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martes, 29 de abril de 2014

Servico militar: ¿Obligatorio o Voluntario?






SERVICIO MILITAR
¿OBLIGATORIO O VOLUNTARIO?

Por Lucio Falcone


Para empezar: Digamos para empezar que la forma en que las distintas culturas a lo largo de la historia se han preparado, para el más completo de los deportes, que es la guerra. Ha producido profundas transformaciones en sus sociedades. Hoy no resulta “políticamente correcto” decir esto. Pero, se puede afirmar con absoluto rigor histórico, sólo por citar un ejemplo, que la democracia que practicaban las ciudades-estado griegas le debe más a la organización de sus falanges que a los discursos pronunciados en sus respectivas ágoras. No en vano el origen etimológico más primigenio de la voz exercitus, es asamblea. De hecho, no había distinción alguna entre su significado y la palabra pueblo. Para ser un ciudadano, hecho y derecho. Primero, había que ser soldado. Y con esto no quiero poner el acento en las luchas libradas por este particular cuerpo. Si no, llamar la atención del lector en lo siguiente- Si las polis fueron democráticas fue por el simple y vital hecho de que para ser considerado un ciudadano respetable. Uno tenía que estar dispuesto a poner en juego algo más que el pico. Nada más, ni nada menos. Que el propio cuero en alguna de las líneas de combate de esta máquina de matar y de morir, cara a cara, que era la falange de esos tiempos.[1]

Mutatis mutandis, las cosas evolucionaron mucho hasta nuestros días. Para hacer corta una historia larga. Sinteticemos, diciendo que a la hora de elegir como defenderse. Las diferentes sociedades humanas lo probaron todo. Desde el hacerlo por sí mismas bajo distintas formas, hasta la contratación de mercenarios que lo hicieran por ellas. De toda esta gama de posibilidades. Nos interesa particularmente una. La de los ejércitos profesionales. Que es la que más se acerca al tema que queremos plantear. De hecho, fue sólo fue a fines de la Edad Media y principios del Renacimiento en que éstos fueron posibles. Antes, lo que iba a la guerra era el señor feudal; convenientemente acompañado por su sequito de seguidores, concubinas y sirvientes. Con el tiempo, los más poderosos entre ellos comenzaron a reclutar a cuerpos estables que lucharan en su nombre. A cambio de dos cosas. Primero, de una soldada, vale decir el pago de un estipendio. Y, luego, de algo que pasó a ser más importante: cierto reconocimiento y la posibilidad de ascenso social. El absolutismo de los reyes del siglo XVII y XVIII le puso fin a este sistema descentralizado para algo tan delicado como la administración de la violencia. La que reclamaron, como era lógico, para su uso exclusivo. Por supuesto, siempre en salvaguardia de los sacrosantos intereses del Estado. Pero, no solo mantuvieron a estos pugnatore o bellatore,[2] como así se los comenzaba a llamar a estos primeros soldados profesionales. Si no que los organizaron mejor. Con el tiempo fueron surgiendo las academias militares, las jerarquías y el código de honor que regulaba su conducta. Todo casi como los conocemos hoy. Pero habría que esperar la llegada del siglo XIX y esa famosa Revolución llamada francesa, con la leva en masa. Para que el sistema se popularizara y llegara a su máxima expresión. Con posterioridad, casi todos los pueblos y culturas de la tierra fueron adquiriendo esta forma de combatir. Consistente en ejércitos de conscriptos conducidos por oficiales y suboficiales formados en academias especiales. Es más, para que una guerra fuera considerada “civilizada”. Era necesario que sus contendientes adhirieran formal y materialmente a este principio organizativo. Tradiciones guerreras milenarias, como la japonesa y la turca, sólo para nombrar a dos de las más conocidas. Debieron adaptarse a esta formalidad. Para no ser consideradas bárbaras por sus contrapartes europeas.

Eventualmente, después de las dos guerras mundiales, esta forma de reclutar y combatir cayó en desuso. Especialmente, en los países más desarrollados de Occidente. Cansados de ver partir a sus hijos a guerra lejanas. Estas sociedades opulentas optaron por el denominado “soldado profesional”. Algo que sus marinas, por la propia naturaleza de su tarea, ya practicaban desde hacía algún tiempo. Ya no se reclutarían a clases enteras de conscriptos. Si no a aquellos deseosos de hacerlo. Mayormente, desempleados. Y a quienes no les daba el caletre o el presupuesto para costearse alguna forma de estudio formal. También, se unieron a estos ejércitos de necesidad, los descastados: residentes extranjeros indocumentados y los amantes de la aventura barata, que es toda fuerza armada.

