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sábado, 10 de febrero de 2018

Vendrán guerras urbanizadas e infinitas



https://www.clarin.com/revista-enie/ideas/saskia-sassen-vendran-guerras-urbanizadas-infinitas_0_BJ-sIKi8f.html








Saskia Sassen. 
Saskia Sassen. Vendrán guerras urbanizadas e infinitas
Somalía, octubre de 2017. Al menos 20 muertos produjo
este camión bomba en Mogadiscio.

El paradigma tradicional de seguridad en nuestras democracias de corte occidental no logra acomodarse a un rasgo clave de las guerras actuales: cuando las grandes potencias van a la guerra, los enemigos que ahora confrontan son combatientes irregulares. No tropas organizadas en ejércitos, sino combatientes “por la libertad”, guerrillas, grupos terroristas. Algunos hacen causa común y se agrupan tan fácilmente como luego se dispersan. Otros se involucran en guerras que parecen no tener fin.



Lo que suelen tener en común estos combatientes irregulares es que urbanizan la guerra. Las ciudades son el espacio en donde tienen una buena oportunidad de combate, en donde pueden dejar una marca que los medios de comunicación globales podrán recoger. Esto es en desmedro de las ciudades, pero también del típico aparato militar de las grandes potencias de hoy. La principal diferencia entre los conflictos de hoy y las dos guerras mundiales de la primera mitad del siglo XX es la fuerte asimetría entre el espacio de guerra de los ejércitos tradicionales y los combatientes irregulares.

Los combatientes irregulares alcanzan su máxima efectividad en la ciudad. No pueden derribar aviones fácilmente, ni enfrentar tanques en campo abierto. En cambio, atraen al enemigo hacia las ciudades, y socavan la ventaja principal de las potencias actuales, cuyas armas mecanizadas son de poca utilidad en los espacios densos y estrechos de la ciudad.

Hemos podido ver un ejemplo de esto en Irak, desde 2003, cuando EE.UU. y sus aliados fueron a la segunda guerra contra este país. Al igual que en Vietnam, este conflicto fue en la época actual uno de los primeros casos importantes de guerras asimétricas, muy bueno para examinar cómo los combatientes irregulares pueden arruinar un gran ejercito convencional. Mientras que el ataque al ejército regular de Irak constituyó una guerra corta, una guerra casi sencilla (peleada y ganada en gran parte desde el aire durante seis semanas de un bombardeo absolutamente superior, por el cual el ejército iraquí quedó destruido), la guerra en tierra todavía no ha terminado.

A su vez las guerras urbanas actuales ni siquiera priorizan el combate directo. Más bien producen urbanizaciones y des-urbanizaciones forzosas. En muchos casos, como ocurrió en Kosovo, la gente desplazada incrementa las poblaciones urbanas. En otros, como en Bagdad, la limpieza étnica expulsa personas (en ese caso los emigrados “voluntarios” sunitas, cristianos y de otros grupos religiosos, que habían convivido desde hace mucho tiempo en las grandes ciudades de Irak).

En efecto, las fuerzas de combate a menudo evitan la batalla. Su principal estrategia es ganar el control del territorio, por medio de la expulsión del “otro”, con frecuencia definido en términos étnicos, religiosos, tribales o políticos. Su táctica principal es el terror causado por notorias atrocidades, como es el caso de Sudán del Sur, escenario de una guerra brutal y sangrienta que parece no tener fin, enfrentamiento entre dos hombres fuertes (y anteriormente colaboradores), o como en el Congo, donde tropas irregulares que pelean por el control de la riqueza minera han matado a millones de personas.

El ejército occidental aprende. EE.UU. posee actualmente campos de entrenamiento en donde se reproducen distritos urbanos “árabes”, y ha tomado del ejército israelí la práctica de entrar a un barrio densamente poblado no por sus calles, sino cruzando entre las casas, un camino paralelo al de la calle, corriendo desde una habitación interior a otra, haciendo huecos en las paredes, y lidiando con los locales a medida que se les aparecen.

Aprendieron, sobre todo, que la ciudad misma se ha convertido en un obstáculo. Y si bien es cierto que pueden simplemente destruir una ciudad a fuerza de bombas (como hemos visto que ocurrió en Alepo y otras ciudades, bombardeadas por el gobierno sirio y sus aliados) no hemos visto recientemente algo parecido a la destrucción total del ataque nuclear a Hiroshima o los bombardeos a Dresde.

¿Por qué? ¿Qué es lo que hace que la ciudad sea un objetivo problemático, complejo para las grandes potencias militares? Pensemos por qué 6 millones de personas, incluyendo los “cascos azules” de Naciones Unidas, asesinadas en el Congo rural durante la pasada década a manos de ejércitos regulares e irregulares, son tan escasamente mencionadas por los medios de comunicación globales, mientras que 13 personas asesinadas en Londres es nota de tapa en todo el mundo.

Para los medios de comunicación es sin duda más sencillo informar sobre hechos ocurridos en grandes ciudades que los que ocurren en los pueblos y en el campo. Pero incluso cuando esas muertes “remotas” son invocadas, el impacto y el compromiso que provocan no es tan fuerte como cuando ocurren atentados terroristas en las ciudades. Este compromiso con lo urbano va más allá de los ataques a las personas: cuando un edificio de importancia histórica o una obra de arte es destruida, puede generar notables reacciones de horror, dolor, tristeza, melancolía… ¿pero 6 millones de personas asesinadas en el Congo? Nada.

Esto es tan impactante como revelador. ¿Es que la ciudad es algo que hemos realizado juntos, una construcción colectiva en el tiempo y el espacio? ¿Es porque en el corazón de la ciudad se encuentra el comercio y la civilidad, no la guerra… aunque muchas ciudades hayan sido erigidas al principio como fortalezas? Ciertamente, la resonancia global de los hechos trágicos en las ciudades explica por qué grupos pequeños de jóvenes airados, heridos, o solitarios contemplan la posibilidad de pequeños ataques terroristas en sus ciudades: la atención de medios globales, particularmente si esos ataques ocurren en ciudades que no son parte de la estrechamente definida “zona de guerra”.

El nuevo mapa urbano de la guerra es expansivo: va mucho más allá de la zona de guerra. Los ataques en Madrid, Londres, Casablanca, Nueva York, Bali, Bombay, Lahore, Yakarta, Niza, Múnich, París, Barcelona, Manchester, Bruselas... y sigue, son parte de este mapa, sin importar que sus países estén o no involucrados en el teatro de la guerra.

Hemos pasado de guerras comandadas por poderes hegemónicos que buscaban el control de mar, aire y tierra, a guerras peleadas en las ciudades; ya sea dentro de la zona de guerra o en ciudades muy lejanas a esta. El espacio en que se desarrolla la acción puede involucrar “la guerra”, o simplemente asuntos locales; cada ataque tiene sus propios reclamos y objetivos, a veces con la pretensión de proyectarse globalmente. Acciones locales llevadas a cabo por grupos armados locales, mayormente actuando de modo independiente de otros grupos similares, o de otros actores en la zona de guerra… Este aislamiento fragmentado se ha vuelto una nueva forma de guerra multi-espacial. En las viejas guerras, existía la opción de llamar a un armisticio. En las guerras de hoy, no hay poderes dominantes que puedan decidir ponerles un fin. Las guerras urbanas de hoy, sobre todo, son guerras que no parecen tener fin.

©The Guardian Saskia Sassen enseña en la Universidad de Columbia y es autora de Expulsiones (Katz). Trad.: Andrés Kusminsky

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