por Carlos Pissolito
Desde hace un tiempo venimos sosteniendo que la guerra se ha abolido a sí misma. Que nuevas formas grotescas de violencia pugnan por ocupar su lugar.
La reciente masacre de Niza parece darnos la razón.
Sucede que nos resistimos a abandonar el paradigma educativo en el que hemos sido formados. El de la guerra clausewitzciana basada en una clara distinción entre los que pelean y los que no lo hacen.
Para que esta distinción se mantenga es necesario que exista alguien para imponerla. Y ese alguien fue, hasta hace algún tiempo, el Estado. Justamente, hoy, en crisis y bajo ataque.
Los actores no estatales del terrorismo y del narcotráfico están tomando su lugar. En ocasiones, con la complicidad de las organizaciones globales y con la ingenuidad de las grandes potencias. Como ha sido el caso de la masa de las intervenciones militares occidentales en Levante.
Que la guerra será librada, cada vez más como un crimen y que los crímenes adquirirán características bélicas es ya un hecho.
Ante ello, los Estados y las fuerzas militares que los defienden deberán adaptarse si es que quieren sobrevivir.
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