Hasta hoy, el sistema parece funcionar relativamente bien. Es más son más que visibles las ventajas técnico-militares. La complejidad creciente de los sistemas de armas que hoy debe operar un soldado raso. No es compatible con un adiestramiento que pueda reducirse a unas pocas semanas. Como es la norma en los sistemas de reclutamiento obligatorio. Sin embargo, comienzan a verse algunas consecuencias no deseadas. De un sistema que tiende a cerrarse sobre sí mismo. Creando cuerpos aislados de la sociedad que están llamados a defender. Interrogantes que nadie quiere formularse. Por ejemplo: ¿No hay peligro de conformar una suerte de guardia pretoriana al servicio del gobierno de turno? ¿A dónde se va la base democrática de las sociedades que adoptan este sistema? En forma paralela, se comienzan a añorar algunas de las virtudes del viejo sistema. Se habla, de contención juvenil, de disciplina, de integración social.

El capítulo argentino: Fiel a las modas que venían de Europa, nuestro país adoptó el sistema del servicio militar obligatorio. Lo hizo en el marco de una importante reforma militar que pretendió; y logró, colocar nuestras fuerzas militares a la altura de las más avanzadas del mundo. Precisamente, en 1901 el Ministro de Guerra, el Coronel Pablo Riccheri, quien había sido el impulsor de esas reformas- Lo introdujo mediante el denominado “Estatuto Militar Orgánico”, durante la 2da presidencia de Julio A. Roca. Inicialmente, tenía una duración de 18 a 24 meses. Y los convocados una edad de 21 años. Posteriormente, los tiempos de servicio se fueron reduciendo a un año o un poco más. Al igual, que la edad de los reclutas que bajó a los 18. En la década del 90, tras un lamentable caso de abuso de autoridad, que derivó en la muerte del Soldado Carrasco. El Presidente Carlos Menen decidió la suspensión de la antigua ley; y puso en funcionamiento, en su lugar, la modalidad del servicio militar voluntario. Hay que reconocer que si bien el servicio militar obligatorio tuvo su justificación histórica. Cuando eran necesarias medidas que consolidaran la unidad nacional, y le dieran cierta cohesión social a nuestra sociedad, ante el importante flujo inmigratorio que llegaba a nuestras tierras. Pero para ser honestos, debemos reconocer que la conscripción obligatoria estaba moribunda antes de la muerte del conscripto de referencia. Pocas eran las unidades donde los soldados clase fueran algo más que una masa de obra semi-instruida. No porque esto no se lo pudiera lograr. Como lo prueban los excelentes resultados obtenidos durante el Conflicto del Atlántico Sur en unidades como el Regimiento de Infantería 25 del Ejército, y el Batallón de Infantería de Marina 5 de la Armada. Donde demostraron una elevada eficiencia de combate. Con actos de heroísmo protagonizados por soldados incluidos. Sólo que para lograrlo con reclutas se requería un esfuerzo educativo mayor, y una calidad de liderazgo superior.

Con la llegada del servicio militar profesional, las fuerzas armadas debieron adaptarse. Crecer y madurar. Se mejoraron desde los alojamientos hasta los planes de instrucción. La pregunta que muchos se hicieron en ese momento. Fue por qué esto no se había hecho antes. No viene al caso, ahora, contestarla. Todo parecía ir mejor con el soldado voluntario. Sin embargo, hoy ya se ven claros signos de estancamiento en este progreso. Por ejemplo, no se ha allanado lo suficiente el pasaje de los voluntarios destacados al cuadro de suboficiales, o incluso al de ofícielas. Se siguen manteniendo los institutos de formación tradicional para esas jerarquías. Organizaciones que son propias del sistema anterior establecido por Riccheri. Los ejércitos profesionales obtienen a sus cuadros de entre sus tropas. Hoy, aquí en la Argentina, habría que hacer algo similar. Además, no se justifica tener –por ejemplo- escuelas de suboficiales que otorguen títulos secundarios. Cuando lo mismo puede hacerse, a menor costo y eficiencia en el medio civil. Por otro lado, hoy son los regimientos, donde el personal militar realmente adquiere su ethos particular. Una prueba de ello es la calidad superior de la instrucción militar. Parecería ser que en las diversas academias militares se contentan con formar una suerte de “soldaditos de plomo”. Que desfilan muy bien y lucen muy prolijos, pero que carecen de las destrezas militares necesarias. Por el contrario, es en las unidades de combate, donde se logra la transformación. Al efecto, por ejemplo, se podrían designar “regimientos escuelas” en distintas regiones del país. En ellos, se podrían incorporar aquellos con deseos unirse a las fuerzas como suboficiales. Luego de aprobar los ciclos de formación. Estarían militarmente perfectamente instruidos para sus funciones. Con la ventaja de tener un conocimiento íntimo de la institución a la desean pertenecer. En contrapartida, sería el mismo conocimiento que tendrían sus superiores sobre las cualidades del aspirante. Para los candidatos a oficial se los podría mantener el sistema actual de academias. Pero con un importante agregado. Sólo cursarían en ellas las materias militares teóricas. No descartándose el hecho de que cursen otras en universidades civiles. Para la instrucción militar concurrirían todos los años que dure su formación. A estos mismos regimientos escuela. Con ello no sólo mejoraría notablemente la calidad de la educación, tanto la académica como la militar. Si no que haciéndolo de este modo se contribuiría a limar absurdas asperezas de clases y resentimientos. Todo sin mencionar, el nada despreciable hecho. Que este sistema sería mucho más económico que el actual.

