LA GEOPOLÍTICA DEL CAMBIO CLIMÁTICO Y DE LOS DESASTRES NATURALES.
Por Carlos Pissolito.
En varios artículos hemos cuestionado el rango de ciencia de la Geopolítica, especialmente en su formato antiguo y original. Principalmente, por su carácter determinista que le otorga al factor geográfico una influencia –a nuestro criterio- exagerada; ya que niega un presupuesto básico de los conflictos como es la libertad humana.
Sin embargo, creemos que hoy la nueva Geopolítica tendría algo que decir. Y algo que debería ser escuchado. Específicamente, sobre las consecuencias, no ya tácticas, sino estratégicas, de un fenómeno que ha llegado para quedarse: el cambio climático. Y otro, que si bien estuvo siempre presente, el de los desastres naturales. Se verá intensificado por el crecimiento del primero de los nombrados.
Apelamos a la Geopolítica, precisamente por lo que le criticábamos: el uso que hace del factor geográfico no como condicionante de las decisiones humanas sino como un determinante ineludible. Pero, creemos que es justamente en los casos que señalábamos más arriba, en los que la Geografía tendrá siempre –al menos- la primera palabra.
Concretamente hoy nadie niega que el cambio climático sea una realidad. Probablemente, haya quienes debatan si se trata de un fenómeno de origen humano. Y argumente que se trata, más bien, de una gigantesca rotación cíclica del clima de nuestro planeta. Pero, sea como sea, nos encontramos ante un fenómeno que tiene todas las características de ser irreversible y ante uno que ya está mostrando sus consecuencias. Y como sostiene mi amigo Roberto Villamil: igualmente, si acaso fuera su origen antrópico confirmado, de poco valor práctico sería. Pues, es por demás improbable que gobiernos y potestades se sometan a una reducción voluntaria de sus respectivas emisiones de CO2. Como ciertos organismos multilaterales, tales como la ONU, pretenden y esperan que sus asociados algún día tomen conciencia y actúen.
Son muchos los ejemplos que se pueden citar. Desde el derretimiento del Océano Ártico a la mayor frecuencia en la ocurrencia de fenómenos meteorológicos extremos como huracanes o tifones. Descontamos que el lector informado los conoce. Por lo que no abundaremos en detalles. Sobre lo que sí queremos llamar su atención es sobre sus consecuencias, no ya inmediatas o tácticas; sino de mediano y largo plazo, vale decir estratégicas.
Estudios serios, porque los hay de todo tipo. Sostienen, por ejemplo, como sus consecuencias más probables a las siguientes:
Las dificultades para acceder a las fuentes de agua potable: Se sabe que el acceso al agua potable, así como la necesaria para el riego es una de las necesidades básicas para la vida humana. Cambios en el régimen de precipitaciones, variaciones en los caudales de los cursos de agua o el derretimiento de glaciares tendrían, con certeza, consecuencias graves para todas las actividades humanas que necesitan del agua. Las que -en rigor- son casi todas.
Los problemas en la producción y la distribución de alimentos: Pero no sólo faltaría el agua para beber. También, la necesaria para la agricultura, ya que habría que considerar la ocurrencia de sequías prolongadas. Lo que traería aparejado una drástica reducción de las áreas cultivables. En consecuencia, sufriríamos una caída de los volúmenes en la producción de alimentos. Lo que, finalmente, al convertirse en una situación crónica, impulsaría grandes desplazamientos de los productores agropecuarios hacia las zonas menos castigadas.
Los problemas de salud: Es la propia OMS (Organización Mundial de la Salud) la que estima que las consecuencias serían, en su mayoría, negativas para la salud de las poblaciones. Por ejemplo, puntualiza que tendrán impacto en la expansión de las enfermedades portadas por insectos, tales como el dengue y la malaria. Sin mencionar que el impacto negativo que tendrá la escasez de agua en tareas sencillas pero importantes como el saneamiento y la medicina preventiva.
