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El autor analiza por qué no es una "sorpresa" que Rusia se haya retirado de Siria esta semana. Tras la intervención, Moscú añade una nueva base militar a la que ya tenía en el país árabe.
ÀNGEL FERRERO
Los primeros Su-34 de las Fuerzas Aeroespaciales de Rusia procedentes de Siria aterrizaban el martes en Voronezh, donde los pilotos eran recibidos según la antigua tradición eslava, con una joven en sarafán ofreciéndoles pan y sal, y bandas de música. El día anterior el presidente ruso Vladimir Putin había anunciado el repliegue “de la mayor parte” de las tropas tras una reunión con el ministro de Exteriores, Serguéi Lavrov, y el de Defensa, Serguéi Shoigú, y después de comunicar la decisión al presidente de Siria, Bashar al Assad. La medida no se notificó a EE. UU. La base naval de Tartusy el aeródromo de Hmeymim en territorio sirio seguirán funcionando.
“Rusia se retira de Siria y sorprende a Occidente”, titulaba The New York Times.Otros medios internacionales publicaron titulares similares. Sin embargo, el repliegue no era ninguna sorpresa si se consulta la hemeroteca. Al comienzo de la campaña, Putin señaló que los bombardeos serían un “apoyo por tiempo limitado a una ofensiva siria”. “Siempre existe el riesgo de empantanarse, pero en Moscú estamos hablando de una operación de tres a cuatro meses”, dijo a la emisora francesa Europe 1 el presidente de la Comisión de Exteriores de la Duma, el Parlamento ruso, Alexéi Pushkov. La campaña aérea del Kremlin, que arrancó el 30 de septiembre del año pasado, duró un total de 168 días –o, lo que es lo mismo, cinco meses, una semana y un día–, en los que los aviones rusos han realizado más de 9.000 misiones, según cifras oficiales del Ministerio de Defensa.
¿Misión cumplida?
Según el Kremlin, el repliegue se debe a que las Fuerzas Aeroespaciales de Rusia han cumplido su misión en Siria. Los primeros comentarios no se hicieron esperar: entre los analistas occidentales hay quien ha interpretado la medida como una concesión a EEUU y la Unión Europea que busca en última instancia el relajamiento de las sanciones en un momento de crisis económica para Rusia –el jueves, durante la entrega de medallas a los pilotos, Putin cifró en 464,6 millones de dólares el coste de la misión–, que deja en la estacada a Assad y se revela, por lo tanto, como un error estratégico.
“Nuestro objetivo es estabilizar a las autoridades legítimas y crear las condiciones para un compromiso político”, afirmó Putin en octubre en declaraciones al primer canal de la televisión pública rusa. Independientemente de su valoración, ambos objetivos se han cumplido: la intervención rusa ha alterado el equilibrio de fuerzas en Siria y ha forzado a los actores a acudir a la mesa de negociación. Como ha recordado el estadounidense Mark Galeotti, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad de Nueva York, la cobertura aérea de las Fuerzas Aeroespaciales de Rusia permitió al Ejército Árabe Sirio, con el apoyo de las milicias libanesas e iraníes, retomar la iniciativa y asegurar buena parte de la franja costera. Hoy la caída de Assad ya no es inminente. Por su parte, el autoproclamado Estado Islámico, o ISIS en sus siglas en inglés, ha perdido su capacidad ofensiva y ha visto las rutas de suministro desde Turquía cortadas.
El resto de grupos rebeldes a Assad manifiesta una coordinación insuficiente. Rusia deja una base naval en Tartus y otra aérea en Hmeimim –desde la que se rumorea que también podrían coordinarse futuros ataques con drones–, además del sistema de defensa aérea S-400, que cubre la mayor parte del país y cuya instalación hubiera sido difícil de argumentar en otras condiciones. Por lo demás, el carácter temporal de la operación rusa evita al Kremlin el atolladero (quagmire) del que habló el presidente de EEUU, Barack Obama, al inicio de la campaña.
Siria no se ha convertido en un segundo Afganistán. Como ha dicho Galeotti en otro lugar, muchos esperaban “ver aviones cayendo del cielo o necesitando reparación. Pero consiguieron atenerse a un plan y mantener funcionando la cadena de abastecimiento. Con el clásico estilo ruso: poco elegante, un poco ad hoc, pero funcionó”.
Según Galeotti, Moscú tenía tres objetivos estratégicos en Siria: “El primero, reafirmar el rol de Rusia en la región y reclamar su voz en el futuro de Siria. El segundo, proteger el último cliente de Moscú en Oriente Medio, idealmente conservando a Assad, pero si es necesario reemplazándole con otro cliente adecuado. Tercero, forzar a Occidente, y principalmente a Washington, a detener los esfuerzos diplomáticos para aislar a Moscú. Por el momento, al menos, los tres se han cumplido”.