Otro problema a resolver es el del límite de edad. A los 28 años el soldado voluntario se debe ir a su casa. Cuando está en la plenitud de sus capacidades. Parece lógico alargar este periodo al menos hasta los 35 años. Por ejemplo, los EEUU tienen los 42 como límite.

Otra vuelta de tuerca: Pero más allá de las críticas efectuadas. Nadie puede negar que la introducción del servicio militar profesional representó un adelanto –en todo los sentidos- para las fuerzas armadas. Obviamente, para que siga siéndolo habría que introducir las mejoras que señalábamos más arriba. Paradójicamente, los problemas actuales no vendrían por ese lado. Si no por la demandas de la sociedad de la que ese sistema se nutre. Hoy no son pocos, los que añoran las ventajas del viejo sistema del servicio militar obligatorio. Claro, ya no se habla de incluir a la oleada de inmigrantes que bajan de los barcos en el Puerto de Buenos Aires. Si no de contener a la juventud para que no caiga en los flagelos de la droga y la delincuencia. ¿Serviría el servicio militar obligatorio para esto? Hace poco, un conocido general apostrofó: “El Ejército no es un reformatorio” Y tiene razón. Ahora bien, ¿cuánto tiempo puede una organización sobrevivir sin escuchar una demanda social concreta?

Por otro lado, habría que definir de qué estamos hablando. De volver totalmente al antiguo sistema. Dejando de lado, en el camino, lo que se ha mejorado con el actual sistema. Creemos que no sería lógico, ni económico. Por ejemplo, las viejas cuadras que antes albergaban a un centenar de reclutas. Hoy son coquetos alojamientos con separadores individuales que han disminuido su capacidad a menos de la mitad. Ni que hablar de los cambios culturales y educativos que habría que realizar. Sería a todas luces un retroceso. Tampoco, podemos caer en un fundamentalismo militar ajeno a las necesidades del país. En este último sentido, creemos que una posible solución transita por un camino intermedio. Con unidades especializadas que no tienen más alternativa que nutrirse de soldados profesionales. Tales como, las de paracaidistas, las de blindados, o las de cazadores, etc. Y otras, donde la necesidad de una preparación especial no sea tan importante. También, está el tema del denominado “servicio cívico voluntario”. Creemos que eso es otra cosa. Una escuela de artes y oficios que tiene lugar en determinados cuarteles de las fuerzas armadas. Ello no tiene nada de malo, pero creemos que su existencia no hace al fondo de esta discusión.


Para terminar: Finalmente, un sistema mixto vendría a completar al actual sistema en un punto importante. Cuál es la formación de reservas. Ya que hoy tal sistema no existe. Por otra parte, se podrían recuperar los efectos benéficos colaterales. Al menos parcialmente, del sistema de servicio obligatorio. Como, por ejemplo, practicar una revisación médica, con vacunación incluida, a una parte importante de la población. Si la conscripción obligatoria puede ser la contención para una juventud descarriada. No lo sabemos con certeza. Sí, en cambio, intuimos muy bien. Así nos lo cuenta la historia militar. Que la mayoría de los ejércitos del mundo, aún los mejores. Los que han sido famosos. No están siempre compuestos por la mejor materia prima humana. En sus filas, ha sido siempre más fácil encontrar vagos, atorrantes y mal entretenidos. Que señores de alcurnia. Sin embargo, por un raro mecanismo. Muchos de ellos han logrado integrarse a lo que Pedro Calderón de la Barca catalogara como “una religión de hombres honrados.” Creemos que en hacer que esta transformación sea factible, está la clave de todo.

Notas:

[1] En la polis griega se distinguían tres categorías básicas de habitantes. Primero, estaban aquellos que disfrutaban de plenos derechos, tanto legales como políticos. Eran todos los hombres libres, con derecho a voto y obligación de formar parte de la milicia de la ciudad. Luego seguían los ciudadanos sin derechos políticos, pero que sí disfrutaban de ciertas libertades civiles; exceptuando el derecho de propiedad. Estaba conformado por las mujeres de los primeros y los hijos menores no aptos para formar en la falange. A continuación, estaban los denominados metecos que eran los nacidos libres, pero que eran oriundos de otra ciudad. No tenían derechos políticos, ni la obligación de armarse en defensa de la ciudad. Por último, estaban los esclavos que carecían de derechos políticos y civiles. Como tales, eran considerados una propiedad de su dueño.

[2] “Todo trono real que rija sabiamente se apoya en tres elementos: uno son los oratores; otro, los laboratores; el tercero, los bellatores. Los oratores son hombres de oración, que día y noche deben rezar a Dios y rogarle por todo el pueblo. los laboratores son hombres de trabajo, que proporcionan todo lo necesario para que el pueblo pueda vivir. Los bellatores son hombres de guerra, que luchan con las armas para defender la tierra. Sobre estos tres pilares debe regirse con justicia cualquier trono real" Wulfstan, arzobispo de York, Institutes of Polity.

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