Las pérdidas de tierras habitables y desplazamiento de poblaciones: Una eventual elevación del nivel del mar tendría efectos catastróficos. En un principio, el fenómeno solo sería percibido por la inundación de las zonas cultivables ribereñas y la paulatina elevación de las napas freáticas. Cosa que ya está ocurriendo. Luego, por la necesidad de reubicar a las poblaciones asentadas en esos lugares. Finalmente, se llegaría al caso en que grandes centros urbanos, como el de la ciudad de Buenos Aires, se verían afectados. Paralelamente, esos mismos efectos se verificarían a todo lo largo de nuestra cuenca del río Paraná, del Delta y de sus vitales instalaciones portuarias.
Hasta aquí lo concerniente con el denominado cambio climático. Pero, ¿qué pasaría ante la ocurrencia de otros fenómenos naturales catastróficos? los que pueden o no estar asociados a este cambio. Pero, que si no son mitigados a tiempo sufrirían las consecuencias negativas y hechas crónicas por ese mismo cambio climático. Como, por ejemplo, sería el caso de un terremoto que ocurriera en una región donde ya falta el agua.
Al respecto, leemos en el diario La Nación lo siguiente: “Las provincias argentinas con alto riesgo sísmico presentan serias deficiencias en infraestructura de servicios básicos para enfrentar un terremoto de gran magnitud, como se vienen sucediendo en Chile, más allá de las medidas de autoprotección que debería tomar la población, desde ya indispensables”. “La doctora en Ingeniería, Graciela Noemí Maldonado, directora del Centro Regional de Desarrollos Tecnológicos para la Construcción, Sismología y la Ingeniería Sísmica (Ceredetec), de la Universidad Tecnológica Nacional (UTN), afirmó a LA NACION que las provincias afectadas afrontarían serios inconvenientes de producirse un terremoto de gran magnitud y superficial. "
"La infraestructura básica es un tema complejo ante un sismo. Hace falta mayor inversión y financiamiento para lo que ha quedado obsoleto, pero a la vez preocupa el desarrollo urbano que ha generado un aumento de vulnerabilidad. Lo importante es que mientras mejor formada esté la población el riesgo será menor. También tenemos que ser críticos, pero valorar todo el aporte que se ha hecho", expresó Maldonado.”
Nosotros concluimos que la conjunción de los factores enunciados: las consecuencias del cambio climático + la ocurrencia de un desastre natural + las deficiencias en la preparación para enfrentar dichas emergencias es una clara receta para el desastre. Uno que no quedará acotado a los primeros días de la emergencia y, a las que estamos acostumbrados a ver. Sino a uno que se agravará por las condiciones planteadas por el cambio climático a lo algo del tiempo y por la falta de respuesta de mitigación por parte de las autoridades competentes.
Un simple escenario a analizar podría ser, por ejemplo, el de un sismo en una provincia cuyana. Como ya lo sabemos, porque ha ocurrido en el pasado, tendríamos un shock inicial caracterizado por una gran cantidad de edificios y viviendas colapsadas, con su larga lista de muertos, heridos y desaparecidos a los que atender. A la par de tener que soportar un corte más o menos prolongado en los servicios básicos (agua, gas, electricidad). Lo que no sabemos, pero que sí deberíamos prever, es que si nos demoráramos excesivamente en la mitigación –tal como los expertos nos están diciendo que ocurrirá-, no cabe duda que nuestros dificultades se multiplicarían. Ya que, eventualmente y en al medida que el tiempo corre, nos deberíamos enfrentar a otros derivados del problema original causado por el sismo. Tendríamos, por ejemplo, que lidiar con graves problemas de salud. Tal como fue el caso de una epidemia de cólera tras el sismo catastrófico en Haití.
