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jueves, 8 de octubre de 2015

Las Armas no son las que Matan.














Carlos Pissolito

Hoy asistimos, nuevamente, a la polémica respecto si la tenencia de armas favorece o no a la violencia.  Esto sucede, cada tanto, especialmente cuando un alineado ciudadano estadounidense decide expresar su disconformidad con el  sistema. A los tiros.

Por lo general, los progresistas y los sostenedores de lo "políticamente correcto" atribuyen estos arrebatos a la libre disposición de las armas en el país del Norte.  Nosotros, los realistas preferimos recordar aquello de que las armas no matan. No tienen voluntad. Lo hacen sus portadores que sí la tienen.

Por si faltara algún argumento. Va este. Las armas de fuego simplemente facilitan el trámite. Cuando de agredir o de matar a alguien se trata. La humanidad tiene una larga y rica historia al respecto. Valga recordar, simplemente por mencionar uno memorable, al genocidio de Ruanda. En el cual la friolera de unas 800.000 personas fueron asesinadas, prácticamente sin el auxilio de armas de fuego. Mediante el uso de machetes y otras armas blancas. Toda una artesanía.



Como tales, las armas, han sido siempre consideradas una herramienta. Aunque probablemente sean algo más que eso. Son un instrumento para ejercer la violencia, pero que muchas veces han sido objeto de embellecimiento y de cariño por parte de sus poseedores. Pensemos, por ejemplo, en el Cid Campeador con su famosa, “Tizona”.  Quien así la bautizó tras arrebatársela al rey Búcar de Marruecos en la batalla por Valencia.

Y entre nosotros, tenemos al querido sable corvo de nuestro General José de San Martín. Un arma que él adquiere en Londres para su uso personal, luego de dejar España y antes de embarcarse para América. Una que también serviría de modelo para equipar a sus granaderos a caballo. Ya que su hoja ancha, pesada y con filo la hacía ideal para el sableo durante las cargas.

Estos hechos palpablemente muestran que las armas no solo herramientas. Son también, símbolos, de prestigio y de poder.

Aunque, más concretamente no se puede negar que su finalidad principal es la ser un instrumento para el uso de la fuerza. Como tales, las armas son una herramienta pensada para la agresión. Útiles, tanto para la caza como para la defensa propia, ya que pueden ser tanto empleadas contra animales como contra seres humanos. Potencialmente, contra estos últimos, también, pueden ser exhibidas en forma intimidatoria y disuasiva, sin la necesidad de llegar a su uso efectivo.

Las hay muy sencillas, como sería el caso de un palo afilado hasta muy complejas como un misil inteligente. En un sentido amplio, prácticamente cualquier cosa es susceptible de convertirse en un arma. Cuando es empleada con la finalidad de causar daño. Un caso típico son los propios puños o un avión comercial usado como un misil, tal cual fue el caso de los atentados terroristas del 11S. Aún en un sentido más amplio, hasta las cosas intangibles, pueden ser usadas como armas. Como sería el caso de un ataque cibernético que pusiera fuera de servicio, por ejemplo, a un sistema de control de vuelo, produciendo múltiples accidentes aéreos.

Por todo lo expresado, la distinción necesaria sobre su inherente bondad o maldad no está en el arma per se. Sino en quien las porta y con qué finalidad usa el poderío que éstas le proporcionan. Ya que la fuerza que ellas proporcionan puede ser empleada, tanto en forma legítima como ilegitima. No es lo mismo un arma desenfundada por un funcionario policial para el cumplimiento de su misión, o por un particular para ejercer el derecho a su legítima defensa. Que una empuñada por un delincuente para cometer un delito.

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