Y, si alguna vez hice una buena acción, me arrepiento de ello desde el fondo de mi alma.
Aarón. Tito Andrónico. W. Shakespeare
por Carlos Pissolito.
Que la realidad supera la ficción ya no cabe duda alguna. Incluso como las más osadas pensadas por la mentes geniales como William Shakespeare. Tampoco, que la literatura explica mejor los fenómenos extremos mejor que la sociología o la psicología.
Por ejemplo, en su primer tragedia, Tito Andrónico, el Poeta relata la historia de un gran general romano que a pesar de regresar victorioso después de una larga guerra es traicionado por su emperador, Saturnino, tras casarse con Tamara, la mujer del enemigo derrotado por Tito.
Tamara, con la ayuda de su esclavo Aarón, solo busca vengarse de Tito. Al efecto arregla que los hijos de Saturnino violen a su hija, a la que le cortan las manos y la lengua. Enterado de esta desgracia, Tito le hace la guerra al emperador hasta que logra sentarlo a la mesa de negociaciones. Solo para servirles a sus hijos cocinados como el plato principal.
La tragedia termina con Tito matando a Tamora, a Saturnino y a su propia hija para evitarle la deshonra de seguir viviendo sin manos y sin lengua.
¿Ficción extrema? Tal vez no tanto cuando nos enteramos que varios de los amotinados en las cárceles brasileñas mutilaron, cocinaron y probablemente se alimentaron de sus excompañeros de celda.
Por otro lado, leemos que una colección de ensayos aborda patrones de cultos y violencia ritualizada por grupos narcos como Los Zetas y La Familia Michoacana.
Su editor es el analista del crimen organizado Robert Bunker, quien bajo el título de: "Blood Sacrifices: Violent Non-State Actors and Dark Magico-Religious Activities" reúne a 14 ensayos que tienen por tema central actos de violencia extrema; tales como: el sacrificios humanos, violencia ritualizada, matanzas religiosas por parte de diferentes grupos criminales.
Por ejemplo, explica lo que se conoce como “Las Reglas del Congo”. Una tradición religiosa afrocubana que ha ido ganando popularidad entre algunos traficantes. Y que consiste en el consumo de anfetaminas y otras drogas como fase previa a la realización de sacrificios humanos.
Llegado a este punto nos preguntamos si en el fondo de toda mente humana no hay algo potencialmente monstruoso. Especialmente, cuando se derrumban los factores socio-culturales que nos preservan de los instintos más básicos que parecen habitar en la profundidad de nuestra alma.
Al respecto, sabemos que Platón ya hablaba de dos instintos básicos: el del placer y el de la ira. Decía que eran como dos caballos que tiraban de una cuadriga conducida por nuestra personalidad. Los que no tenían que ser reprimidos, sino conducidos.
Volviendo al nivel socio-político, que es el que nos interesa. Sabemos, por ejemplo, que pueblos enteros pueden perder su capacidad de controlar sus instintos. Le pasó a la culta Alemania, que tras siglos de civilización, produjo la enfermedad del nazismo.
Cuando estos procesos son estudiados se llega a la conclusión que aquellos que fueron realmente perversos fueron unos pocos, pero a los que una mayoría silenciosa les prestó su apoyo.
La filósofa judía Hannah Arendt lo comprobó por sí misma, tras asistir a las audiencias del criminal de guerra Adolph Eichman. En contra a su creencia inicial, Eichman no habría sido un malvado, más bien un hombre común e irrelevante que solo había prestado su colaboración alegando obediencia debida.
En función de estas observaciones, ella dedujo el concepto de "banalidad del mal". Para la Arednt es aquel que hace que los seres humanos se vuelvan superfluos a nuestros ojos. En función de él, Eichman no mata ni tortura por ninguna causa superior, simplemente lo hace porque es su trabajo y porque se lo ordenaron.
Volviendo a Shakespeare, cuando la hija de Tito es violada, los violadores usan la cabeza de novio como almohada. Simplemente, porque les resultaba útil.
¿Lo dicho implica qué cualquiera de nosotros puede convertirse en un asesino banal? No necesariamente, pero no podemos dudar de que existen procesos previos que nos van predisponiendo a este tipo de acciones.
En ese sentido, son bien conocidos los rituales de iniciación que practican bandas violentas como las Maras o los propios Montoneros que le exigían a sus nuevos reclutas una acción de guerra, una prueba de amor.
Previo, a estas instancias, vemos como el sujeto ha sido progresivamente despersonalizado. En palabras de Platón ha dejado de ser el conductor de sus instintos.
Para ello han sido instrumentales, pero muy eficaces, los medios de comunicación. Los que van, hoy, desde la televisión, un narcocorrido o hasta un videojuego. Por lo general, todos ellos saturados no solo de sexo, también, de violencia sin control.
En el caso específico de las adicciones, se lo ha convencido al sujeto, primero que la ingesta de drogas no solo no es mala, sino que constituye un gesto de libertad y de protesta frente al orden establecido. Si después de las primeras experiencias -las que por lo general son decepcionantes- y si el sujeto es lo suficientemente estúpido como para continuar, lo espera un descenso a los infiernos solo limitado por su debilitada voluntad.
La cosas se ponen mucho peor si estas actividades se hacen en grupo y bajo la dirección interesada de los gerentes de la droga. Saben ellos, muy bien que lo primero que tienen que perder sus "soldados" es su libertad.
Ellos hacen su negocio. Lo inexplicable o mejor dicho, lo perversamente banal, radica en aquellos que justifican el negocio desde diversas conveniencias personales.
Por ello, nuestra nota final no puede ser para los malos radicales, los Aarón. A esos los reconocemos a un kilómetro de distancia y sabemos bien qué hacer con ellos.
El problema, son los banales. Pues, como lo dice la experiencia no es la acción concreta de los malos la que permite el avance del mal, sino la indiferencia cómoda de los buenos que no están dispuestos a enfrentarlos.
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