por Carlos Pissolito
La confirmada decisión del presidente Donald Trump de
completar la construcción de un muro en la frontera de los EEUU y México está
produciendo las previsibles reacciones.
Un coro de voces progresistas se están alzando contra esta
medida desde el punto de vista de los derechos humanos que asistirían a los migrantes.
Y en su lugar, proponen la construcción de puentes que ayuden a unir antes que a dividir.
Lo hemos dicho siempre y no nos cansamos de repetir: las
ideologías son pésimas compañeras de la Política y de la Estrategia. Nos
preguntamos que tienen que decir, al respecto, estas ciencias.
Sabemos, por la historia que los muros que se han levantado
a lo largo de las eras han servido a fines estratégicos bien concretos, cumplido
funciones establecidas por la política.
Son muchos los ejemplos que se podrían citar. Desde la
Muralla de Adriano construida por los romanos en la isla de Britania para
contener a la feroz tribu de los pictos.
También, la legendaria Muralla China levantada por sucesivas dinastías imperiales para contener el avance de las hordas doradas de los mongoles.
También, la legendaria Muralla China levantada por sucesivas dinastías imperiales para contener el avance de las hordas doradas de los mongoles.
Pero, ¿qué es lo que pasa cuando la política le ordena a la estrategia no construir un muro que es necesario?
Baste citar un solo ejemplo. Corría el año de 376, cuando en
la frontera oriental del imperio Romano se presentó una masa enorme de refugiados. Eran godos
que huían del avance de las hordas de Atila.
Por decisión política del Emperador Valente -probablemente un proto progresista- se les permitió penetrar en los territorios del imperio. A continuación, dos años después de este ingreso y decepcionados por la baja calidad de vida, aquellos refugiados se sublevaron en Adrianópolis, llegando -incluso- a asesinar al mismo Valente.
Por decisión política del Emperador Valente -probablemente un proto progresista- se les permitió penetrar en los territorios del imperio. A continuación, dos años después de este ingreso y decepcionados por la baja calidad de vida, aquellos refugiados se sublevaron en Adrianópolis, llegando -incluso- a asesinar al mismo Valente.
Cabe concluir esta anécdota diciendo que solo 80 años
después de este incidente, la totalidad del Imperio Romano de Occidente sería
devorado y destruido por los descendientes de los bárbaros a los que
tranquilamente Valente les había abierto las puertas.
Nos preguntamos cuantos Valentes nos mandan hoy. Son los que
nos hablan de que es mejor construir puentes que murallas. Escuelas que
prisiones. Nadie niega la utilidad de
ambos.
Por supuesto que ellos, nuestros políticos, se precaven muy
bien. Y viven en residencias amuralladas y se trasladas en limousines
blindadas.
¿Qué nos dejan a nosotros? Pues, no solo no nos defienden,
cual es su principal función pública y por lo cual han sido electos.
Nos piden que nos callemos y que marchemos como corderos-
mansamente- al matadero. Abriéndoles las puertas a los lobos. ¿No será que ellos
en vez de ser nuestros perros pastores son solo lobos con piel de oveja?
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