Otro escenario, no tan simple, pero igualmente posible. Sería el caso de que esta catástrofe o una serie de ellas que se produjeran en un país vecino como Chile. Tal como la propia naturaleza lo viene anunciando. Sismos, tsunamis, incendios forestales, etc. Creo que aquí nos encontraríamos con otra de las consecuencias ya planteadas. Cuál sería la del desplazamiento de poblaciones trasandinas hacia ciudades vecinas de la Argentina. Especialmente, a las de San Juan, Mendoza y el Neuquén. Ya que Chile no cuenta en su exiguo territorio con la profundidad territorial para alojar en condiciones sustentable a la gran cantidad de desplazados que eventualmente se producirían. Estos desplazados al pasar a un país extranjero, pasarían a ser técnicamente refugiados. En este sentido, no son pocos los ejemplos a nivel mundial en el que una gran masa de refugiados, no solo produce una gran crisis humanitaria, también un sinnúmero de conflictos asociados a ella.
No es nuestra intención plantear escenarios apocalípticos más propensos para un buen guión de una película de Hollywood. Queremos llamar la atención sobre qué hacer cuando ello se produzca, si es que alguna vez se produce. Ya que el pensamiento debe anticiparse a la acción. Pues como dice el poeta: “la flecha que se ve venir duele menos.”
Sabemos que en el pasado y, en menor medida en el presente, han sido las fuerzas armadas las que tradicionalmente se han ocupado de la mitigación de estos problemas. Muchas veces porque estaban disponibles y eran una solución barata y al alcance de la mano.
Tal como sostuviéramos en nuestro artículo: “Las consecuencias del cambio Climático para la Defensa Nacional”, aparecido en la revista especializada Ares:
“Las amenazas prioritarias para la Defensa Nacional han sido fijadas en la Ley y en las normas que reglamentan su ejercicio en los enemigos externos de origen estatal. También, en este marco legal se admite la existencia de misiones subsidiarias. Como lo constituyen el apoyo a la comunidad ante desastres naturales, el apoyo a las actividades antárticas y la participación en operaciones de paz. Sin embargo, cabe interrogarse cuál de estas tareas tiene mayor probabilidad de ocurrencia. Si tomamos en cuenta las medidas de confianza mutua y transparencia en el ámbito de la Defensa de la que goza la región. Vemos que la misión principal, siendo la más peligrosa; es, también, la menos probable. Y por otro lado, si la contrastamos con el inusitado incremento de los desastres naturales a los que hacemos referencia. Surge el interrogante, sobre cual gama de problemas es más conveniente estar preparado.
Por otro lado, es innegable la muy probable afectación al potencial nacional y aún al militar, que plantearía la ocurrencia en el territorio nacional de un fenómeno catastrófico derivado de alguna de las consecuencias del cambio climático. Esta afectación, creemos que se presentaría en dos planos. Una directa, derivada por la ubicación geográfica de nuestras guarniciones que sufrirían consecuencias similares a las poblaciones en las que están ubicadas. Y otras indirectas, que, se deducen del muy probable requerimiento, por parte de las autoridades civiles, de medios militares para mitigar los efectos de la emergencia o de la catástrofe.”
Por otro lado, sabemos que sus medios de combate. Aun los de uso dual (de uso tanto militar como civil) y que podrían ser de utilidad en esta emergencia están seriamente degradados. Creemos que ha llegado la hora de recuperarlos. Mañana podría ser demasiado tarde. Nos referimos, especialmente, a los siguientes:
• Sus medios de transporte aéreo, marítimo, fluvial y terrestre. Pues, resultarán esenciales para evacuar heridos, transportar suministros, etc.
• Hospitales móviles que pueden ser rápidamente transportados y desplegados.
• Sus capacidades para alojar y alimentar grandes contingentes humanos. Estamos hablando de carpas, cocinas de campaña y planta de potabilización de agua.
• Sus medios de comando, control y comunicaciones. Esenciales para administrar cualquier situación de emergencia.
Pero, no solo necesitamos sus útiles medios materiales. Los necesitamos –principalmente- a ellos, a los militares. Los que con su particular ethos han comprendido siempre que vale quien sirve y que servir es un honor.
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