Guillermo León Sáenz, alias “Alfonso Cano”, líder de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), fue asesinado a balazos recientemente durante la Operación Odiseo, un ataque conjunto entre fuerzas aéreas y Ejército desplegado después de que la inteligencia policial rastreara la ubicación de Cano a través de la interceptación de una llamada telefónica. Después de este golpe a las ya debilitadas FARC, el Gobierno colombiano se enfrenta ahora a la mejor oportunidad en décadas de terminar el conflicto armado más largo y complejo de Latinoamérica.
Cano, quien sucedió al comandante histórico de las FARC alias, “Manuel Marulanda”, en 2008, es el primer cabecilla de la guerrilla colombiana asesinado en combate. Con su baja, el grupo han perdido no solo su liderazgo militar, sino también su representante político y jefe ideológico más prominente –un hombre con estudios universitarios en Antropología y Derecho, comprometido con la causa comunista antes de alistarse como guerrillero.
Esta operación sin precedentes le dará un impulso al presidente Juan Manuel Santos, quien estaba presionado por un deterioro de la seguridad y demostraciones de fuerza de las FARC en lugares como Cauca, Catatumbo y Arauca, y que lo llevaron a reemplazar a su ministro de Defensa y la cúpula militar a finales de agosto. Irónicamente, la muerte de Cano también representa un golpe contra Álvaro Uribe, el predecesor del actual dirigente colombiano, quien se había transformado en crítico del Gobierno y que recientemente había afirmando que la moral de las fuerzas armadas ha venido disminuyendo bajo Santos. El asesinato de Cano aplacará estas especulaciones.
La defunción de Cano, que llega tras una serie de muertes de líderes de las FARC en los últimos tres años, ha llevado a la organización a su punto más débil en sus 47 años de historia. Sin embargo, esto no precipitará su colapso de la noche a la mañana. Liderado por un secretariado de siete miembros, el grupo ha demostrado su capacidad de superar las pérdidas de sus cabecillas, adaptándose a nuevas circunstancias. Después de numerosos intentos fallidos en los últimos dos años, el fallecimiento de Cano no viene por sorpresa y las FARC deberían tener planes de contingencia preparados.
La era post Cano no está libre de riesgos, pero hay signos claros de que el nuevo Gobierno tiene la capacidad de responder a los retos que están por venir | ||||||
Su ausencia, no obstante, podría también dar paso al nombramiento de un cabecilla menos intransigente. La pugna por el nuevo liderazgo probablemente se reducirá a dos miembros del secretariado conocidos como “Timochenko” e “Iván Márquez”. Comparados con Cano, quien no pudo apartarse de su reputación como guerrillero radical, estos dos personajes podrían ser más receptivos a un fin negociado del conflicto. Márquez, en particular, jugó un rol predominante en las negociaciones del Caguán que finalizaron en 2002.
Como se cree que ambos se ocultan actualmente en la región fronteriza con Venezuela, el foco del conflicto podría trasladarse de las zonas suroccidentales del país a las orientales. Las relaciones con Caracas han mejorado bajo la Administración Santos, pero una mayor presión militar en la frontera podría complicar la situación nuevamente. Además, el Gobierno debe manejar de forma cuidadosa la información incautada en la Operación Odiseo que incluye siete ordenadores, 39 puertos USB y 24 discos duros. Deberá evitar que se repita la controversia desatada por la información encontrada en 2008 en los ordenadores del comandante de las FARC, conocido como “Raúl Reyes” (al ser obtenida por oficiales militares, en vez de la policía judicial, la Corte Suprema de Justicia de Colombia falló que la evidencia había sido ilegalmente adquirida y que era inadmisible para casos judiciales).
La era post Cano no está libre de riesgos, pero hay signos claros de que el nuevo Gobierno tiene la capacidad de responder a los retos que están por venir. Tanto el ministro de Defensa, Juan Carlos Pinzón, como el presidente respondieron a las noticias con moderación. Santos advirtió explícitamente contra el triunfalismo innecesario y se comprometió a “seguir insistiendo hasta entregarle a los colombianos un país en paz”. Es notorio que algunos líderes políticos han reaccionado a la muerte de Cano como una oportunidad para desarmar y reintegrar a los cerca de 7.000 combatientes de las FARC y no como un signo de victoria militar inminente.
Esta reacción refleja un consenso probable que ve como necesaria alguna forma de negociación para dar fin al conflicto. La Operación también se levanta en contra de una iniciativa en el Congreso de Colombia para aprobar una ley que facilitaría las negociaciones de paz con las guerrillas.
El fin del largo y sangriento conflicto colombiano podría estar cerca. El 30 de octubre, Gustavo Petro, antiguo miembro del movimiento guerrillero 19 de Abril (M-19), fue elegido alcalde de Bogotá, la segunda posición política más importante del país. Al cabo de menos de una semana, la muerte de Alfonso Cano ha cambiado el balance de poder –probablemente de forma irreversible– a favor del Gobierno. Es posible que sobrevenga un período de intensa confrontación armada mientras las FARC intentan demostrar que no son una organización vencida y el nuevo líder adelanta esfuerzos para establecer su autoridad interna. Esto no debería impedir a ambas partes intensificar contactos extraoficiales para establecer las bases de futuras conversaciones de paz. Nunca había sido tan claro que la democracia y las negociaciones son las únicas formas de avanzar en Colombia –el Ejecutivo no tendría que dejar pasar la oportunidad de este momento histórico.
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