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jueves, 15 de noviembre de 2018

¿TERRORISMO MOLECULAR?



















por Carlos Pissolito

Nos despertamos hoy con una serie de noticias similares, pero, aparentemente, desconectadas.
Se trata, prima facie,  de una serie de acciones vinculadas con el terrorismo. Concretamente, de tres. El 1ro, un ataque con una bomba casera, en el Cementerio de la Recoleta, contra la tumba del Cnl Ramón Falcón. El 2do, un intento de atacar con otra bomba casera la casa del Juez Federal Claudio Bonadio y el 3ro. El descubrimiento de una célula terrorista, presuntamente de orientación islámica radical.

Para empezar, habría que determinar si estas acciones constituyen actos de terrorismo o no. En pocas palabras, un terrorista es un sujeto o un grupo que pretende atemorizarnos mediante la ejecución de actos violentos, preferentemente de carácter espectacular y contra no combatientes, para obtener un determinado objetivo político. Sea este la dictadura del proletariado o la imposición del califato.



Pese a esta claridad algunas dudas, aún, persisten. Por ejemplo, atentar contra la tumba de un muerto en un cementerio. ¿Es esto terrorismo? Probablemente, no merezca la "T" mayúscula. La del terrorismo catastrófico.  Pero, la diferencia conceptual no está allí, en la magnitud. Sino en su finalidad. Si tiene una motivación política o metapolítica, vale decir religiosa, califica como acto terrorista. Aunque su bajo nivel de organización los reduzca a la categoría de los lobos solitarios.

Para seguir, deberíamos detenernos en la coincidencia o en la sincronización de que estas acciones que se realizaron casi en forma simultánea. Para colmo de males a pocos días de una cumbre internacional que reunirá a los 20 jefes de Estado más poderosos del planeta.

Es necesario un pequeño marco conceptual. Ya hemos sostenido que sufrimos una suerte de violencia molecular. Una que se caracteriza por un enfrentamiento de todos contra todos.

Al respecto, nos dice el profesor y periodista alemán Hans Magnus Enzensberger, que este fenómeno tiene una característica que lo diferencia de otros tipos de violencia en el pasado, cuál es: “…la naturaleza autista de los perpetradores y su incapacidad de distinguir entre destrucción y auto-destrucción. Las guerras civiles de hoy ya no existe la necesidad de legitimar las acciones. La violencia se ha liberado de la ideología.” (Civil Wars, 20 p)

Este autor cita a la conocida pensadora de origen judío Hannah Arendt, quien argumenta sobre las causas de este fenómeno diciendo lo siguiente: “Sospecho que nunca ha habido escasez de odio en el mundo, pero ahora ha crecido hasta convertirse en un factor político en todos los asuntos públicos. Este odio no se basa en ninguna persona ni en ninguna cosa. No podemos hacer responsable, ni al gobierno, ni a la burguesía, ni a los poderes extranjeros. Se filtra en todos los aspectos de nuestra vida y va en todas las direcciones, adoptando las formas más fantásticas e inimaginables. "Se trata de todos contra todos, contra cualquiera, pero especialmente contra mi vecino.” Llama aún más la atención cuando ella se pregunta y se contesta sobre los porqué de esta violencia sin sentido, dice: “La gente ha perdido su sentido común y sus poderes de discernimiento, a la misma vez que sufre de la pérdida del más elemental instinto de supervivencia.” (Op. Cit.: 26 p)

Como vemos, existe una lógica conexión entre las acciones mencionadas. Las que bien podrían ser el anticipo de otras muchas otras por venir. Nos preguntamos qué magnitud podría adquirir este fenómeno si concurrieran en forma sinérgicas otros factores. Tales como:  un creciente malestar social, la manipulación política por parte de grupos, interesados signos de indisciplina policial y la ausencia de medidas efectivas para conjurar la crisis.

La obvia respuesta sería un fenómeno de magnitud superior a los conocidos. Analicemos a cada uno de los factores involucrados.

