por Carlos Pissolito
Ya lo decíamos ayer. En nuestra querida Argentina, todo termina mal.
http://espacioestrategico.blogspot.com.ar/2016/04/en-la-argentina-todo-termina-mal.html
O dicho de otra forma, los finales de nuestras tragicomedias son siempre los mismos.
En ese sentido no podemos sorprender a nadie. Mucho menos a nostros mismos. Somos un país fractal. Uno que mas allá de sus continuos vaivenes, siempre sigue el mismo libreto pendular.

A partir de este punto, se instaura una revolución. La que bien puede ser, tanto real como imaginaria. Da igual que se llame Libertadora o Restauradora; Revolución Productiva o Década Ganada.
Luego, perdemos -más o menos- una década castigando a los previamente demonizados. Hasta que llegamos a la conclusión que los demonizadores no son otra cosa que más de lo mismo. Y todo vuelve a empezar.
Como un eterno Prometeo nos vemos condenados a que un águila nos devore el hígado todos los días de nuestra vida. No es para menos, los argentinos, siempre hemos querido robarle el fuego a los dioses.
De estos hechos pueden dar fe, hoy, los Zanini y los Lázaro Baez del régimen. De igual forma, que hace unos años lo hicieron los Suarez Mason y los Videla. Y mucho antes los Moreno o los Monteagudo.
La pregunta que uno, lícitamente, se hace; es si mañana no gritaremos: Niky Caputo y Marcos Peña.
La popular clama para todos ellos: Verdad, Memoria y Justicia. El que podría trocarse a: Justicia, Escrache y Devolución.
Llegado a este punto, uno se pregunta si alguna vez podremos romper con este karma y pasar a ser un país en serio.
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