Y por casa como andamos?
Con nuestra proverbial tendencia de copiar sin ver bien los fundamentos. Nuestras fuerzas armadas no han sido ajenas las presiones de  lo políticamente correcto. Especialmente, en forma reciente. Que hizo de ellas una bandera. Abriendo guarderías y sancionando normas en su promocionada política de género. Que en la mayor parte de los casos contribuyeron a minar la disciplina; y a creer situaciones de discriminación inversa. ¿Qué queremos decir con esto? En pocas palabras. En la búsqueda de una acción afirmativa a favor de los derechos de la mujer. Lo que en realidad, se consiguió, fue una injusticia concreta respecto de los varones incorporados. Ya que si el norte es la igualdad. ¿Por qué un soldado hombre tiene derecho a menos días de ausencia que uno mujer? Quien goza de extensas licencias por maternidad, lactancia, día femenino, etc. O debe cubrir más días de guardia. O simplemente, hacerse cargo de las tareas más pesadas. Preguntas sin respuesta. Que surgen cuando se intenta cambiar la finalidad de las instituciones armadas. Sabiendo que la razón de ser de éstas no puede ser otra más que la preparación para la guerra. Finalidad, a la que deben subordinarse tantos los varones como las mujeres, sin excepción alguna. En la práctica, tales medidas terminan siendo como una espada de doble filo. Perjudiciales para la organización en sí; ya que conspiraran contra su eficiencia. Y nocivas con respeto de sus supuestas beneficiarias, que ven aun más distante su prometida integración con sus compañeros de armas.


[1] Lo “políticamente correcto” tiene en su origen remoto en el aggiornamento de las teorías marxistas. Al ver el incumplimiento de sus profecías económicas, al fin de la 1GM, sus sostenedores optaron por elaborar una versión cultural de las mismas. Para el italiano Antonio Gramsci y para el húngaro Georg Lukas, que fueron sus principales impulsores, para imponer el marxismo era necesario remover los valores vigentes en la sociedad occidental. Como tal, lo “políticamente correcto” funciona como un imperativo que nos obliga a aceptar como bueno todo lo que sea “diferente” a lo tradicional. Impulsa temas tales como: la igualdad de género, el matrimonio igualitario, el multiculturalismo, etc. Procediendo, simultáneamente, a despreciar solapadamente a los conceptos tradicionales de familia, propiedad privada, autoridad, etc. A los que exagera y ridiculiza. En lo militar, lo “políticamente correcto” se expresa a través de un pacifismo extremo. Sintetizado en la famosa consiga de los 60 de: “Haz el amor, no la Guerra”.
[2] Cuenta una leyenda romana que luego de la fundación de Roma. Y ante la ausencia suficientes mujeres. Su primer rey, Rómulo, invitó a los pueblos vecinos a una justa deportiva. Habiendo concurrido los sabinos con sus mujeres. Procedieron los romanos a raptarlas, para aplacarlas les propusieron matrimonio. Propuesta que fue aceptada por las mujeres, con la condición de no realizar otras tareas hogareñas que no fuera el uso del telar.
[3] Magdeburgo era una próspera ciudad a orillas del río Elba. Durante la Guerra de los Treinta años se negó a restituir los bienes expropiados a la Iglesia, según lo acordado en el Edicto de Restauración.  Por lo que procedió a expulsar a las tropas imperiales católicas; y solicitó el apoyo al monarca luterano, Gustavo Adolfo de Suecia.  El comandante imperial, el Conde de Tilly, le puso sitio a la ciudad a comienzos de enero de 1631. A medida que los trabajos de sitio progresaban, le ofreció la rendición a la ciudad en varias oportunidades.  Con la esperanza recibir el apoyo sueco, -el que nunca llegó- los sitiados se negaron. Finalmente, durante la madrugada del 20 de mayo de 1631 las tropas ingresaron al recinto amurallado. Decididos los imperiales a dar un escarmiento. Saquearon, quemaron y arrasaron la ciudad por completo. Sobre un total de 30.000 habitantes, alrededor de unos 25.000 resultaron muertos. Se aprecia que la mayor parte de sus mujeres fueron violadas. Salvándose solo unas pocas que se habían refugiado en la catedral. Cuenta la historia que por días el río Elba quedó cubierto por los cuerpos carbonizados de sus moradores.
[4] Corea se convirtió en un protectorado japonés a partir de 1905. Por imperio del Tratado de Portsmouth que puso fin a la Guerra Ruso-Japonesa. Durante la 2GM se reclutaron en su territorio las de denominadas “mujeres de confort”. En realidad,  mujeres que eran llevadas al Japón bajo la promesa de trabajo como enfermeras o empleadas administrativas. Pero, en la realidad, eran obligadas a prostituirse. Las cifras oscilan entre las 10.000 y las 100.000 mujeres. Ambas Coreas han denunciado el abuso ante la Corte Penal Internacional como un crimen de guerra y han requerido las compensaciones respectivas a Japón.
[5] Leyes del Congreso de los EEUU, fueron conocidas como “Regla de Exclusión” (1977)  y  “Regla de Asignación” (1994). Las que fueron incorporadas al manual de las fuerzas armadas: AR 600-13, “Política para la Asignación de Puestos al Personal Femenino”.

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