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sábado, 13 de octubre de 2012

¿San Martín o Güemes?




Hace 30 años que nuestras FFAA vienen encarando sucesivas reestructuraciones. Todas ellas fracasaron. Deben afrontar una verdadera transformación, una refundación, mejor. Pero, ¿cuál debe ser el modelo a seguir? Para Lucio Falcone hay uno solo: el que marcara el General José de San Martín cuando él mismo diseñara la estrategia y la táctica para el Ejército Libertador.

por Lucio Falcone

La clemencia pacífica es la divisa verdadera de la nobleza.

W. Shakespeare. Titus Adrónico, Acto 1.


La lógica histórica sostiene que las FFAA derrotas son las que más y mejor aprenden luego de un conflicto. Renovadas encaran el próximo conflicto con nuevos bríos y con ansias por superar los errores del pasado. Tal fue el caso de los prusianos después de su derrota en 1806, el los franceses después de la suya en 1871 y el de los alemanes después de la debacle de 1918. Por el contrario, una fuerza armada que ha sido vencida por un oponente más débil desarrollará una actitud medrosa y timorata. Tal como parece haber sido el caso de los norteamericanos después de su fracaso en Vietnam en los 70’; ya que les llevó más de 20 años y una campaña exitosa (la del Golfo Pérsico de 1991) el recuperar su mística guerrera. Creemos que es aun peor el caso de FFAA, como las nuestras, que en el marco de luchas internas, perdieron su disciplina, quebrantaron sus lealtades y cometieron crímenes de guerra. Al respecto, nos dice el profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén, Martin van Creveld, que una fuerza armada en esas circunstancias, como es hoy el caso del Ejercito Israelí, se verá:

“…obligada a mentir para ocultar sus crímenes, se encontrará con su sistema de justicia militar debilitado, el proceso de mando distorsionado y una brecha de credibilidad abriéndose bajo sus pies. Tan difícil será reaccionar en el proceso descrito que aquellos atrapados en él puede ser que nunca se recuperen. Al final, la única forma de revivir la habilidad del país para librar una guerra será la de demoler las fuerzas armadas existentes y organizar en su lugar a unas nuevas, las cuales a su turno probablemente necesitarán algún tipo de revolución política.” (La Transformación de la Guerra)


Nos encontramos hoy al final de un largo proceso de desgaste de nuestras FFAA, pero sin una clara intención política e institucional que pretenda recrearlas y restaurarlas. En su lugar escuchamos, una vez mas, hablar de una reestructuración a la luz de una nueva reglamentación de la Ley de Defensa. No nos cabe duda que nuestras FFAA deben ser totalmente renovadas, diríamos casi a un grado revolucionario; pues no hacerlo implicaría poner en juego su continuidad histórica como institución fundamental de la Nación.  Desde hace casi un cuarto de siglo oímos a ministros de defensa y a jefes de estado mayor enunciar términos como “sistema de defensa”, “control civil”, “acción conjunta” y otros tantos; que a fuerza de repetirlos en vano, creemos que los han vaciado de su contenido. Políticos, expertos en defensa y militares de alto rango se encuentran adentro de un verdadero laberinto conceptual del que no atinan a ver salida. Para escapar de un laberinto hay una sola forma: contemplarlo desde arriba, vale decir desde los fines. Las instituciones solo son comprensibles desde lo alto, en resumen,  a partir de los fines a los que sirven; y hablar de fines es hablar de modelos.


Cuando se habla de la elección de un determinado modelo para un sistema de defensa, creyendo que solo intervienen parámetros racionales, como “relaciones costo/beneficio”, “pirámide jerárquica” o “brecha tecnológica”, no solo se cae en una actitud reduccionista, sino que se desconoce la esencia misma de una actividad tan particular como la defensa. En principio, es atribuirle a la defensa una racionalidad que talvez no tenga; salvo que nos suene racional el hecho de armarse para solucionar un conflicto de intereses con otro Estado, lo que habitualmente es algo muy caro, para hacer algo que podría teóricamente obtenerse mucho más fácilmente por otros medios disponibles; tales como la diplomacia o el comercio bilateral. Pero sucede que por un fenómeno inexplicable –no se ha descubierto aun la glándula o el cromosoma de la agresión humana- hay algo que es palpablemente comprobable a lo largo y ancho de la historia: el hombre no ha dejado de hacerle la guerra a sus semejantes. A veces lo ha hecho por grandes motivos, como cualquiera de las posibles acepciones de Dios, la propia raza, el terruño donde se ha nacido u otras razones altruistas; pero también otras tantas por el simple gusto de hacerlo.


