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martes, 17 de diciembre de 2013

¿Qué hacer con las fuerzas policiales?

 
 
  



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¿Qué hacer? (II)

 
By  -diciembre 17, 2013

policia
En un artículo anterior nos preguntábamos, en forma similar a éste, qué hacer con las fuerzas armadas. Ahora, lo volvemos a hacer respecto de las fuerzas policiales. Como Vladimir Ilich Uliánov, mejor conocido como Lenin, nos planteamos, justamente eso: ¿Qué hacer? Sabiendo de antemano que las grandes decisiones políticas se pueden plantear en términos sencillos, lo que no implica que lo sea la respuesta, mucho menos su materialización.
Para empezar por el principio, es necesario reconocer que la actual situación se enmarca en un cuadro acotado por tres dimensiones. Una física, que es la más visible y la menos importante, una moral, que es la de mayor relevancia, y en el medio de ambas, por una psicológica, la que tiene un valor intermedio.
Empezando por la dimensión moral, que como ya dijimos es la más importante. El tema policial y su correlato la inseguridad se debe enmarcar en un diagnóstico moral. En este sentido, como otros males de nuestra época, este tiene su origen en el Proceso de Reorganización Militar. El que lanzado a sofocar la sedición armada marxista lo hizo en forma muy eficiente a nivel físico, pero olvidando las otras dos dimensiones que todo conflicto tiene. Vale decir la moral y la mental. Cometiendo terribles excesos. Decir esto no es alabar la supuesta bondad de los atacantes (los subversivos). Ni sostener que no se los podía y hasta debía reprimir, incluso usando fuerza mortal. Lo que queremos decir es que se lo hizo mal. Fuera de la ley.

Estos excesos, con el tiempo, trajeron otros simétricos. Que son los que vivimos hoy. Mediante las desmesuradas reparaciones para los que supuestamente lucharon por la libertad. A la par que se les niega al cosa a los soldados, policías y civiles muertos en cumplimiento del deber.
Este exceso reparador ha instalado, de paso, en la sociedad el mensaje de que toda forma de castigo y de represión es mala. Lo que se materializa en el santo y seña de: “no criminalizar la protesta”.  Aunque en rigor de verdad, esto no empezó con esta administración, sino, en la inmediata posterior al Proceso de Reorganización Militar. Vale decir en la del Dr. Raúl Alfonsín, quien se propuso destruir lo que para él era el autoritarismo que había conducido a los excesos de la represión. Pero llevándose puesto, en el camino, a toda forma de autoridad legítima.
A falta de una receta mejor. Alfonsín y sus colaboradores echaron mano de las doctrinas del Marxismo cultural pregonado por Antonio Gramsci, entre otros. Para ellos era necesario cambiar el “sentido común” de la sociedad reemplazándolo por otro. De allí surge, por ejemplo, el sentido profundo de la frustrada reforma educativa que impulsó el gobierno de Alfonsín.
De este esquema conceptual surgieron las ideas fuerzas que demolieron las autoridades de padres, maestros y policías. Ergo, no habrá una buena policía hasta que no se restaure el legítimo principio de autoridad que la sustenta. Y que como tal solo puede hacerse desde arriba y por vía del ejemplo personal.
Porque, como se inmortalizara, hace poco, en un twitt anónimo: “como no van querer los fieritas llevarse un plasma si ven que los funcionarios se llevan valijas eternas con euros.”
Por su parte, la dimensión física está referida a la reforma policial en sí. Vale decir a su estructura organización, adiestramiento, etc. Llegado a este punto nos encontramos con dos alternativas. Una, a la que podríamos denominar como la “civilización de la policía”. Y la otra, como la “militarización” de la misma.
La primera de las posturas es propugnada, mayoritariamente por aquellos que en su momento estuvieron de acuerdo con las reformas impulsadas por Ricardo Alfonsín y lo están hoy con las de esta administración. Son los que quieren que los policías sean un mero trabajador de uniforme. Ya lo hicieron con los maestros, quienes dejaron de ser precisamente eso, maestros, para pasar a ser “trabajadores de la educación”. Como si esto fuera lo mismo. De la mano de esta propuesta viene la necesaria sindicalización de las fuerzas policiales.
La segunda de las posturas, que es la nuestra, ve en el policía a un servidor público armado. Luego, le reconoce un ethos especial, el ethos policial. Entiende a su función como fundamental y distinta de otras. El policía está armado entre la masa de ciudadanos desarmados. Sostiene que la historia y la experiencia indican que el “buen policía” es aquel que sabe que ha elegido una profesión de sacrificio y que está para proteger y servir a la comunidad en al cual vive.
Esto solo se logra a través de una disciplina vertical, que es la que caracteriza a las organizaciones armadas. La que debe ser inculcada por un sistema educativo adecuado basado en valores. Y por un sistema de premios y castigos sustentado en el honor y en la excelencia. No excluye al obvio control civil sobre la policía. El que debe existir, pero sobre la base del respeto de las peculiaridades de la profesión policial. No en uno que busque domar y ningunear al policía. Con esto no se ha logrado nada en 10 años.
Tampoco, con las dadivas materiales que una supuesta sindicalización pudiera conseguir, se logrará la lealtad de las fuerzas policiales. Lo que no excluye que ellos no reciban una remuneración acorde con la importancia y la peligrosidad de su labor profesional. El simple enganche con la justicia solucionaría este problema sin muchas más vueltas.
Por otra parte, la segunda de las opciones, la militarización de las policías, presenta una muy importante ventaja. Cual es adaptarse al enemigo que estas fuerzas enfrentarán dentro de poco, vale decir el narcotráfico. Nadie en su sano juicio puede pretender que un policía municipal o un trabajador de la seguridad, pobremente adiestrado y equipado, hoy, se enfrente a un sicario del narcotráfico con razonables probabilidades de éxito.
Sin descartar una necesaria descentralización. El gobierno federal deberá establecer los parámetros de selección y de adiestramiento para las fuerzas policiales provinciales.
Por su parte la dimensión psicológica es doble. Por cuanto, una de sus componentes debe partir de la sociedad y el otro del estamento policial. Por un lado, la ciudadanía debe sentirse segura y protegida frente a su policía. Y por el otro, el policía de debe sentir respetado por esa misma comunidad. Solo cuando estos caminos se junten, la sociedad podrá comenzar a vivir segura. En armonía. Ya que será ella misma quien entregue a las autoridades a los verdaderos delincuentes.
Para lograr este clima de respeto mutuo, en principio, los que en su juventud asesinaron policías no pueden, hoy, asesorar al respecto. Ya sea porque no han dado muestras de ningún arrepentimiento o porque sean funcionales al narco u a otros poderes que nos quiere indefensos como palomitas.
A modo de conclusión. Apelamos a un símil bien sencillo. Toda sociedad, aun las conformadas por ciertos insectos como las abejas y las hormigas, reconocen la necesaria subdivisión del trabajo. Tal como lo atestiguan los estudios de Edward Wilson en su libro: “La Conquista Social de la Tierra.” Por ejemplo, saben que nada ganaría la reina enfrentando a sus obreras, con sus zánganos y con sus soldados. Todos juntos trabajan para el bien común y se encargan rápidamente de sus enemigos. Aprendamos esta simple lección antes que sea tarde.

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