por Carlos Pissolito
Las relaciones entre Rusia y Turquía
nunca fueron buenas desde la época de los zares. Posteriormente, tras la
disolución del Imperio Otomano, Turquía se convirtió en la muralla de Occidente
contra el sueño soviético de conquistar las aguas cálidas del Mar Mediterráneo.
Si bien el reciente atentado contra el
embajador ruso a manos de un extremista turco no es comparable a la muerte del
Archiduque Francisco José que precipitó a la 1ra GM, sus consecuencias son
potencialmente muy serias.
En principio, hay que admitir que los
recientes avances por mejorar las relaciones bilaterales entre ambos países, desmejoradas tras el derribo de un caza ruso, hace poco más de un año por parte de Turquía, se verán nuevamente empantanadas.
Por otro lado, el incidente lo encuentra al
Presidente turco Recep Tayyip Erdoğan muy mal parado. Tanto ante Rusia como ante
Occidente. Ante la primera por motivos obvios y ante el segundo por una clara
muestra de radicalización de parte de sus fuerzas de seguridad y, también, de
sus fuerzas armadas.
Esto último no es un tema menor. Pues,
desde la creación de la Turquía moderna estas fuerzas son las garantes del
secularismo del Estado turco. Al respecto, se sabe que Erdoğan ha tratado desde su llegada al
poder de cambiar este mandato en favor de posturas islamistas no tan moderadas.
Concretamente, se supo que Erdoğan en su
conjura del último intento de golpe de Estado utilizó a los líderes religiosos
para azuzar la resistencia civil contra los militares sublevados.
Si, por ejemplo, se comprobara alguna vinculación entre el atacante y estos clérigos, las sospechas occidentales de una islamización turca se verían más que confirmadas.
Por último, otra consecuencia directa del
incidente será una mayor complicación para lograr un cese del fuego en la
guerra civil siria, pues ambos países tienen posiciones encontradas. Mientras Rusia apoya al sitiado Presidente sirio, Bashar al-Ásad, Turquía le ha comprado petroleo -probablemente en una cadena de favores mucho mayor- a sus enemigos más directos, el tristemente famoso Estado Islámico.
Finalmente, se puede concluir que este
incidente ha desatado una serie de eventos que permanecen, aún, ocultos para
nosotros. Pero, hay uno que destacar. El Presidente ruso, Vladimir Putin es un
hombre formado en la inteligencia soviética y ha demostrado conocer y saber emplear las denominadas
artes negras de esa especialidad en numerosas ocasiones. Nos preguntamos si no
será esta una de ellas.
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