FUERZAS ARMADAS, MISIONES E IRRELEVANCIA
Por Lucio Falcone
Ya lo dijo el conocido historiador militar, Martin van Creveld. La guerra convencional se ha abolido a sí misma. Algo que un simple zapping por los principales noticieros del mundo puede comprobar. Algo de lo que los funcionarios de defensa y los militares inteligentes ya se han dado cuenta. Saben que dedicar a sus respectivos instrumentos militares a prepararse –exclusivamente- para enfrentar a otro similar. Es condenarse, simplemente, a la irrelevancia.
Sobre el horizonte se alzan otros desafíos otros enemigos. Los que quieren tomar por asalto al Estado moderno, no son otros Estado. Todos lo contrario. Es una variopinta mezcla de ONGs. Algunas hasta con fines altruistas y supuestamente lícitos. Entre los que no falta alguna supranacional. Otras simples mesnadas de desarrapados que quieren cobrar su parte del botín. Narcos, terroristas avezados, criminales con delirios de grandeza.
Los que han querido manejar esta transición. Pasar sin mucho sobresaltos de los ejércitos dinosaúricos a fuerza agiles y flexibles que pudieran hacerse cargo de otra cosa más allá de los desfiles patrios. Hablaron de misión principal y de misiones subsidiarias. Era un principio. Estaban entendiendo. Vinieron, entonces, las misiones de paz y las de apoyo a la comunidad.
Pero, aparecieron los temerosos de un excesivo protagonismo militar. Y les hicieron creer que su única misión posible es la de enfrentarse a otros similares. En una suerte de justa medieval. Para el resto estaban ellos. Los políticos y sus organizaciones ad hoc. Ya no eran necesarias “las Fuerzas” para la simple tarea de la ayuda humanitaria o hasta de las misiones de paz. Además de ellas, las que pasaban a ser un mero elemento escenográfico, estaban los voluntarios de los “Cascos Blancos” y, más recientemente, los de “La Cámpora.”
Así, por ejemplo, hicieron autobombo después del terrible terremoto de Haití. En tristes operaciones de prensa que se propusieron vender el producto de que media docena de “Cascos Blancos” habían resultado más útiles en la emergencia. Que un batallón completo de “Cascos Azules”, un hospital móvil, una sección de helicópteros y que estaban sobre el terreno. Hasta despreciaron el excelente managment ejercicio por los militares que estaban en el comando de la misión. Pero, Haití está lejos, y pese al cuarto de millón de muertos. Nadie se conmovió por aquí.
Claro, estos genios de la figuración, que son la masa de nuestros políticos. No contaban con que la realidad los sometiera a pruebas más duras y en su propio terreno. Se olvidaron o nunca supieron que cuando una desgracia pega. Pega fuerte. Vinieron las inundaciones en la Capital Federal y en La Plata. Creyeron que con militancia se podía suplir la organización, los medios y el adiestramiento adecuado y el espíritu de servicio de las que han hecho siempre gala los hombres y mujeres de nuestras fuerzas armadas.
Nuevamente cayeron en la ineficiencia, cuando no en el ridículo. Creyeron que alcanzaba con repartir pecheras partidarias y dar notas a la TV. Pero, una simple pregunta de un periodista honesto del canal oficial puso de manifiesto la verdad. No se puede tapar el sol con un harnero. Las fuerzas armadas seguían como actores de reparto, sin voz ni voto. Como si la emergencia hubiera ocurrido en otro país.
Probablemente, la actual administración del Estado argentino sea la única en el mundo que crea que puede sostenerse en el ejercicio de sus funciones sin el concurso de sus fuerzas de seguridad y de sus fuerzas armadas. Sus profundos prejuicios ideológicos los inducen a no confiar en ellas, y en consecuencia a emplearlas homeopáticamente. Probablemente, puedan tener algo de razón. Especialmente, si todavía tengan fijada su mirada solo en los años 70. Pero la vida es una película y no una foto. Estas fuerzas han evolucionado. Han aprendido de sus errores.
Pero, lo que es más importante, aún. Es reconocer que son absolutamente necesarias para que cualquier Estado preserve la principal función por la cual fue creado hace 300 años: mantener el monopolio de la violencia. Ser político, funcionario o militar de alta graduación y no reconocer esto. No es solo una falta de cultura política inadmisible. Es simplemente suicida.
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