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lunes, 14 de septiembre de 2020

La Democracia y los procedimientos de acción política directa.













por Carlos PISSOLITO
 

Las acciones políticas directas, tales como banderazos, bocinazos, marchas anticuaretntena, etc., ya parecen haberse transformado en un fenómeno normal por su frecuencia. El hecho saliente que queremos señalar tiene que ver cómo ellas están modificando las formas de legitimidad política, no solo en nuestro país, sino en el Mundo en general. 
Pues, si antes bastaba, tal como lo prevé nuestro marco constitucional, que una ley fuera votada por nuestro Congreso, para que la misma fuera considerada como tal y acatada, en consecuencia. Eso ya no alcanza. Como ya dijimos este hecho está lejos de ser uno aislado. 

Nos marca el camino de lo que se viene. Tal como ha quedado evidenciado en varias protestas populares que se desarrollan, en forma simultánea, en lugares tan disimiles como Beirut y Santiago de Chile. 

Por estos hechos y por otros no tan evidentes, creemos que se necesita un cambio radical para superar la crisis en nuestros sistemas de gobierno. Hoy se ha puesto de moda la palabra “solidaridad”, aunque las Izquierdas y las Derechas tengan una idea muy diferente. Ya que las primeras quieren nivelar todas las desigualdades, hasta las necesarias, y las segundas pretenden mantener todos los privilegios posibles, aún los injustos. 

Otra forma de verlo es entre una puja entre populistas y republicanos. Para los primeros se trata de un problema de desigualdad, de la opresión de los grupos desfavorecidos y la imposición de fuerzas del mercado para todo, desde los servicios públicos hasta los espacios urbanos, para los segundos, ya que hay que integrarse al Mundo como un país normal, respetuoso de las formas y de la cohesión de "gente como nosotros". 

Sea como sea, la solidaridad conduce, siempre, a una discusión sobre los valores y, en este sentido, el debate tiende a polarizarse y a terminar siendo una discusión sobre las mejores formas de políticas de representación. Al calor de estas discusiones las sociedades alrededor del mundo se preguntan a sí mismas: ¿cómo podemos unir a las personas para garantizar que nuestras instituciones tengan legitimidad y trabajen para satisfacer las exigencias del bien común? No son pocas, tanto nacionales, provinciales y hasta municipales que creen haber encontrado la respuesta a este problema en distintas formas de participación y de deliberación ciudadana. 

Existen varios modelos de deliberación, pero todos se basan en el principio de darle voz y un mayor poder de representación a los ciudadanos de a pie. Ya sea, utilizando procesos estructurados o, simplemente, escuchando la “voz” que amplifican las omnipresentes redes sociales. Un proceso deliberativo ayuda a enmarcar y estructurar los debates sobre temas complejos. Por ejemplo, antes de la votación de Brexit en la Gran Bretaña, muchos parlamentarios y otras figuras de alto perfil, como arzobispo de Canterbury, sugirieron la realización de una "asamblea de ciudadanos" deliberativa como una forma de avanzar en la búsqueda de una solución. 

Procesos similares se han verificado en otros lugares en los que era necesario tomar decisiones sobre temas complejos como los intensos debates que tuvieron lugar en Colombia para poner límites al proceso de paz con las FARC. O, en temas más sencillos, como ocurre en ciudades Bélgica, de Canadá y de España, donde ciudadanos del común son invitados para participar en las innumerables asambleas deliberativas organizadas en varias ciudades. Ya que muchos gobiernos municipales consideran que los paneles de ciudadanos son una parte vital de la "arquitectura de toma de decisiones" de sus ciudades. 

Las mayores barreras para el mayor uso de la deliberación en forma institucionalizada es la vanidad de algunos de nuestros políticos profesionales. Pues, no entienden ni aceptan la deliberación. Ya que para ellos “el pueblo no delibera ni gobierna”. Para eso están ellos, sus representantes. En no pocos casos, adoptan la posición de: "no lo entiendo, así que no me gusta". Es más, algunos de ellos ven con hostilidad a los ciudadanos comunes que se manifiestan y tienden a negarles el acceso a los medios de comunicación masiva. 

Pero, con esta actitud, quedan expuestos, como ya ha quedado demostrado, a las cada vez más frecuentes explosiones de deliberación espontánea. Lamentablemente para ellos, vivimos en una era de hiperconectividad y de sobreabundancia informativa. La gente, si bien ya no lee, como antes, ni siquiera mira televisión. Se informa por las redes sociales y de entre ellas, ha elegido a la menos seria de todas: al Whatapps. Una red que no solo es útil para coordinar el pool del transporte escolar de nuestros hijos y otras tareas prácticas. Es una, técnicamente, ideal para la transmisión de cadenas con mensajes multimedia. Y una que es, especialmente, vulnerable y con ninguna medida de control, pues no existe una cabecera de red, contra las denominadas “fakenews”. 

En función de ello, si nuestros representantes políticos se siguen negando a admitir la necesaria institucionalidad de los nuevos procesos de deliberación, me temo que se deberán preparar para enfrentar las explosiones espontáneas; fogoneadas por una red de operadores invisibles, pero muy efectivos. 

Pero, más allá de estas formas a las que podemos calificar de sanos desarrollos nacidos en el seno de una comunidad política. No se puede negar la existencia estrategias de la acción política directa no violenta como un método de utilizar el poder ciudadano para generar y dominar un conflicto determinado. El que consiste en la reducción del poder, autoridad y legitimidad de un oponente político determinado, generalmente, en el ejercicio del poder. 

Estas cuestiones han sido teorizadas por el profesor norteamericano Gene Sharp, “La política de la acción no violenta”, al que se le atribuye la creación de la doctrina de las denominadas Revoluciones de Colores y la teoría de instigación de las Primaveras Árabes. Las Revoluciones de colores es el nombre que han recibido una serie de movilizaciones políticas en el espacio exsoviético llevadas a cabo contra líderes considerados autoritarios. Estas protestas tienen en común el recurso a la acción directa no violenta, según sus simpatizantes y un marcado discurso prooccidental, además de, según sus defensores, democratizador y liberal.​ 

Como vemos presentan una gran similitud a las marchas y manifestaciones que señalamos al principio y que parecen ser la metodología elegida por la oposición para disputarle el poder de la calle al oficialismo. 

El alcance y el significado de estas revoluciones es aún debatido, así como también lo es el papel jugado por actores externos, principalmente de los EEUU, como la Agencia Central de Inteligencia (CIA), la Open Society Foundations, la USAID o el National Endowment for Democracy. El objetivo de estos movimientos sería propiciar cambios en estos países favorables a los objetivos de la política exterior norteamericana. 

Sin embargo, los que apoyan dichos movimientos los presentan como puramente autóctonos o incluso nacionalistas. De allí el profuso uso que hacen de los símbolos nacionales como banderas. Pero sus detractores los acusan de estar manipulados y maximizan la importancia de los agentes externos. Sea como sea, nunca ha sido una buena receta barrer las críticas bajo las alfombras del poder. Por el contrario, si la democracia es como una bicicleta y no avanza a cierta velocidad, comienza a tambalearse. Y la deliberación, bien, podría ser la forma de hacer girar los pedales. 

Pero, tampoco, sería sano desconocer que, en estos momentos, la Argentina es el escenario de un enfrentamiento geopolítico entre China, la que desea, por un lado, extender su Ruta de la Seda hasta la región Sudamericana para abastecerse de materias primas. Y que los EEUU, por el otro, ha retomado una variante modernizada de la vieja doctrina Monroe, la que considera como mala toda influencia extracontinental en el Hemisferio Occidental fuera de la suya propia.

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