El frente diplomático
Mientras, en el “frente diplomático”, continúa Galeotti, “está fuera de duda que la intervención de Putin ha puesto fin a cualquier esperanza de ignorarlo y aislarlo”. “Espero que la decisión de hoy sea una buena señal para las partes en el conflicto”, declaró el presidente ruso al anunciar el repliegue, un día antes de que comenzasen las negociaciones de paz intersirias en Ginebra.
El diablo, dice el refrán, está en los detalles. O, en este caso, en el timing: la crisis de los refugiados y sus consecuencias políticas –con una aceleración de las fuerzas centrífugas de la Unión Europea y una subida de la ultraderecha en Europa– empujan a Bruselas a buscar una salida a la guerra civil en Siria, mientras que en EE, UU. –donde el proceso de primarias que domina los medios plantea cada vez más dudas sobre el horizonte político del país– un Ejecutivo saliente se enfrenta a una opinión pública crecientemente cansada de la intervenciones militares en el extranjero.
La imagen del Kremlin no ha salido indemne del proceso. Amnistía Internacional, Human Rights Watch (HRW), Médicos sin Fronteras y el Observatorio Sirio de Derechos Humanos (OSDH), entre otros, han acusado al Ejército ruso de haber bombardeadoobjetivos civiles –incluyendo escuelas y hospitales–, provocando miles de víctimas, de haber apoyado y encubierto crímenes de guerra cometidos por las tropas gubernamentales y de agravar la crisis de refugiados en Europa. Las autoridades rusas han desmentido repetidamente estas acusaciones y han destacado que la campaña aérea se llevó a cabo dentro del marco del derecho internacional, a diferencia de los bombardeos de la coalición liderada por EEUU, que no cuentan con el permiso del Gobierno oficial en Damasco.
Blowback y modernización del ejército
El atentado contra un avión de pasajeros ruso sobre la península del Sinaí el 31 de octubre de 2015, del que el ISIS reclamó su autoría y en el que fallecieron 224 personas, fue un serio aviso de que las operaciones rusas podían provocar un revés blowback. Casi un mes después, el 24 de noviembre de 2015, Turquía derribó un Su-24 ruso. Según Ankara, el avión había violado su espacio aéreo y no respondió a las llamadas de advertencia de las autoridades turcas.
A pesar de que los dos pilotos consiguieron eyectarse del avión, uno de ellos fue disparado por rebeldes turcomanos –apoyados por el gobierno turco– durante el descenso. Un infante de marina ruso murió en la operación de rescate del otro piloto. El incidente dañó las relaciones entre ambos países: el Gobierno ruso interrumpió su cooperación con Turquía en diferentes ámbitos y llamó a sus ciudadanos a no viajar al país. El Ministerio de Defensa ruso reveló imágenes que supuestamente demostrarían la colaboración de Turquía en el contrabando de petróleo que sirve de financiación a los terroristas.
La campaña también ha servido a Rusia de escaparate militar. El 7 de octubre, cuatro buques de la Flotilla del Caspio de las Fuerzas Armadas de la Federación Rusa dispararon 26 misiles de crucero Kalibr –similares a los famosos Tomahawk estadounidenses–, que atravesaban 1.500 kilómetros hasta alcanzar sus objetivos en las provincias de Raqqa, Idlib y Alepo. Como explicó un oficial estadounidense a un portal de defensa, Rusia tiene “activos en Siria que podrían haberse encargado de eso”, por lo que el lanzamiento debía entenderse como “un mensaje al mundo y a nosotros de que disponen de esa capacidad y pueden utilizarla”.
Días después, dos bombarderos estratégicos Tu-160 despegaban en Olengorsk, al norte de Rusia, rodeaban toda la península europea, disparaban sus misiles desde el Mediterráneo y regresaban a su base tras sobrevolar Irán y el Mar Caspio, una ruta de más de 12.800 kilómetros. Todo ello controlado desde el nuevo Centro de Mando y Control Militar, una instalación que parece directamente salida de un thriller de la guerra fría y se encuentra en el edificio del Ministerio de Defensa.
Este despliegue ha servido para mostrar que las Fuerzas Armadas rusas se han modernizado y que los planes puestos en marcha tras la guerra contra Georgia en 2008 han dado sus frutos. “Durante mucho tiempo oíamos hablar de algún tal sargento americano John, sentado en el sótano del Pentágono, disparando un misil mientras se tomaba un café y luego conduciendo a su casa sabiendo que el misil había alcanzado su objetivo”, explica el analista militar Viktor Baranets. Ahora, terminaba Baranets, “empezamos a ver la misma cosa en el Ejército ruso”
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