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lunes, 3 de julio de 2017

EL RUIDO DE LA CALLE

http://www.elmundo.es/opinion/2017/07/03/59594ca6ca4741f07c8b45ce.html








RAÚL DEL POZO

Dice Sartre que en la Ilustración, las libertades que reclamaba la literatura no se distinguían de las libertades políticas. De pronto, en este siglo, la ficción se ha apoderado de la política y ha sido aceptada como verdad, opinión alternativa o realidad paralela. Las emociones instantáneas provocadas por el rebrote del nacionalismo, el desprecio a la hazaña de la Transición a golpe de tuit y demagogia, el intento de demolición de la democracia representativa, configuran un futuro en el que cualquier energúmeno puede llegar a ser presidente. En algunos países están borrando mensajes en las redes que incumplen las normas sobre el discursos del odio, pero los gobernantes no hacen nada por apoyar a la prensa libre, a la que detestan. Un festival de ficción en forma de discurso ha llegado a España donde se entiende la política como un relato, el Congreso como un escenario, los discurso como un género de ficción y a los líderes como estrellas de un concierto ruidoso.


Los que temen que bandas de ladrones se apoderen del Estado tienen otro motivo para el pavor: empieza a ser aceptado con naturalidad que se construyan mitos y fábulas para idear nuevas naciones. Se leen menos periódicos que nunca, pero aún se descubre gracias a la prensa libre cómo se manipulan las cifras del déficit, los datos del paro, el futuro de las pensiones; cómo se falsean los currículums, se mienten sobre la corrupción; también se engaña sobre la pobreza, el copago o los desmanes del Gobierno, y en todo el fragor político casi da igual mentir que decir al verdad. El apogeo de la ficción y la calumnia se da en Cataluña, donde aquellos nacionalistas que adoctrinaban y robaban se han transformado en independentistas que emplean la fabulación y los mitos para enardecer y engañar a le gente. No se recuerda desde la Marcha sobre Roma que 500 alcaldes anuncien que pisotearán las leyes para llevar a ninguna parte a los ciudadanos transformados en secta.

Estamos tan cerca del precipicio populista que ya se ha legalizado el vocablo posverdad, sin guión en medio, para usarse como sustantivo, a pesar que en inglés funciona como adjetivo. Darío Villanueva ha anunciado que la palabra se incorporará el próximo diciembre en el diccionario de la Real Academia. El neologismo se une al rodal donde se asobinan vocablos como bulo, mentira, falsedad, manipulación; toda la basura de creencias, el desprecio a la verdad y a la información libre y objetiva.

Es peligroso tener razón cuando los Gobiernos o los partidos mienten, cuando ser periodista es ya una profesión peligrosa ante el poder. La prensa está amenazada. Trump ha arremetido ferozmente contra los comunicadores críticos. La tensión entre los diarios y el presidente crece semana a semana. Llama enfermos mentales y payasos a los periodistas en la era de la nebulosa electrónica donde se mezclan los datos y las calumnias. Y la posverdad, como en los años 30 del siglo pasado, es la estrella del cabaret político.

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