Para empezar, podemos decir, objetivamente, que uno de cada tres argentinos vive en condiciones de pobreza. Sin que ello, por sí solo implique que los que lo sufren se sientan inclinados a conductas criminales. No puede negarse, la posibilidad de que -al menos- un pequeño porcentaje de ellos sí lo esté.

Llegado a este punto, poco importa si lo hará en forma espontánea o a caballo de otras situaciones que bien pueden ser manipuladas por grupos interesados en generar desorden. Cómo sería el caso de la Cumbre del G-20.

Otro factor importante es admitir, porque lo han reconocido ellos mismos, es que hay grupos políticos interesados en generar desorden por aquella vieja consigna de: "cuanto peor, mejor". Pues, a los interesados en la revolución, aun en las imaginarias y postizas, le interesan más las condiciones revolucionarias subjetivas  que las objetivas, tal como lo reconociera el padre de todos ellos, el ruso V.I. Lenin.

Todo este cuadro se agravaría y que podría funcionar como el catalítico de toda la situación es la posibilidad de la extensión de huelgas policiales simultáneas en varias provincias. Diversos y numerosos actos de indisciplina en varias de ellas, incluida la Policía Federal, son un claro indicio de su deterioro institucional y que las sucesivas reformas no han hecho más que incentivar.

Este es un factor clave, pues si se diera en forma simultánea dificultaría o hasta impediría la concurrencia de fuerzas federales para proveer seguridad.

Aunque no puede descartarse que esas mismas fuerzas federales, también, puedan sumarse ellas mismas a la huelga policial como ya ha sucedido en el pasado.

Llegado a este punto, cabe preguntarse qué hacer.

Si el desorden se extendiera por la generalización de saqueos, actos terroristas y otros hechos de violencia concomitante y la paz y la tranquilidad de los argentinos se viera en peligro. Solo restaría el recurso del empleo de las fuerzas armadas en resguardo, no solo de la vida, los bienes y las libertades individuales; por sobretodo, de la supervivencia del mismo Estado.

Para este caso extremo, nuestra Ley de Seguridad Interior prescribe la necesidad del dictado previo del “Estado de Sitio” en la Provincia o región afectada.

Como tal, el estado de sitio es considerado una medida excepcional y extraordinaria cuya declaración compete a los poderes políticos del gobierno federal. Corresponde al Poder Legislativo la declaración del mismo; mientras que al Ejecutivo declararlo, emitiendo un DNU.

Pero más allá de las importantes cuestiones constitucionales existen otras de carácter operativo. Pues si la política tiene su lógica, la estrategia, tiene su gramática.

Para empezar, hay que decir que ninguna fuerza armada puede ser empleada sin una preparación acorde con la misión a cumplir.

Nadie en su sano juicio estratégico puede pretender que una fuerza adiestrada y equipada para la guerra convencional pueda lidiar con la misión de restablecer el orden público. En palabras sencillas, sería como un elefante en un bazar.

Dicho esto no es menos cierto que una cantidad apreciable de integrantes, especialmente, del Ejército y de la Infantería de Marina, poseen una amplia experiencia en operaciones de paz complejas, como fue el caso de Haití.

Llegado el caso, no veo otra solución que nuestras brigadas dispongan de una fuerza de magnitud batallón conformada para manejo de crisis urbanas bajo el paradigma del manejo prudencial de la fuerza según claras normas de empeñamiento y el respeto irrestricto de los DDHH.

Lo mejor sería, obviamente, no llegar a esta situación extrema. Para evitarlo hemos propuesto medidas concretas y posibles que sería urgente implementar. Ver: https://www.informadorpublico.com/opinion/hay-que-sacarle-el-agua-a-la-pecera.

Pero, no estaría mal disponer de un plan de lluvia. Pues, seguramente que para las autoridades políticas y para los comandantes destinados a aplicar estas medias no sería nada sencillo manejarse en tan compleja situación. Pero, creo que sería muchísimo peor tener que enfrentarla sin preparación alguna. Pues, como lo hemos dicho siempre y lo repetimos, las batallas se ganan en los preparativos. Esperemos no perder ésta, si se diera el caso.







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