Ante estas evidencias históricas la racionalidad de la defensa queda seriamente cuestionada y nos surge el interrogante de si no será más bien una actividad atávica, primigenia y como tal irracional. Es por esta razón principal y por otras accesorias que cuando una comunidad políticamente organizada elige un sistema de defensa no se encuentra ante una decisión que pueda ser enteramente racional. Creemos firmemente que cuando optamos por un modelo para defendernos, más que los factores “geopolíticos” o racionales, intervienen otros como la cultura y la historia de quien toma tal decisión. No pondríamos en duda –Hollywood mediante- que existen tanto una forma japonesa como una norteamericana para defenderse, vale decir para ir a la guerra. Por ejemplo, nadie de nosotros imaginaría un soldado japonés desobedeciendo fácilmente la orden de un superior o a un GI estadounidense concurrir a una prolongada campaña sin todas las comodidades del “American way of life”.


Igualmente nosotros los argentinos, si queremos ser defensivamente sinceros y no copiar modelos extranjeros sino buscar en nuestras raíces culturales, como parece estar hoy saludablemente de moda, un paradigma para edificar nuestro sistema de defensa, lo que debemos hacer es buscar en nuestra historia, especialmente cuando pudimos e hicimos cosas importantes. A la luz de este concepto vienen inmediatamente a nuestra conciencia la gesta de nuestra Independencia. Es en este marco, que dos modelos o paradigmas se destacan: el del Martín Miguel de Güemes y el del General José San Martín. Las razones para esta elección arbitraria son varias; en principio se trata de dos modelos que fueron exitosos y contemporáneos y por lo tanto fáciles de comparar; segundo, la magnitud histórica de ambos personajes nos garantiza una fuente casi inagotable para su estudio; y finalmente, y más importante, en alguna medida ambos representan paradigmas opuestos.


Comenzaremos nuestra exposición destacando algunos datos biográficos de nuestros personajes, no con la intención recordar lo que todos nosotros sabemos sobre ellos; sino la de resaltar algunos aspectos que nos parecen salientes para nuestro trabajo. Desde este punto de vista, tanto Güemes como San Martín, tienen rasgos biográficos comunes: uno y otro nacieron criollos, eran casi de la misma edad (Güemes era solo tres años mayor) y recibieron una adecuada educación según los estándares de la época; también, ambos fueron gobernadores provinciales y lo que es más importante: ambos tuvieron una extensa y temprana experiencia militar y los dos llegaron a comandar ejércitos en batalla. Pero aquí paran las similitudes. Mientras que Güemes fue educado localmente en su Salta natal, San Martín recibió su educación en Europa. Además, las experiencias bélicas del salteño –en forma similar a su educación- pueden clasificarse como casi autodidactas; por el contrario las de San Martín, como militarmente formales, europeas e inspiradas en el modelo continental practicado por el General Bonaparte.


Yendo al centro de nuestro trabajo podemos decir que el paradigma estratégico de Güemes podría definirse como uno de tipo defensivo basado en el desgate del enemigo mediante el uso de tácticas de guerra de guerrillas practicadas con la finalidad de ganar tiempo y hostigarlo.  Por su parte el de San Martín podría catalogarse como cimentado en una estrategia ofensiva destinada al colapso de su adversario mediante el uso de una maniobra de aproximación indirecta que evitando el propio desgaste provocara el colapso de su centro de poder. Consecuentemente, a la luz de sus respectivos paradigmas estratégicos ambos militares forjaron a su imagen y semejanza sus respectivos instrumentos militares. Así como los “Infernales” de Güemes podrían ser definidos sencillamente, según los cánones de la época, como una formación irregular de caballería ligera; la complejidad del instrumento militar sanmartiniano nos obliga a algunas precisiones. En principio, San Martín no solo creó un cuerpo táctico innovador los “Granaderos a Caballo”, y en tal sentido equiparable a “Los Infernales”; sino que se preocupó de organizar y equipar una fuerza armada donde todas las armas y servicios de la época estuvieran representadas (básicamente, infantería a pie y montada, caballería, artillería de montaña y gastadores de ingenieros). Nada faltó en el diseñó de una fuerza integral y moderna: desde, un cuerpo de inteligencia basado en baqueanos para el nivel táctico y en espías para el nivel estratégico, hasta una logística de abastecimiento que le permitió franquear la cordillera de los Andes. Desde el punto de vista operativo supo ser igualmente innovador al idear, coordinar y conducir operaciones conjuntas y combinadas en un tiempo en el que sólo hombres de la talla de un Wellington o un Napoleón podían darse el lujo de hacerlo bien. Siendo un soldado de formación netamente continental es que estos aspectos cobran mayor relevancia. Pero es en la concepción de su plan general de maniobra estratégica donde todo el genio sanmartiniano se nos rebela; ya que pronto comprendió que como se lo diría a su amigo Tomas Guido en una famosa carta, por el camino del Norte nada se conseguiría y sería necesario forjar una verdadera fuerza armada que amenazara y pusiera fin al poder militar español en América que tenia por centro a la ciudad de Lima.


