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jueves, 24 de enero de 2013

Oligarquía terrateniente o burguesía.

Una reivindicación del sector agrario argentino desde sus orígenes nacionales como el verdadero sujeto productivo del país, en debate con otras interpretaciones históricas.

 
DIARIO LOS ANDES -Edición Impresa: jueves, 24 de enero de 2013
 

Por Roberto Azaretto - De la Academia Argentina de Historia

Oligarquía terrateniente o burguesíaMauricio Rojas, en su reciente libro “Argentina, Breve Historia de Un Largo Fracaso”, menciona varias causas para explicar cómo nuestro país, luego del formidable proceso de crecimiento desde 1880 al centenario, inicia luego un período de estancamiento y decadencia.

Este intelectual chileno que partió al exilio con la caída de Allende y en Suecia dejó el socialismo para convertirse en un diputado liberal, señala como una de las causas de la declinación, la existencia de una oligarquía terrateniente que habría frenado el desarrollo.
La definición de oligarquía terrateniente surge con la crisis del treinta desde sectores urbanos que nunca fueron al campo y cargaban con los prejuicios de sus países europeos de origen, en los que perduraban resabios feudales.


 Cuando Yrigoyen hablaba de oligarquía, no se refería a los grandes propietarios rurales de la Pampa Húmeda, sino a las oligarquías políticas del interior, sobre todo las del norte y que aún persisten, en provincias feudales como Santiago del Estero, Catamarca o Tucumán.

El caudillo radical, con Roca, fueron los dos únicos presidentes que podemos considerar como grandes estancieros y sus antecedentes son Juan Manuel de Rosas y Justo José de Urquiza.
Abelardo Ramos, cuando analiza la Revolución de Mayo, explica que fue el resultado de las apetencias de la oligarquía terrateniente porteña. Sin embargo los estudios académicos de los últimos años, con autores como Roy Hora, Hilda Sábato, Lisandro Losada, o Garavaglia por citar algunos, han demostrado que en la Buenos Aires de 1810 existía una burguesía mercantil poderosa.

En ese tiempo solamente el 10% del territorio de la Provincia de Buenos Aires estaba poblado y la mayor parte de las propiedades eran medianas. La actividad rural era secundaria en la economía porteña. El proceso de expansión del territorio de Buenos Aires y el paulatino interés de las familias burguesas se inicia después de la caída del Directorio y la aparición de Buenos Aires como provincia autónoma.

El crecimiento de la economía nacional está basado en el desarrollo capitalista del sector agropecuario argentino, a diferencia del brasileño y su economía esclavista, o los países andinos, donde perduraron las estructuras feudales heredadas del imperio español y cuyo símbolo es la clásica Hacienda Latinoamericana y sus siervos. Solamente en Salta y Jujuy perduró en el siglo XIX algo parecido.

Durante mucho tiempo se creyó que la propiedad familiar estadounidense era más eficiente que la gran propiedad de la Pampa Húmeda, por la necesidad de cultivar la tierra en forma más intensiva para mejorar los ingresos hogareños.

Hilda Sábato como también Varsasky, han demostrado que los rendimientos argentinos en el siglo XIX eran mayores que en los Estados Unidos.

Esa diferencia de la Argentina se mantiene fundada en la extensión promedio de las explotaciones en nuestro país, que alcanzan a 1.400 hectáreas, sean propias o arrendadas frente a los 556 hectáreas de los farmers de la potencia del norte.

Por otra parte, el 52% de nuestros productores tienen estudios universitarios completos, frente al 24% de los norteamericanos. El 10% de los argentinos tiene títulos de postgrado, de los que carecen los productores estadounidenses. Esto desmiente al ex canciller Dante Caputo que trató -ante un enfrentamiento con el sector rural en los ochenta- como oligarquía semianalfabeta a los productores rurales argentinos.

La capacidad de innovación de los productores nacionales hace que superen ampliamente a sus competidores del hemisferio norte que reciben grandes subsidios del Estado cuando aquí soportan la mayor parte de la carga productiva.

Ésta es la verdadera burguesía nacional, y también lo fue antes, a diferencia de aquellos sectores que sobreviven de enormes subsidios que pagamos todos, como es el caso de las ensambladoras de electrónicos de Tierra del Fuego que reciben diez mil millones al año de subsidios para poner telgopor a las importaciones chinas y costando cada puesto de trabajo un millón de pesos al año a los contribuyentes argentinos que, además, deben pagar el doble un televisor o un celular.

Esa llamada oligarquía terrateniente invirtió y arriesgó para convertir un desierto leñoso en verdaderas fábricas de alimentos. Los más productivos terminaron muchas veces en la pobreza porque crisis como las de 1890, 1914 o 1929 afectaban más a los que más invertían por ser los más endeudados.

Esto y la herencia forzosa llevaron a la división de la tierra y al acceso a la misma de nuevas capas sociales, proceso propio de una sociedad moderna y dinámica.

El país inició en esos años de despegue un proceso de industrialización y hacia 1910 se intentó construir el Chocón, concretado en 1972, para erigir un polo de la industria forestal y papelera.
En 1907 se aprueba la Ley para construir ferrocarriles para el desarrollo del Chaco y la Patagonia.

En sus mensajes al Congreso en 1915 y 1916 el presidente Victorino de la Plaza propone, para la postguerra, un programa adecuado a fin de construir una flota mercante en astilleros argentinos con aceros fabricados en altos hornos argentinos.

En 1916 asume un presidente que dice en una visita a una fábrica: “Me parece un mundo que se derrumba”.

El que esto escribe cree, como Luis Alberto Romero en su “Breve Historia Contemporánea de la Argentina, 1916 a 2012”, que el problema es institucional y el resultado del hegemonismo que impidió desde 1916 el desarrollo de un sistema de partidos capaces de alternarse en el poder.
Por algo la tasa de crecimiento de la economía argentina baja a menos de la mitad en la década del veinte.

Otro acierto de Romero es la insistencia en la destrucción de la administración pública. En esta década de fuertes ingresos fiscales. el gobierno ha demostrado una notable ineptitud para la gestión. Los escasos avances en agua potable, los problemas energéticos y la destrucción del sistema de transporte, son la demostración clara de esa crisis.

¿Será casual que las dos provincias sin reelección -como Santa Fe y Mendoza- y además con inmigración de mayor calidad, tengan un desarrollo más equilibrado que las otras?
Dos reflexiones para concluir.

En los países que mantuvieron las estructuras coloniales, no modernizaron su agricultura y luego desembocaron en reformas agrarias que acentuaron el fracaso, México es un ejemplo de esto.

Otro tema que no se estudia en el país es el de la herencia forzosa y su influencia, ya que al dividir los patrimonios, lo que aparece es la falta de capital líquido para financiar un proceso de industrialización, teniendo en cuenta la historia francesa con su retraso frente a Inglaterra en la revolución industrial y con sistemas hereditarios diferentes.

Las opiniones vertidas en este espacio, no necesariamente coinciden con la línea editorial de Diario Los Andes

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