Dicho lo que hemos dicho, no implica restarle valor a lo realizado por Güemes y sus gauchos, aunque su heroica guerra de desgaste solo puede ser considerada exitosa en relación con su funcionalidad con el plan continental de San Martín; ya que ella nunca nos hubiera conducido a resultados militares decisivos, y en consecuencia a la Independencia. Por el contrario, el plan de San Martín estaba diseñado, ab initio, para terminar con la dominación realista, como tal era un pistoletazo a la cabeza; lo de Güemes, en cambio, solo cientos de alfilerazos. En ese sentido, el pensamiento sanmartiniano llena plenamente el concepto clausewtziano de centro de gravedad; pero en una forma tan perfecta que alcanza al ideal de Sun-Tsu de derrotar a sus adversarios sin la necesidad de una batalla, tal como fue el caso de la conquista de Lima, obtenida sin disparar un tiro.


Cuando hoy desorientados buscamos un modelo para la transformación de nuestra defensa, no podemos tener uno mejor que el de San Martín. Modelo que incluso no puede entenderse sin las funciones de un Juan Martín de Pueyrredón, el verdadero “ministro de defensa” de San Martín.  Así como en el marco establecido por Clausewitz de que la guerra es la continuación de la política por otros medios;  y que por lo tanto lo militar depende y está subordinado a la política; también el general prusiano reconoció que la guerra –que no tiene su propia lógica que es política- sí tiene su propia gramática que es básicamente militar. De esta forma, Pueyrredón en su carácter de Director Supremo fue el responsable del encuadramiento político de las campañas libertadoras, mientras que San Martín fue su ejecutor militar. En este sentido el Director Supremo le proveyó al Libertador de la cobertura política, así como de los recursos humanos y materiales necesarios; pues sabía muy bien que el fracaso de éste necesariamente acarrearía el propio. Paralelamente, cuando este respaldo flaqueo en oportunidad de Guayaquil, San Martín supo que era muy poco lo que podría lograr militarmente y decidió retirarse. Asistimos hoy al olvido de la gramática militar por parte del poder político que muy concentrado en asegurar el control civil sobre el estamento militar olvida –que en definitiva- también su propia suerte se encuentra irremediablemente unida al correcto funcionamiento del estamento que tan férreamente quiere controlar.


Tampoco, como hemos visto, la necesaria y declamada “conjuntez” moderna quedó afuera de la panoplia sanmartiniana. El Libertador fue pionero de la acción conjunta como lo atestigua el transporte por modo marítimo del Ejército Libertador hasta el Callao con la colaboración del aventurero y marino Lord Cochrane. Igualmente, sus habilidades como comandante de fuerzas binacionales e internacionales le permitieron integrar a elementos diversos y hasta un tanto díscolas como las del General Bernardo de O’Higgins.


Nuestra intención al contraponer a ambos modelos no ha sido disminuir la importancia de Güemes y su gesta; en este sentido, podemos afirmar que la misma no sólo no fue antagónica sino que resultó complementaria a la maniobra estratégica principal liderada por San Martín. En una comparación absoluta entre ambos paradigmas se puede argumentar que el de Güemes fue más económico que el de San Martín; y que en tal sentido, su adopción sería hoy más barata. Ya que para consagrarlo operativamente, solo bastarían una pocas unidades de operaciones no convencionales; además, para que contar con escuelas y academias militares, pues las fuerzas de “guerrilla” no se forman en esos lugares sino que son marcialmente autodidactas. Pero sucede que cualquier modelo que sea, desde el punto de vista estratégico, puramente defensivo sólo podrá aspirar a no ser derrotado y eventualmente desgastar a un agresor y ganar tiempo; pero nunca podrá decidir una campaña per se. En pocas palabras: solo el modelo de defensa sanmartiniano es el que nos permitirá mantener lo que ese mismo modelo nos legó: la Independencia.


Adoptar las formas de Güemes como las únicas posibles sería hoy no solo un error histórico sino condenar a nuestro sistema defensivo a una reducción, talvez de cierto sabor telúrico; pero militarmente incompleta y como tal inconducente. Esperamos que quienes tienen poder de decisión, tanto política como militar, estén a la altura de las exigencias históricas; ya que la guerra además de ser un “monstruo grande que pisa fuerte” suele presentarse en la vida de los pueblos sin invitación previa.

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